Chiner: Hace mucho que no viene, don Manuel.
Martínez: ¿Sigue viviendo del papel couché?
Chiner: Pronto lo seguirán las cámaras incluso hasta el escandaloso interior de su alcoba.
Gil: Sí, bueno, es que tengo que atender el kiosco, es un trabajo agotador. Y sí, se venden muchas revistas de esas.
Es don Manuel Gil, kiosquero extraordinario, casado y con dos hijos, uno médico interino, otra funcionaria de Hacienda. Tiene sesenta y dos años y acaba de pagar la última letra del piso. Es lector y dice que feliz.
Chiner: ¿Nos ponemos a moralizar sobre el couché, o tenemos ideas mejores?
Martínez: Mientras llega el Taxidermista, nuestro héroe, les diré que la taxidermia y la prensa del corazón parecen actividades paralelas.
Chiner: Parecen y lo son.
Gil: No entiendo.
Martínez: Pues en ambas lo importante es la apariencia de vida. Antes se llamaba verosimilitud, y luego se quiso autodenominar realismo, pero yo creo que estaremos todos de acuerdo en que se trata de una trampa de artificio. Y el objeto de esa trampa es que pensemos que es verdad lo que se nos cuenta o muestra.
Gil: ¿Está llamando usted tramposo al Sr. Taxidermista en su ausencia?
Martínez: Mi querido don Manuel, en toda tertulia, es deber de los presentes criticar a los ausentes. Pero no, mi intención no era criticar.
Chiner: No se cohiba, Martínez.
Martínez: Pues no lo hago. Si se fijan ustedes en la mirada de un león disecado, ¿qué ven?
Gil: ¿Ferocidad?
Martínez: No.
Chiner: La majestad del Rey de la Selva.
Martínez: Muy virtual de su parte, Chiner. Yo creo que no se ve nada. Sus ojos son bolas de cristal. Su objetivo es que parezca feroz, majestuoso, vivo, de alguna manera.
¿Y la prensa del corazón?
Martínez: Lo mismo. La prensa nos muestra, por medio de su artificio, una vida deseable, la más deseable, vistas las últimas encuestas en la estulticia. Prensa, en el sentido actual, y taxidermia, en el de siempre, lo que quieren es que creamos en cierta vida que no lo es. Los llamados famosos se desviven por parecer vivos. Y sus disecadores nos los muestran en la playa, en el salón de su casa con un perrito prestado o en su cocina, preparando algo que nadie se comerá.
Gil: Entonces, según usted, querer ser famoso es equivalente a querer ser disecado.
Martínez: Pregúnteselo a Chiner, que no hace mucho se prestaba para sustituir al Negro de Banyoles.
Gil: Yo no probaría lo que ha preparado alguien muerto y disecado.
Chiner: Un pareado digno del más pintado.
Gil: No era mi intención...
Chiner: No, si usted nunca tiene intención de nada. Parece tan objetivo como la prensa adicta al régimen.
Martínez: Como les decía: para utilizar una palabra de moda, se trata de un simulacro. Porque, según me cuentan, la vida es dura. Pero si uno se hace disecar, pues entonces no está obligado a vivir, sino sólo a parecer que lo hace.
Chiner: ¿Y qué me dice usted de los disecados que argumentan que no se respeta su vida privada?
Martínez: Pues eso se parece mucho a los ojos de cristal de nuestro león, ¿no cree usted? El Sr. Barthes ya equiparó la fotografía con la muerte. Si usted se fija, nuestros famosos no lo son porque nosotros seamos testigos presenciales de sus hazañas, ni porque las canten los poetas, como antaño ocurría. Lo son porque aparecen fotografiados en la prensa, cuyos textos y reportajes son a penas pies de foto.
Gil: Pero también salen en la tele.
Martínez: También la técnica de la taxidermia se ha ido mejorando.
Chiner: Y el resultado es una mayor verosimilitud.
Martínez: Exacto, es usted una lumbrera, Chiner.
Chiner: Lo somos todos, mi querido Martínez, lo somos todos.
Martínez: Para dar el asunto por zanjado me gustaría obsequiarles a ustedes con una cita de Walter Benjamin, el héroe del Sr. Majoral, aquí presente y casi siempre silente:
"Los poderosos intentan asegurar su posición con sangre (la policía), con astucia (la moda), con magia (la suntuosidad)."