Es viernes por la tarde. No hay nadie en La Ideal, y me parece
rarísimo: la tienda cerrada y ni rastro de los tertulianos; hace cosa de
un mes que no vengo y no sé qué habrá podido pasar. Esperaré un rato, a
ver si aparece alguien. Estoy en el bar que queda enfrente, tomándome un
manhattan seco; mis manos sostienen un recorte de la contraportada de El
País del 4 de junio de este año, la que dedicaron al traslado de la momia
de Juan XXIII de la gruta vaticana a la basílica de San Pedro. Lo traía en
el bolsillo para comentarlo con los miembros de la tertulia. Se me ocurrió
que de ahí podía sacar la crónica que tengo que entregar mañana al Almacén
para que la cuelguen el 1 de julio.
El artículo en cuestión es poco interesante, casi todo es
"background" sobre el Papa muerto y sus aliados en la Curia actual. O sea
que es un artículo para no católicos, para todos aquellos lectores de El
País, ese periódico independiente de la mañana, que no tienen ni puta idea
de religión, supongo que son la mayoría. Mas el artículo no carece
enteramente de interés. Me encanta el tono, que busca esconder el
escándalo interior, la íntima revulsión que le provoca a la articulista,
Lola Galán, la taxidermia. Atiendan, queridos seguidores de la tertulia de
La Ideal, a lo siguiente:
"Los diez litros de líquido antidescomposición inyectados en los
tejidos de Juan XXIII el día de su fallecimiento, hace 38 años, han
mantenido el cadáver entero, sí, pero plastificado, con una apariencia de
enorme muñeco. El rostro recubierto de cera acentuaba aún más la sensación
irreal."
¡No se atreve a decirlo! No se atreve a decir que Juan XXIII se
vería mejor disecado que neo-momificado, como está. Porque hay una gran
diferencia conceptual en los dos procesos. El primero busca una sensación
de realismo, de vida en la muerte, muy parecido a la definición que la
mayoría podemos dar de nuestras propias vidas. Aunque quizá sería mejor a
la inversa: de muerte en vida, sobretodo si alguno de ustedes es
funcionario (¿verdad, Ijalba?). El segundo, la neo-momificación, lo que
busca es mantener el cuerpo intacto, entrañas y todo, incorrupto, aunque no
aparente vida alguna. Alguien podría fabricar una estatua de cera y
sustituirla por el original y nadie se daría cuenta. El empleado de pompas
fúnebres podría, también, decir algo sobre las ventajas del maquillaje de
muertos. Si lo hubieran maquillado, la Sra. Galán hubiera estado
encantada, ya no hubiera visto a un muñeco transportado en un catafalco de
cristal, sino al mismísimo Papa, dormidito, como un ángel. Pero no,
tenemos a un cadáver cerúleo, y a una periodista que no se atreve a
proclamar las ventajas estéticas de la disección, por encima de las de la
neo-momificación.
Disecado, y con las varillas y alambres adecuados, podríamos haber
visto al Papa de rodillas, rezando. O quizá con las manos en alto,
invocando la consagración de las hostias, como si fuera un subdelegado del
gobierno en Barcelona. Quizá lo podríamos haber visto sosteniendo una
lanza, como el ex-negro de Banyoles. Seguro que Chiner ha dicho algo al
respecto, ya que él es el llamado a sustituir al negro en el famoso museo,
lugar que fue de peregrinación para los tertulianos de La Ideal. No cabe
duda que le encantaría que su cuerpo disecado estuviera rodeado de los de
personas importantes en una sala especial; tiene esas pequeñas vanidades,
Chiner, el valenciano de Banyoles.
Al defender la disección sobre la neo-momificación, intento, sin
fortuna, imitar al Sr. Martínez, el filósofo de la taxidermia. Yo diría
que el problema de la nueva momificación es que uno no puede montar el
cuerpo del ser querido de cualquier forma: es un problema estructural. Ya
dije que, disecado, al ser querido se le puede dar una postura, la que uno
escoja. Imaginen ustedes al Tío Reveriano, o como se llame el tío de cada
quien, sentado a la mesa para siempre; o en su butaca favorita, viendo
perder a su equipo favorito por la tele; o en la postura de cantante de
ópera en medio del aria amada. Las posibilidades son infinitas y según el
gusto de cada quien, o según el recuerdo que quieran guardar de su tío
Reveriano. Lo malo es que uno escoge la postura una vez y luego ya no la
puede cambiar, está jodido. Como en la democracia que nos merecemos: uno
vota y luego se jode, aunque sea nada más durante cuatro años.
No sé muy bien, pero imagino que esto no se puede hacer con la
neo-momificación. O quizá estamos en vías de descubrir la manera de evitar
la rigidez de la disección. Tal vez, en el futuro, podamos tener a
nuestros seres queridos en casa para siempre, y poderlos cambiar de postura
cuando sea conveniente, como un Madelman. Así si vienen invitados a cenar,
pues hay uno más, aunque no coma y hable poco. Si viene el pretendiente de
la hija, la de ustedes, porque yo no tengo, podemos pegarle un susto de los
buenos, con el Reveriano sentado en el sofá, sosteniendo una birra en una
mano y un cigarrillo, que se acerca peligrosamente a quemarle los dedos, en
la otra. ¡Qué gran diversión para toda la familia! (¡Y qué bochorno para
la semi-tímida adolescente de las ricas tetitas, su ombligo al aire!)
Más vale que me calle, antes de que venga la policía moral y me
desnuque. Está claro que éste es un artículo de relleno. Yo pensaba que
tenía el mes de julio cubierto, pero el director en jefe del Almacén me
envió un correo en el que sugería que, debido a mi edad y, para camuflar, a
mis múltiples ocupaciones, había olvidado remitir mi crónica de La Ideal.
Así es la vida del reportero cultural, ¿qué le vamos a hacer?
En fin, no tiene caso que se preocupen, amados y cultos lectores de
Almacén, tengo un mes para averiguar qué ha pasado con la tertulia: prometo
que les mantendré dignamente informados.