Revista poética Almacén
Colaboraciones

Internet y revolución cultural

Marcos Taracido


[Marcos Taracido]

En una historia de la humanidad internet ocupará el lugar de una revolución en el ámbito cultural. En ese sentido la metáfora de la red es perfecta por cuanto ésta y aquella son igualmente un sistema de múltiples cuadriláteros que, formados por hilos que se cruzan y se anudan en sus cuatro vértices, lo constituyen. En cada uno de esos nudos se entrelazan ideas, opiniones, creaciones y gritos que son compartidos sin trabas ni fronteras: cultura, cultura en cantidades y formas que no se habían visto nunca.

El libro

Es una obviedad que el libro tal y como hoy lo conocemos dejará de existir. Su fisicidad se reducirá a la misma que en la actualidad tienen las tablas de arcilla, las cerámicas pintadas o los papiros: objeto de museo. La razón es política: en un mundo en que el espacio es el nuevo oro negro, el tamaño de la cultura es molesto y obsoleto; pero también práctica: lejos de la lastrada lectura en la pantalla del ordenador, la lectura se hará en pequeños utensilios portátiles, del tamaño de un libro de bolsillo, desde donde se podrá acceder a todas las bibliotecas y librerías virtuales del mundo, así como diccionarios y enciclopedias y hemerotecas. El hipertexto será una realidad que convertirá un exiguo aparato en todos los libros. [1] El libro de papel es un objeto molesto: demasiado pesado, demasiado voluminoso, demasiado caro y demasiado único en su oferta: una sola novela, un solo poemario, un solo ensayo. Es bello, sí, y tardaremos varias generaciones en asumir la pérdida del tacto del papel, del diseño de las portadas o del olor que desprenden, pero mucho más bellos eran los papiros egipcios o los códices medievales, y ahora vamos a gozarlos a los museos.

Ubicuidad

Se acabaron las trabas espaciales. Hoy puedo acceder a la cultura generada en cualquier punto del mundo [2] sin esperar a que las editoriales decidan publicarlo o no [3] . El quebradero de cabeza de las editoriales y los autores es la distribución: encarece el producto, lo frena en su expansión y, en la inmensa mayoría de los casos, no sobrepasa las fronteras del país que lo genera: acceder en España a las creaciones de artistas colombianos, peruanos o guatemaltecos (y viceversa) en publicaciones o exposiciones es poco más que imposible salvo que sean fichados por grandes grupos editoriales o culturales con criterios no siempre estéticos o de calidad. Eso se va a acabar: basta poseer un ordenador y una línea telefónica para tener tu propio libro o sala de exposiciones [4] .


Inmediatez

La comunicación de contenidos en internet es inmediata. Es la consecuencia de la pérdida del valor espacial. Al enviar una carta tradicional el emisor tiene conciencia de una distancia temporal entre su emisión y la recepción de la misma, distancia que se dobla si espera contestación. Una emisión por medio del correo electrónico llega a su destino en unos segundos, lo que hace que los implicados en la comunicación sustituyan esa noción temporal de distancia por la de inmediatez. Paradójicamente, esta inmediatez genera prisa y muy a menudo las comunicaciones en la red se caracterizan por el descuido y la ligereza estilísticas y de contenido. Sin embargo, la aparición del correo electrónico, de las charlas en tiempo real y de los foros de opinión, ha provocado que generaciones enteras que habían renunciado a escribir la más mínima comunicación lo hagan ahora profusamente. Nunca antes se había escrito tanto.

Información

El acceso a la información se ha universalizado. Internet es una gigantesca enciclopedia gratuita [5] . Los medios de comunicación tradicionales establecen una relación de pasividad con el receptor: éste escucha, ve o lee lo que le ofrecen; en la red se invierten los papeles: cada cual se dirige a donde más le interesa porque toda la oferta de contenidos está ahí, lista para ser encontrada.

A esto hay que sumar la proliferación de páginas personales que dan voz a ideas y creaciones que de ningún otro modo verían la luz. El fenómeno de las bitácoras es significativo por cuanto traslada la silenciosa elaboración de un diario personal a la desnudez pública: el ansia por comunicar ha lanzado a miles de personas a crear la suya propia para ser leído; y estas herramientas rompen el tradicional unilateralismo en la comunicación porque casi todas ofrecen un sistema de “comentarios” que permite al lector convertirse en emisor opinando sobre lo que lee.

Lejos de la corporatividad del mundo “real” de la cultura, donde sólo colectivos, asociaciones o grupos mediáticos pueden gestionar con solvencia la información, en internet hay cientos de personas que individualmente elaboran contenidos de cultura y los publican en la red, muchas veces trabajos de gran calidad y, sobre todo, que nunca afrontarían la edición tradicional por falta de interés comercial: de este modo, se suple la carencia cultural provocada por la tiranía de la mayoría: si a una sola persona le interesa un tema, estará en la red [6] .


«Cultura abierta»

Este término es una acuñación de Alberto Vázquez en su artículo Cultura abierta: el fin de la propiedad intelectual [7] . Allí, resumiendo mucho, pone en tela de juicio el actual y paternalista concepto de cultura y propone sustituirlo por uno que emule a los movimientos de software libre que propugnan la desaparición de la autoría y la libre manipulación de los programas informáticos: que el concepto de autor se diluya con la obra, que la obra pueda ser manipulada y modificada por todo el que libremente se apropie de ella y que, finalmente, cualquiera pueda intentar aprovecharse económicamente del producto cultural siempre y cuando no evite que lo hagan los demás. Que fluya libremente la cultura. Mi labor ahora no es repetir lo que cualquiera puede leer en el artículo original, sino señalar que esta propuesta que a todos nos cuesta asumir, tiene un sólido apoyo en la historia de las culturas; de hecho, el sistema de cultura libre que propone Alberto Vázquez se cumplía exacta y efectivamente en la Edad Media:

No existía el concepto de autoría. Las obras eran un producto siempre inacabado por cuanto eran constantemente modificadas según criterios varios: dar color local a la historia narrada, divertir a la audiencia o solventar problemas de olvido métrico. El autor original se perdía casi de inmediato porque la obra tenía una intención comunicativa muy lejana de la autoexposición de una visión particular del mundo. Las modificaciones se producían tanto individualmente, por trovadores que personalizaban su repertorio, como por la memoria popular que adaptaba a sus gustos la historia. Y además, todo el que quería podía aprovechar la obra para su beneficio económico personal: no otra cosa hacían los trovadores cuando cantaban la enésima versión del Poema de mío Cid a cambio de una monedas o de comida y cama.

Nuestro concepto de autoría –y el de cultura tal y como ahora lo entendemos– nace con la revalorización del hombre y de la cultura clásica que trae el Renacimiento, es decir, con el descubrimiento del autor que Roma ya había instaurado, y con la aparición de una imprenta que permitía la fijación de los textos y cuyo caro proceso de producción exigía el impedimento de la libre circulación y manipulación de las obras.

Esa «Cultura abierta» del Medievo también se daba en la Grecia homérica:

Los homéridas, por ejemplo, aseguran todos que dicen poemas atribuidos al ancestro fundador, un tal Homero. De este modo, el poema se convierte en el centro de la actuación y no ya el hombre que lo dice y forma un todo inseparable con el poema mismo. Por lo tanto, el garante de la actuación ha dejado de ser el cantor para pasar a serlo el que nosotros llamaríamos el «autor»; dicho de otro modo, el que tiene la autoridad para defender el canto sin ser su autor en el sentido moderno del término, es decir, el creador de una palabra nueva que sería su prolongación. Homero, es, por definición, el gran ausente. [8]

Desaparece el autor. Desaparecen por tanto los museos: no hay nada que guardar ni proteger porque el arte, la literatura es propiedad de cada uno de los lectores. La consecuencia es el protagonismo absoluto de la obra, una revolución que sólo puede tener lugar en y con internet por lo que la red ya supone de ámbito para la libertad, un sistema de múltiples cuadriláteros formados por hilos que se cruzan y se anudan en sus cuatro vértices, nudos de ideas que se expanden sin barreras hacia los otros nudos que las retoman, rehacen y vuelven a lanzarlas en todas direcciones.

[1] No abordaré en este artículo los posibles inconvenientes de la nueva cultura salvo en las notas al pié. Y la primera pega es el tratamiento económico que se derive de esa nueva realidad: quizás, la apropiación total de la cultura por los bancos y las editoriales digitales.

[2] Evidentemente, cualquier parte del mundo que tenga la mínima tecnología necesario para ello. Pero el argumento de que internet no llega a las zonas más deprimidas es demagogia intencionada: ¿Sí llegan los libros de papel? ¿Llegan las conferencias o los conciertos?

[3] Con esto surge el problema de la diferenciación de contenidos: al no discriminar la publicación con cualquier criterio, vale todo y entonces la dificultad estriba en navegar con oleaje y sin brújula. Pero al ser internet un medio más libre, la democracia del boca a boca va distinguiendo los contenidos relevantes de los que no lo son. Ese tipo de webs que publican todo lo que les llega se anulan a sí mismas al convertirse en una galaxia para ser observada sin telescopio.

[4] Ahora mismo el impedimento para darse a conocer es mucho mayor que el de la tecnología.

[5] Y gratuita sólo en parte por cuanto se paga el acceso telefónico. De todos modos, cada vez son más los proyectos gubernamentales que dan acceso totalmente gratuito a sus ciudadanos. Y en cualquier caso, ese acceso siempre es más barato que un libro o la entrada de un concierto.

[6] Un análisis más en profundidad daría al traste con buena parte de la cultura literaria: por ejemplo, la redefinición de espacio en internet y este surgimiento de las iniciativas personales desterraría el molesto pero necesario concepto de “antología”: carecería de sentido si se puede acceder a toda la obra el hace selecciones; en cualquier caso la selección la hará cada lector particular.

[7] Por favor, no se quedan con este torpe resumen y lean el artículo entero: merece la pena.

[8] Florence Dupont, La invención de la literatura, Editorial Debate, Madrid, 2001. Pag. 82.


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