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Textos del cuervo por Marcos Taracido

TdC es un diario de lecturas, un viaje semanal por la cultura. Marcos Taracido es editor de Libro de notas. Escribió también las columnas El entomólogo, Jácaras y mogigangas y Leve historia del mundo [Libro en papel y pdf]. Ha publicado también el cómic Tratado del miedo. La cita es los jueves.

Formación del profesorado

Soy profesor de lengua y literatura castellana en un instituto, en el que tengo plaza ganada por oposición en el año 2006. En ese proceso de selección no demostré saber dar una clase o gestionar un aula, y ni antes ni después hubo alguien que me enseñara a hacerlo, dejando a un lado el aprendizaje que te da la propia experiencia diaria, la observación y el diálogo con colegas y alumnos.

El título universitario que me permitió opositar fue el de licenciado en Filología Hispana. Cinco años de estudios en los que ni una sola asignatura tenía que ver o hacía referencia a la enseñanza, lo que quince años después sigue igual. Aprendí muchas cosas, claro, y adquirí conocimientos que indirectamente me sirven para ejercer la docencia, pero ninguna indicación, técnica, método para aplicar esos conocimientos en un aula.

Tras obtener el título, requisito indispensable para poder matricularse en las oposiciones de la Enseñanza es realizar el CAP), Certificado de Aptitud Pedagógica. Por entonces, y creo que no ha cambiado demasiado, consistía en un cursillo de unas cuantas horas del que no recuerdo absolutamente nada; al terminarlo te asignaban un instituo de Secundaria en el que tenías que hacer las prácticas, teóricamente consistentes en que un tutor, profesor de ese instituto, se encargaba de introducirte en el mundo de la enseñanza práctica, guiándote, introduciéndote en el aula y, finalmente, encargándote la impartición de alguna clase. Bien hecho es mejor que nada. Insisto: mejor que nada. Pero les cuento mi caso y el de, por lo que yo sé, la mayoría: llegué al instituto, me presenté a mi tutor y este, sumamente amable, me enseñó las instalaciones del centro, me metió en un aula en la que se estaba impartiendo clase, me presentó, para mi sonrojo, a los alumnos, y me llevó a su despacho, lugar en el que me aconsejó leer a Vygotski y me dijo, con una gran sonrisa, que no hacía falta que volviese por allí, y no me pareció mal.

Entonces me puse a preparar oposiciones; el proceso consistía en estudiar, creo recordar setenta y tantos temas divididos en las historia de la literatura por un lado y la lingüística y pragmática por otro. Y sí, había un tema, uno, titulado Didáctica de la literatura. Paralelamente, acudí durante una temporada a clases prácticas en las que un estupendo profesor, que fue con el que más aprendí en toda mi vida estudiantil, nos ayudaba a preparar la parte práctica, comentario de textos literarios, lingüísticos y filológicos. Aprobé al cuarto intento. Tuve mucha suerte, es imprescindible tenerla; estudié mucho, pero tuve mucha suerte: en el primer examen, eliminatorio, tocó el tema del Ensayo; lo dominaba bastante bien, pero jugué también con otro parámetro: es uno de esos temas que casi nadie domina, incluido el jurado; y yo tengo mucha imaginación. Aprobé. Segunda y definitiva prueba, la encerrona: presentas una programación didáctica y el Tibunal te da a escoger entre dos temas para que expliques cómo los enseñarías en un aula. Me tocó el que mejor dominaba y del que más material didáctico tenía: el Teatro del Siglo de Oro. Y aprobé. La prueba consistía en decir cómo enseñarías tu ese tema, no en dar una clase práctica. En cualquier caso, el Tribunal está compuesto por profesores que recibieron la misma enseñanza que recibiste tú.

Y entonces empiezas a dar clases. El primer año estás a prueba. Es una manera de decirlo, no conozco a nadie que no la haya superado: te asignan un tutor en el instituto al que te destinan, tutor que invariablemente se limita (yo he sido tutor posteriormente, qué vas a hacer si no) a firmar el apto al finalizar el curso.

Ah, y falta lo mejor: los cursos de formación, la conocida como formación permanente, un chiste inservible que se utiliza casi con exclusividad para ganar puntos o acceder a los sexenios. Vale infinitamente como mérito para cualquier cosa relacionada con la docencia que yo, profesor de lengua y literatura, haga un curso online de Excel que publique una novela juvenil o una antología de poemas del Renacimiento.

Así que cuando te plantas en un aula nada en tu formación te ha preparado para establecer una estrategia de enseñanza de los muchos conocimientos que has adquirido (y digo conocimientos, porque no has adquirido ninguna otra cosa), nada sabes —más allá de lo que te haya enseñado Lev Vygotski— sobre los adolescentes, nada sobre resolución de conflictos, detección de problemas cognitivos, métodos de evaluación… y nada sobre otros muchos cargos o tareas que seguro te verás obligado a asumir antes o después, como el de bibliotecario, tutor, técnico en ordenadores, dinamizador de, gestor de personal, secretario, director de un centro o vigilante, entre otros muchos. Pero qué demonios, tenemos muchas vacaciones, y afortunadamente el estado tampoco nos indica cómo utilizar el tiempo libre.

Marcos Taracido | 14 de noviembre de 2013

Comentarios

  1. bydiox
    2013-11-14 03:04

    Por suerte (?) ahora el CAP ya no existe y lo ha sustituido un magnífico (?) Máster en formación del profesorado, que hay que cursar tanto si eres Filólogo Hispánico como si has cursado el Grado en español.

    Obviamente los 2k del Máster solo sirven para obtener el dichoso título, no para formarte realmente en nada. Eso sí, sí que nos dan el coñazo con Vigotsky.

  2. Álber Vázquez
    2013-11-14 06:22

    Por si te sirve de consuelo, eso sucede en todos los oficios: uno se va formando en lo real sobre la marcha. Para todo dentista hay una primera muela, para todo mecánico una primera biela y para todo novelista un primer manuscrito. La técnica (el librillo) se aprende con la experiencia. No hay otra.

  3. Marcos
    2013-11-14 06:39

    Ya, bidiox, lo esperable.

    No Alber, no. Por supuesto que por mucho que te hayan enseñado el primer día delante de 30 adolescentes estás desnudo y tienes que aprender muchas cosas día a día, pero un dentista la primera vez que tiene que arrancar una muela ya sabe toda la técnica, a practicado con conejillos de indias, etc. Nosotros no, no sabemos nada más que contenidos que, en su inmensa mayoría, no enseñaremos nunca; pero nada, absolutamente nada, de cómo enseñar esos contenidos, nada sobre problemas que podamos encontrarnos en los alumnos, nada sobre técnicas que puede ayudarnos mucho a gestionar una clase, una tutoría, un Departamento o un instituto.

    Saludos

  4. Álber Vázquez
    2013-11-14 06:48

    La capacitación práctica real es proporcional al riesgo de daños. Por eso los médicos o los pilotos de aviones comerciales realizan prácticas que duran años. ¿Se muere alguien si enseñas mal a Calderón de la Barca? ;-)

  5. Dubitador
    2013-11-14 15:58

    Creo que Marcos tiene toda la razon.

    Es una paradoja que no se acumule, procese, filtre y trasnmita todo un conocimiento relativo a la tarea de profesor, que no es la del meramente colocar unos contenidos.

    El modo tradicional de enfocar las horas de aula y el tiempo escolar imita la regimentacion del cuartel y la fabrica, tanto mas cuanto mayor sea la concentracion de alumnos por aula.

    Todas las asignaturas y lecciones tienen el mismo escenario y exactamente unos tres cuartos de hora de duracion. Todas las asignaturas, todos los cursos, avanzan al paso, comenzando y finalizando el mismo dia.

    El aula es un sitio donde no se quiere estar y hay que aprender a sobrellevar. La asignatura principal es focalizar la atencion en la autoridad, con independencia de su desempeño, de la amenidad e inteligibilidad de lo que diga o haga.

    Lo que con mayor probabilidad se aprende haciendo, o sea el librillo que cada profesor se va labrando con la experiencia, suele reducirse a estrategias de supervivencia, de control del aula, pero ello no implica por necesidad ascenso en la excelencia docente. Habra errores que mientras no supongan coste para su perpetrador, se repetiran curso tras curso y el que confluyan las circunstancias reveladoras del error como tal es pura dadiva del azar.

    Deberia poderse aprender actitudes y procedimientos que propicien la deseable excelencia y entre ellos el aprender a conseguir que el tiempo de aula resulte mas llevadero en si y con independencia del atibuido valor de lo que se está tratando.

  6. Álber Vázquez
    2013-11-15 06:05

    Pues no. ¿Por qué habría que gastar recursos en hacer que el tiempo en el aula sea “más llevadero”? Aprender conocimientos de forma sistemática es una lata. Cualquiera que haya estudiado lo sabe. Hay asignaturas que son un coñazo pero que constituyen partes indispensables del andamio académico de una persona. ¿Por qué diablos tendríamos que hacer ameno lo que no lo es? ¿Por qué se tiene la sensación de que no se hace aún lo suficiente? Los chicos a los que enseña Marcos son unos privilegiados. Han nacido en el primer mundo y disfrutan de una educación gratuita de calidad. Nace tú en Nigeria y verás qué desarrollo académico tienes… A pesar de todo, ¿pegas? Me siento concernido porque mi hija, precisamente, estudia el bachillerato y siempre se está quejando de tal profe, de tal materia, de tal asignatura. ¿Debería hacérsele “más llevadera” la vida en el aula a mi pobre niña? Pues no. Que se aguante, que apriete el culo y que aprenda a valorar la inmensa suerte que tiene.

  7. Marcos
    2013-11-15 07:35

    Alber, podría coincidir contigo en alguna cosa, pero tu discurso se parece demasiado a los que sotienen que no hay que protestar por los recortes y luchar por los derechos laborales sino agrecer lo que se tiene, porque hay 6 millones de parados y en Mongolia se trabajan 14 horas al día e ínfimas condiciones.

    Saludos

  8. Álber Vázquez
    2013-11-15 08:34

    No, no, ni por asomo yo digo eso. A mí, la línea general de tu argumentación me parece bien: eres un maestro que consideras que sería mejorable el sistema de acceso a la profesión y que eso redundaría en beneficio de todos. Hasta ahí, perfecto. Me parece sanísimo proponer mejoras.

    Pero lo profesores son profesores, y no otra cosa. De ellos espero que hagan todo lo que esté en su mano para hacer bien su trabajo. Pero exijo lo mismo a los alumnos. Porque, de un tiempo a esta parte, se los ha sobreprotegido hasta el extremo de volverlos medio tontos e inútiles para la universidad y para la vida real.

    Quiero con esto decir que “la excelencia” de la que habla Dubitador no es tanto responsabilidad del estado como de uno mismo. Todavía puedes remangarte, estudiar como un león y convertirte en el rey del mambo. No es fácil, claro; supone un esfuerzo increíble, desde luego. Pero las posibilidades están ahí porque España sigue siendo un país del primer mundo con un sistema educativo público bastante decente.

  9. Cayetano
    2013-11-15 11:59

    Nada especial que decir, pero cuando he leído éste artículo me he acordado de lo que habéis montado aquí :)

  10. Dubitador
    2013-11-20 21:35

    Gracias don Cayetano.
    Me ha encantado el articulo del sr Pablo Martinez Zarracina.
    Maestro es una de las profesiones mas dignas que puedo imaginar. Tanto que considerarlo profesion es casi desmerecerlo. Un maestro imbuido en su quehacer está ejerciendo un sacerdocio.
    Quejarse de los alumnos y despotricar de su burrez nuca será signo de competencia. Que los jovenes no sean dificiles, eso si que seria mala señal. Enfrentar ese natural malestar con disciplina, o sea con amenaza de violencia e instauracion de un clima de temor preventivo, desdice el mismo concepto de educacion y cultura, pues propicia e inculca un determinado modelo de resolucion de conflictos.
    ¿Que decirle a un profesor airado? Pues nada mas que mostrarle a otro profesor no airado que imparte su disciplina al mismo curso.

  11. Dubitador
    2013-12-14 04:36

    ¡Lo que tiene que hacer un profe moderno para que la juventú preste un poco de atencion!
    http://www.youtube.com/watch?v=uTfrDWJre84&feature=related


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