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Torreón de Tramoya por Rosalía Ramos

Desde la posición privilegiada del que ve sin ser visto, Rosalía Ramos, filóloga culpable de Las notas de Doxa Grey, desvela con respeto los 4 de cada mes los entresijos de la caja escénica, las esencias de los textos, los engranajes actorales y, en definitiva, la magia que se despliega sobre y en torno a las tablas. Eso que puede lograr que el espectador, frente a un escenario, se olvide hasta de sí mismo. O tome conciencia, en plena catarsis, de quién es y a qué ha venido.

“No piensen en si lo entienden o no. Simplemente, disfruten. Sientan. Disfruten la música, el baile. Disfruten del espectáculo.”

Aquí iría una crítica de Either/Or. Aquí hablaría de su director, el danés Anders Nyborg, y de sus palabras al final del espectáculo la noche de su estreno en el Centro de Arte Dramático de Shanghai. Hablaría de por qué llamaba a no dejarse abrumar por un sesudo referente como es Kierkegaard, al que, como ya dijimos, se adaptaba siguiendo la partitura de los grotescos y siempre magníficos The Tiger Lillies.

Hablaría de cómo una pantalla venida a telón se convertía, en los entreactos, en un teatro de sombras que, con sobretítulos en chino que recordaban a esos carteles de cine mudo, iba poniendo al público en antecedentes de la historia de Johannes, ese seductor empedernido que va conduciendo a la joven Cordelia a los abismos de la abyección. Contaría cómo la escena, un escenario a dos niveles unidos por un par de escaleras, y salpicados de faroles chinos, recreaba un antro del Shanghai del vicio. De ese Shanghai de 1937 que es ya un lugar tan mítico en nuestro inconsciente como el Berlín de entreguerras.

Hablaría de unos Tiger Lillies disfrazados de marineros, de un grandísimo y carismático Martyn Jacques con la cara embadurnada de blanco tiza y un gorrito con coleta de chino de chiste que maúlla canciones de bar con el tono impecable de borracho lúcido, hablaría de Adrian Huge, Adrian Stout y Xu Sumin como comparsa perfecta. Contaría cómo las canciones, en inglés con sobretítulos en chino, se iban sucediendo mientras Jacques iba alternando acordeón y piano y le ponía voz a una escena por la que van desfilando chulos, putas, madames y algún que otro sacerdote buscando a Dios bajo unas faldas.

Quizá contaría cómo los faroles chinos iban cambiando de color según el tono de la escena. Cómo la obra iba oscilando entre lo jocoso de las canciones de marineros (I need a whore) interpretadas, para más chanza si cabe, por tres mujeres, a lo explosivo, con dinámicas escenas corales en las que mujeres envueltas en qipao que fuman en boquilla acarician, invitadoras, las solapas del traje a caballeros adinerados, mientras suena la música y se disponen las cartas y se sirve alcohol y la noche se vuelve turbia. Hablaría de las sensaciones inequívocas que se producen en el espectador cuando está ante un buen espectáculo y que se traducen en unas incontenibles ganas de aplaudir cuando termina cada canción.

Hablaría de todo esto, si no fuera porque de lo que de verdad recuerdo es ese hechizo que nos llevó, por algo más de una hora, a ese tiempo y a ese lugar que sólo existen en un imaginario colectivo hecho de retazos de cine y de canciones y que, de pronto, encajó en ese puzzle de nuestra memoria de ficciones y, durante el tiempo que duró la obra, estábamos allí, bailando, fumando en ese antro (algo tan mítico también que ya sólo sucede en lugares remotos como China), respirando el olor viejo de la madera y el polvo, temblando con los bombardeos, sintiendo la delicada fragancia de la frágil Cordelia mientras va siendo arrastrada hacia el abismo, sintiendo también la irresistible fuerza magnética de Johannes, su tristeza y soledad final; y el cinismo sonriente con el que Jacques y su troupe espetan a quien les mira “Forget about us”.

Probablemente, lo que nadie hará una vez caiga el telón.

Rosalía Ramos | 04 de marzo de 2013

Comentarios

  1. neo es natural
    2013-03-05 14:13

    La verdad es que me parece una frase con mucho sentido y yo la aplicaría a múltiples cosas, como por ejemplo el cine, a veces nos limitamos a valorar el valor artístico de una película o las buenas interpretaciones, o un guión realmente original, pero dónde queda el entretenimiento? A veces hay que valorar las cosas simplemente en la medida en la que nos hacen disfrutar…

  2. it's true?
    2013-03-07 06:03

    this it’s true, i feeling any thingn more last for my hand we cause brooken an troubles … and neddless

  3. alberto
    2013-03-20 12:57

    creo que de hecho el entretenimiento a veces está infravalorado en las artes, a veces importa más si algo te entretiene, te hace pasar un buen rato o te hace sonreir, que por ejemplo la actuación maravillosa de un actor que podría optar a un Oscar


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