Revista poética Almacén
Colaboraciones

Los Reyes de Polonia

Roger Colom


A veces, los reyes de Polonia no tienen nada que decir. Uno diría que se quedan mudos. Otras veces, tienen mucho que decir, pero no lo dicen. Lo guardan en una bolsa de lona, muy parecida al buche de las aves. Cuando reciben visitas de personas ajenas a la corte, los reyes de Polonia se ponen en fila de a uno y sostienen, cada uno la suya, su buche de lona. Los visitantes, sobre todo los extranjeros, se ponen en fila, también, y can pasando de buche en buche, de rey de Polonia en rey de Polonia, y metiendo la mano, sacan una frase. Las frases van apuntadas en papelitos. Terminada esta parte del protocolo, cada visitante se va con sus frases a un rincón y las mete en una urna especialmente diseñada para esto. Los palacios de los reyes de Polonia vienen acondicionados con una amplia gama
de rincones. A veces un visitante envidia el rincón de otro visitante. A veces los visitantes se pelean por un rincón. Grandes cantidades de dinero polaco se ganan y se pierden durante el cruce de apuestas. Los reyes de Polonia son muy aficionados a este deporte. Bien. Al sacar de nuevo y de uno en uno los papelitos con las frases de las urnas, los visitantes los van poniendo en orden. Este orden es el orden en el que los papelitos con las frases han ido saliendo de las urnas. Las frases unidas componen el discurso de bienvenida que los reyes de Polonia dedican a cada uno de sus
visitantes. A veces, los visitantes son los nuevos embajadores de otros países no menos lejanos que Polonia, y el discurso o bienvenida que reciben les parece beligerante.
Esto explica el comienzo de la extraña guerra polaco-sino-boliviana, pero no su aún más extraño final. Se dice que al final, todo terminó con el ejemplar castigo de tres hombres comunes y ajenos al conflicto- un polaco, un chino y un boliviano. El castigo en cuestión dio origen a innumerables chistes, hoy famosamente caídos en el olvido.
También se especula, por parte de historiadores y fabricantes de versos, con que el final de la guerra polaco-sino-boliviana sea, o no, el origen mítico de una tribu amazónica que perdió sus tierras ancestrales durante la construcción de una carretera. Dicha carretera comienza en medio de la selva y termina en medio de la selva, seiscientos quilómetros más tarde. La carretera no pasa por población alguna. En el itinerario de la carretera tampoco figura ningún campamento maderero ni militar, ni ninguna mina ni nada.
La tribu, o más bien sus malogrados supervivientes (se dice que se malograron porque más vale morir que sobrevivir la disolución de la propia cultura), emigraron a Barcelona en los años 60 del siglo veinte.
Cuenta la leyenda que pronto aprendieron catalán y que se asimilaron con tanta destreza a la población nativa, que hoy no queda rastro de ellos.
El año pasado, o sea 1999, se celebró en Palafrugell un congreso cuya meta, o expreso fin, era determinar quién ntre los asistentes podía, o querría, ser descendiente de la tribu perdida. Se encontraron tres candidatos (ninguno polaco, chino ni boliviano), y de los tres, dos resultaron fraudulentos. Parece que buscaban ventajas no legalizadas para la consecución de unas becas que luego quedaron desiertas. El tercero fue incluido en la candidatura de Joan Gaspart a la presidencia del F.C. Barcelona, año 2000, y es ahora directivo de dicha entidad. Esto constituye el final feliz de nuestra historia. El final triste resulta evidente. La carretera que unía dos puntos anónimos de la Amazonía, distantes entre sí y por meandros unos seiscientos quilómetros, fue cubierta por el bosque a los pocos años de su terminación.
En honor a esta carretera, ya un mito de la modernidad, se fabricó en España, en la famosa factoría de la Zona Franca de Barcelona, el conocido automóvil Seat 600, algunos de cuyos ejemplares pueden ser avistados, todavía hoy, en las calles de nuestro bonito país.

Queda decir que los reyes de Polonia siguen cruzando sus apuestas en las peleas rinconeras de sus palacios. Varios han tenido que renunciar al trono en vista de las deudas que habían ido acumulando. Se calcula que un trono de Polonia vale entre dos y tres tronos de España, al cambio actual. También resulta ya un tanto ridículo negar que algunos de los buches donde los reyes de Polonia depositan lo que no dijeron en su momento han caído en desuso, y han sido vendidos para recaudar fondos para financiar un baile benéfico a favor de los buches de los reyes de Polonia.

Los coleccionistas de los buches de las distintas dinastías europeas se dieron un festín recientemente cuando, durante una subasta en París, varios de estos artefactos fueron preparados a la manera tradicional polaca. Entre los comensales corrió el rumor de que quien comiera de esos buches podría repetir las frases que, durante siglos, los reyes de Polonia habían ido almacenando en ellos. Pero varios testigos oculares y auditivos aseguran que los comensales no hacían nada más que hablar de lo bueno que estaba todo y de si a la salsa le faltaba un poquito de clavo o le sobraba una pizca de canela.
En fin, pongo en duda que quede nada más por decir de los reyes de Polonia y sus famosos buches de palabras escondidas, muchas a medio digerir, otras tantas ya neutralizadas por los acontecimientos que sucedieron a su pronunciación en público. Se sabe el destino de muchas palabras, la mayoría, me atrevo a asegurar, es el olvido. El rastro que de ellas pueda quedar en el buche de un rey no tiene importancia.


________________________________________
Comentarios