Durante los últimos años, y gracias a la atención internacional que las olimpiadas trajeron a Barcelona, el Negro de Bañolas (Banyoles, por si alguien llora) ha sido tema de aparición esporádica en telediarios, periódicos y alguna tertulia radiofónica. La tertulia de la Taxidermia La Ideal no podía ser menos. El asunto no se había discutido nunca en la tertulia, hasta que don Fernando Chiner, viajante de zapatos para niños, jubilado, lo sacó a la palestra. Lo hizo preguntando por qué iban a ser enterrados únicamente sus huesos, por qué no se le iba a enterrar tal y como se había mostrado al mundo durante el último siglo y medio.
El Taxidermista explicó que sólo se enterraría lo que quedaba de él, los huesos. Que el resto, paja, alambre y un pellejo que ya era más barniz que piel irían a dar a la basura.
Protestó el sr. Chiner que el resto también era Negro de Bañolas, que el Negro era todo eso. Mr. Martínez alegó que no se podía en seriedad entregar a las autoridades de Bechuana un hombre de paja.
—¡Hombre!— aportó el Farmacéutico, don Juan del Cuenco.— Les podríamos haber entregado alguno de nuestros ministros. Sobretodo los que tienen algo que ver con la política exterior.
Pero todos estuvimos de acuerdo en que este punto de la discusión no era interesante. Ahí hubo un silencio y yo fui a sacar una lata de máquina de bebidas. Fue cuando llegó la sorpresa: el sr. Chiner se presentó voluntario para suceder al Negro en el museo de Bañolas.
—Podemos ir al notario y lo arreglamos ahora mismo— dijo—. Yo lego mi cuerpo a la ciencia, el Taxidermista lo diseca, y ustedes van en procesión a Bañolas y lo entregan. Los catalanes no se pueden negar a recibirme.
—El valenciano de Bañolas, no está mal.
Eso lo dijo don Ernesto Martínez, siempre tan dado a la ceremonia.
La verdad es que existe un precedente histórico, aunque no en nuestro país. En algún lugar de Londres se exhibe el cuerpo disecado del filósofo utilitarista Jeremy Bentham. Fue el inventor de una maquinaria de vigilancia ideal llamada Panópticon. Este es una torre de vigilancia erigida en el centro de un patio alrededor del cual, de manera circular, está el resto del edificio de cualquier institución. Así el alcaide de una cárcel puede vigilar a sus presos constantemente, el director de un colegio a sus profesores y alumnos, el dueño de una fábrica a sus trabajadores. Hoy, la idea se ha mejorado: tenemos cámaras de vídeo. También inventó la "aritmética moral", según la cual hay que calcular el placer con respecto a la pena que este pueda merecer. En otras palabras, si a usted le provoca placer masturbarse en público, debe decidir si el escarnio y la posible cárcel que esta afición conllevan son inferiores al placer que usted deriva de ella. Si es así, adelante.
—Supongo que Bentham supondría que no lo serían, dijo el Farmacéutico.
La verdad es que no lo sé porque nunca he leído a Bentham. La escasa información que poseo está en mis apuntes de la carrera de filosofía.
—Ya entiendo, no sé quien dijo.
—Bueno, pues si hay un precedente moral, no sé por qué no lo vamos a hacer, recondujo la discusión el sr. Chiner.
—La humedad ha hecho estragos en el cuerpo de Bentham. Hace años, se le cayó la cabeza y tuvieron que ponerle una de cera.
—Sí, pero la tecnología ha mejorado desde el siglo diecinueve.
—¿Y por qué no se hace usted congelar, que está más a la moda? Mire a Walt Disney.
—Eso es si uno tiene el ánimo para que en el futuro le puedan revivir. No me interesa.
—No sea usted fatalista.
—Muy al contrario, mi querido Martínez. Yo estoy carcomido por la esperanza. Y mi esperanza es que los chavales que visitan el museo puedan ver a un hombre disecado y así darse cuenta de lo que somos.
—¿Y qué es eso?
—Pues nada. Si te entierran, te incineran o te disecan es lo mismo.
—Dudo que con usted concuerde la gusanera. La taxidermia no es para todo el mundo. No hay suficientes museos para alojar a todo el que se muera.
—Está el de Guanajuato, en México, terció un cliente que acababa de entrar.
—Sí, pero esos cuerpos no están disecados, sino momificados, y eso ocurre de manera natural, debido a los minerales que hay en la tierra.
—Podría usted irse a Guanajuato, sr. Chiner. He oído que si al cabo de siete años, nadie ha pagado por su tumba— y le prometo que nosotros no pondremos ni un duro—, le exhuman el cadáver y lo ponen en una vitrina, no sé si como ejemplo de la teoría que sea o simplemente para recaudar divisas.
Era tarde y el Taxidermista decidió que debía cerrar la tienda. Los contertulios, a excepción del Taxidermista y yo, que teníamos trabajo, continuaron la discusión en los bares del centro. Sé que a don Fernando Chiner, lo depositaron, dormido y borracho, en el umbral de su casa; que los contertulios que aún seguían discutiendo llamaron al timbre y corrieron; que nadie ha ido a ver a notario alguno; y que no se ha vuelto a hablar del tema en La Ideal. Buenas noches.