Un día cualquiera en La Ideal Taxidermia. Afuera, el sol ya no resplandece. La noche se hace con la tertulia.
Chiner: Cuando ustedes se mueran, quedaremos únicamente mi perro y yo.
Martínez: Calle, hombre, que su perro está muerto desde el año 80.
García-Siniestro: Muerto y disecado, hay que aclarar.
Chiner: Está mejor que en vida, el cabrón.
Martínez: No diga eso, hombre, que ese perro le hizo compañía una pila de años. Viejo desagradecido.
Chiner: Es verdad que me la hizo — la compañía, que quede claro. Pero el tío tenía un aire melancólico que no sabría yo decirle. Luego, claro, nos dimos cuenta que lo tenía en la mirada. Cuando lo disecamos y le pusimos los ojos de cristal, ese aire desapareció por completo. Ahora lo quiero más.
Gansell: ¿Y cómo se llamaba?
Chiner: Se llama, y recalco el presente, Lamparón, por una mancha que tiene en el pecho. De cariño le digo Lam.
Martínez: Como el pintor.
Chiner: Claro, no me había dado cuenta, pero sin el asunto mágico.
García-Siniestro: Alguien más había con ese nombre de Lam.
Martínez: Oiga, Chiner, ¿y saca usted su perro a pasear?
Chiner: No diga chorradas, hombre, que está disecado, igual que usted dentro de poco.
Martínez: A mi no me incluya en sus planes post-mortem, que yo ya he dejado escrito que me incineren.
García-Siniestro: No es por revelar un secreto profesional, pero yo puedo atestiguar que es así.
Chiner: Vaya notario, que va por ahí contando lo que le pagan por firmar.
García Siniestro: Oiga, que yo no cuento nada, sólo respaldaba al Sr. Martínez, mejor amigo que usted, y más fiel.
Chiner: Para fiel mi perro, que lo tengo junto a la puerta de casa para que me despida cuando salgo y me dé la bienvenida cuando vuelvo.
Gansell: Como Suárez.
Martínez: De ese mejor no hablemos, que si sale el Taxidermista del taller, se cabrea; eso es historia suya.
Gansell: Vale, no hablemos.
García-Siniestro: No hablemos más.