Hola , queridas. Como el título indica, hoy descenderemos a las profundidades del olvido, la nada, el cero absoluto de la fama. La fama televisiva, claro, nada tiene que ver con lo que los antiguos, o sea Jorge Manrique (para no salirnos de nuestra lengua, el espeinol), llamaban fama: reputación y de la buena. Hoy, fama es sinónimo de notoriedad. Pero notoriedad es palabra larga que queda lejos de la pronunciación por parte de gentes televisivas, que suelen ser más listas que inteligentes y por lo tanto así nos va.

Ya veis, amigas, que estoy moralista. Será efecto del principio de año, que nos obliga, por añeja costumbre, a hacernos propósitos, promesas y otras masturbaciones, ideadas, todas y cada una, para autoproporcionarnos placer, aunque sea sadomaso, con autobondage, autolátigos y otras autoactividades cuasiviolentas como la asfixia autoerótica, cuya función es cortar el flujo de oxígeno al cerebro y así aumentar el placer durante el orgasmo.

La sociedad televidente se ha tomado muy en serio esto de cortar el flujo de oxígeno al cerebro. La mejor forma de encontrar placer en el tiempo que nos ha tocado vivir parece tener mucho que ver con el matanza genocida de neuronas y la desintegración en masa de sinapses. Por lo tanto, Gran Hermano VIP.

VIP, en inglés, significa Very Important Person. Lo cual nos lleva a concluir que el título del programa hoy reseñado por vuestro héroe y defensor, Ramiro Cabana, es una absoluta exageración, o un violento sarcasmo, ya que no hay nadie en él que merezca tal título. Hoy en día, en Espéin, VIP se refiere a personas con pasta, con cierta notoriedad televisiva, con cierta conexión con otras personas notorias, con pasta de nuevo, o con acceso a drogas de consumo principalmente discotequero. Puro chandalerismo, si me apuráis.

Las personas convocadas a participar en GHVIP2 le parecen todas, a un servidor y defensor vuestro, propietarias de por lo menos un chándal. El ser propietario de un chándal indica claramente que uno jamás pertenecerá a una clase social como la mía. Quedan exceptuadas todas aquellas personas que utilizan el chándal exclusivamente para hacer deporte, y que no se dejarían ver dentro de dicha prenda ni muertas cuando no están haciendo deporte. Yo no tengo chándal. Me rehúso a tenerlo, y aunque lo tuviera, me rehusaría a ponérmelo, y aunque me lo pusiera (por puro morbo sexual, seguramente) no dejaría que me viese con él ni siquiera el servicio, algunos de cuyos miembros me conocen desde antes de nacer. Y si mi chavala me viera vestido de tal guisa, probablemente me perdería el respeto y me abandonaría, llevándose con ella a Borja, el mejor perro salchicha del mundo y otro que se niega a usar la ropilla que estamos discutiendo.

Para intentar excusar el chandalerismo de los y las concursantes de este programa, el equipo productor ha ideado dos pruebas. La primera es hacer kilómetros en una máquina de andar. La segunda es leer el Quijote. Con la primera no hay problema. Piensan que se están poniendo en forma para el verano biquinero y con eso basta. Con la segunda, todo el personal intenta escaquearse. ¿Qué esperabais? Son incapaces de leer un solo capítulo de la obra magna de la lengua espeinola y además, necesitan seis personas para hacer un perol de arroz blanco. Que les sale mal. Todo lo cual me lleva a preguntarme, ¿cuántas personas concursantes de GH hacen falta para cambiar una bombilla? La respuesta es: cualquiera del equipo de producción.

Queridas, siempre es facilísimo burlarse de cualquier situación GH—demasiado fácil. Por lo tanto, y admitiendo mi error, desisto de continuar con ello. Así que hasta la semana que viene: chao.

PD: Ya he dicho lo que quería decir. Sólo desisto de ensañarme.