Libro de notas

Edición LdN
Una aguja en un pajar por María José Hernández Lloreda

Se pretende ir construyendo, los días 10 y 20 de cada mes, una antología personal de poemas (que no de poetas) de autores más o menos contemporáneos, más o menos conocidos. Los poemas tienen en común el ser lo suficientemente cerrados para producir una sensación/idea compacta y lo bastante abiertos como para que además emerjan nuevas significaciones con cada nueva lectura. La autora es profesora del Departamento de Metodología de las Ciencias del Comportamiento de la Facultad de Psicología de la UCM.

El Crematorio. Manuel Vilas

Les pregunté por el horno a aquellos dos tipos,
era la noche del 18 de diciembre del año 2005,
carretera de Monzón, que no sabes dónde está Monzón,
es un pueblo perdido en el desierto.
Aires de tormenta en lo Alto, sobre la nada desnuda
como una recién casada, luna abajo de las carreteras muertas.
Monzón, Barbastro, mis sitios de siempre.
Me dejaron ver por la mirilla y allí estaba ya el ataúd ardiendo,
resquebrajándose, la madera del ataúd al rojo vivo.

El termómetro marcaba ochocientos grados.
Imaginé cómo estaría mi padre allí dentro de la caja.
Y la caja dentro del fuego y mi corazón dentro del terror.
Hasta las ganas de odiar me estaban abandonando.
Esas ganas que me habían mantenido vivo tantos años.
Y mis ganas de amar, ¿qué fue de ellas? ¿Lo sabes tú,
Señor de las grandes defunciones que conduces
a tus presos políticos a la insaciabilidad, a la perdurabilidad,
a la eternidad sin saciedad, oh, bastardo,
Tú me arrancas,
amor de Dios, oh, bastardo?

Recoge a ese hombre en mitad del desierto.
O no lo recojas, a mí qué puede importarme
tu presencia heladora en esta noche del borracho
que he sido y seré, contra ti, o a tu favor,
es lo mismo, qué grandeza, es lo mismo.
El principio y el final, lo mismo, qué grandeza.
El odio y el amor, lo mismo; el beso y la nalga,
lo mismo; el coito esplendoroso en mitad de la juventud
y la putrefacción y la decrepitud de la carne,
lo mismo es, qué grandeza.

El horno funciona con gasoil, dijo el hombre.
Y miramos la chimenea,
y como era de noche,
las llamas chocaban
contra un cielo frío de diciembre,
descampados de Monzón,
cerca de Barbastro, helando en los campos,
tres grados bajo cero,
esos campos con brujas y vampiros y seres como yo,
«allí sube todo», volvió a decir el hombre,
un hombre obeso y tranquilo,
mal abrigado pese a que estaba helando,
la espesa barriga casi al aire,
«dura dos o tres horas, depende del peso del difunto,
dijo difunto pero pensaba en fiambre o en saco de mierda,
antes hemos quemado a un señor de ciento veinte kilos,
y ha tardado un rato largo», dijo.
«Muy largo, me parece», añadió.

«Mi padre sólo pesaba setenta kilos», dije yo.
«Bueno, entonces costará mucho menos tiempo»,
dijo el hombre. El ataúd ya era pepitas de aire o humo.

Al día siguiente volvimos con mi hermano
y nos dieron la urna, habíamos elegido una barata,
se ve que las hay de hasta de seis mil euros,
eso dijo el hombre.

«Sólo somos esto», sentenció el hombre de una forma ritual,
con ánimo de convertirse en un ser humano, no sabiendo
ni él ni nosotros qué es un ser humano,
y me dio la urna guardada dentro de una bolsa azul.
Y yo pensé en él, en lo gordo que estaba, en cuánto tardaría él
en arder en su propio horno. Y como si me hubiera oído
dijo «mucho más que su padre» y sonrió agriamente.

Entonces yo le dije «el que tardaría una eternidad
en arder soy yo, porque mi corazón
es una piedra maciza y mi carne acero salvaje
y mi alma un volcán
de sangre a tres millones de grados,
yo rompería su horno con solo tocarlo,
créame, yo sería su ruina absoluta,
más le vale que no me muera por aquí cerca».
Por aquí cerca: descampados de Monzón,
caminos comarcales,
Barbastro a lo lejos, malas luces,
ya cuatro grados bajo cero.

Coja las cenizas de su padre, y márchese.

Sí, ya me voy, ojalá yo pudiera arder como ha ardido
mi padre, ojalá pudiera quemar
esta mano o lengua o hígado de Dios
que está dentro de mí,
esta vida de conciencia inextinguible
e irredimible;
la inextinción del mal y del bien,
que son lo mismo en Él.
La inextinción de lo que soy.

Ojalá su horno de ochocientos grados quemase lo que soy.
Quemase una carne de mil millones de grados inhumanos.
Ojalá existiera un fuego que extinguiese lo que soy.
Porque da igual que sea bueno o malo lo que soy.
Extinguir, extinguir, extinguir lo que soy, esa es la Gloria.

Coja las cenizas de su padre, y márchese.
No vuelva más por aquí, se lo ruego, rezaré
por su padre. Su padre era un buen hombre
y yo no sé qué es usted, no vuelva más por aquí.
Se lo ruego. Por favor, no me mire, por favor.

Tuvo un Seat 124 blanco, iba a Lérida,
visitaba a los sastres de Lérida y a los de Teruel,
comía con los sastres de Zaragoza,
pero ahora ya no hay sastres en ningún sitio,

dijo una voz.

Qué solo me he quedado, papá.
Qué voy a hacer ahora, papá.
Ya no verte nunca es ya no ver.
Dónde estás, ¿estás con Él?
Qué solo estoy yo, aquí, en la tierra.
Qué solo me he quedado, papá.

No me hagas reír, imbécil.

Oh, hijodeputa, has estado conmigo allí
donde yo estuve, sin moverte de las llamas.
He viajado mucho este año, mucho, mucho.
En todas las ciudades de la tierra, en sus hoteles memorables,
y también en los hoteles sucios y bien poco memorables,
en todas las calles, los barcos y los aviones,
en todas mis risas, allí estuviste, redondo
como la memoria trascendental, ecuménica y luminosa,
redondo como la misericordia, la compasión y la alegría,
redondo como el sol y la luna,
redondo como la gloria, el poder y la vida.

Manuel Vilas
de Calor. (Visor, 2008)

María José Hernández Lloreda | 10 de abril de 2009

Comentarios

  1. María José
    2009-04-18 19:49

    Acabo de tener otra decepción con el “mundo oficial” de la poesía. Para mi “Calor” ha sido uno de los grandes descubrimientos de este año, cuando lo leí vi que le habían dado el premio de poesía Fray Luis de León junto a Eduardo García y empecé a leer también La Vida Nueva . En fin, me parecía que eran la noche y el día, incromprensible que compartieran premio. Ayer me enteré de que Calor estaba nominado para el premio de poesía de la crítica junto con el de Eduardo García. Y cuál ha sido el resultado.

    En fin, para mí el 2008 es un año muy bueno para la poesía porque se han publicado al menos cuatro libros nuevos de poesía que son realmente buenos, pero ninguno de ellos está, de momento, entre los que merecen el reconocimiento público y oficial.

  2. Marcos
    2009-04-18 21:52

    La verdad es que este poema me sorprendió positivamente, aunque para mi gusto es irregular. Me haré con el libro.

    Y podías compartir esos otros tres títulos que apuntas, que uno anda escaso de recomendaciones fiables.

    Saludos

  3. María José
    2009-04-18 22:50

    Marcos, ¿por qué te parece irregular? Yo la única pega que le pongo es que quizá lo habría terminado antes del último párrafo, pero lo demás me parece increíble y con algunos logros de altísima poesía, como:

    “El termómetro marcaba ochocientos grados.
    Imaginé cómo estaría mi padre allí dentro de la caja.
    Y la caja dentro del fuego y mi corazón dentro del terror.
    Hasta las ganas de odiar me estaban abandonando.
    Esas ganas que me habían mantenido vivo tantos años.”

    o

    “Ojalá su horno de ochocientos grados quemase lo que soy.
    Quemase una carne de mil millones de grados inhumanos.
    Ojalá existiera un fuego que extinguiese lo que soy.
    Porque da igual que sea bueno o malo lo que soy.
    Extinguir, extinguir, extinguir lo que soy, esa es la Gloria.”

    Y es esa mezcla entre lo que podría ser poesía de la experiencia (la única escrita en castellano que me ha interesado) y estas ruputuras que son reflexiones de altísimo nivel la que hacen que sea un gran poeta.

    Marcos, yo comparto todo, me parecía que era evidente cuáles eran los otros libros de poesía que se habían publicado en el 2008 y que los considero muy muy buenos ;)

  4. Marcos
    2009-04-20 23:38

    Como te dije, me gusta mucho, pero hay algo que me impide considerarlo redondo; sobra el último párrafo, sí, y también el que está en cursiva. Y después, tengo dificultades para entrar en el tono conversacional, no sé si falla el ritmo de la conversación o si es simplemente que yo le pido más música al poema.

    En cuanto a lo de los poemarios recomendables, pensé que te referías a otros más lejanos, esos los daba por sabidos :)

    Saludos

  5. María José
    2009-04-20 23:58

    El párrafo que está en cursiva, al principio tampoco me entusiasmaba, pero después de leerlo varias veces, me remite a una sensación que se produce en los entierros, donde se habla del muerto de una forma a veces grotesca, con los recuerdos que uno tiene que son de lo más peculiares.

    SIn embargo, para mí lo de la conversación es uno de los grandes aciertos del poema.


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