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Román Paladino por Miguel A. Román

Miguel A. Román pretende aquí, el vigésimo octavo día de cada mes, levantar capas de piel al idioma castellano para mostrarlo como semblante revelador de las grandezas y miserias de la sociedad a la que sirve. Pueden seguirse sus artículos en Román Paladino.

Moscas en la lengua

¿Qué palacio de príncipe o monarca,
qué taberna de pobres no visita?
¿Cuál ancha nave? ¿Qué galera o barca?
¿Qué templo tiene el mundo, o qué mezquita
donde la libre Mosca no haya entrado,
aunque a nadie al entrar la gorra quita?
¿Qué sacro consistorio o qué senado
le negará a la Mosca franca entrada?
¿Qué grave audiencia? ¿Qué supremo estrado?
(Arjona, Loor a la mosca, c.1600)

La especie Musca domestica, mosca vulgar, es tal vez la más ubicua de las que comparten hábitat con el ser humano. Haylas por doquier como aseveraba, cinco siglos ha, el granadino Juan de Arjona en esos tercetos endecasílabos.

Tanta ha sido en la historia de la humanidad su pertinaz y molesta presencia que, como era de esperar, ha acabado infiltrándose en la lengua que hablamos, ya sea en forma sustantiva y propia como en las formas metafóricas, alegóricas y resto de figuras retóricas incluyendo, si cabe, el adagio.

Aparte de la mosca, propiamente dicha, el idioma castellano ha empleado la raíz para nombrar a parientes más o menos lejanos: mosquito, moscón, moscarda, moscardón…, además de otros insectos erróneamente asociados al taxón: mosca blanca, mosca española, etc.

Pero, ya fuera del marco entomológico, y entrando en materia propiamente idiomática, el sustantivo designa también a la mínima expresión de la barba masculina, al púgil con peso entre los 49 y 51 kg, al señuelo que simula un insecto en el arte de pesca con caña, al síntoma oftalmológico de manchas en la visión (moscas volantes, propiamente llamadas miodesopsias), a los colibríes (pájaros mosca); y en esta era de las telecomunicaciones, ¡oh, novedosa mosca!, es la denominación en la jerga tecnológica del logotipo televisivo con el que, desde una esquina de la pantalla, se nos identifica la emisora.

El color “ala de mosca”, pese a su asquerosa referencia, designa un tono gris frecuente en prendas de cierta elegancia. (También, en siglos pasados, se llamaban moscas a los lunares o manchas irregulares en forma y distribución que formaban parte del estampado o dibujo de un tejido).

Además, en forma figurada, ha sido usada para el dinero (aunque su uso ha decaído, permanece en la expresión “soltar —o aflojar- la mosca”); moscones se dice de los individuos que merodean e incomodan, especialmente los que acosan a las muchachas en sazón; ser una “mosca o mosquita muerta” (o parecerlo) es figura habitual para designar a aquellas personas de apariencia inofensiva. Y, muy cualificadamente, tenemos a la famosa “mosca cojonera”, prototipo del sujeto pelmazo, enojoso e insufrible, mosca ya catalogada oficialmente para el léxico hispano al menos en el “Diccionario fraseológico documentado del español actual” (M. Seco, O. Andrés y G. Ramos).

Mucho más personalísima, claro, es la asociación que Neruda hizo de la mosca a una especie de bichos mucho más repulsivos y perjudiciales: los tiranos y dictadores.
[…] desenvainó la envidia, atrajo
la dictadura de las moscas,
moscas Trujillos, moscas Tachos,
moscas Carías, moscas Martínez,
moscas Ubico, moscas húmedas
de sangre humilde y mermelada,
moscas borrachas que zumban
sobre las tumbas populares,
moscas de circo, sabias moscas
entendidas en tiranía.
(P.Neruda, Canto General)

En el conjunto de los términos derivados y compuestos es destacable que casi todos aluden a útiles cuya finalidad es la de librarnos de la importuna presencia de estos bichos: mosquitero, mosquero, matamoscas, espantamoscas, atrapamoscas…, sin duda muestra de cuanto afán ponemos en esta tarea de vano exterminio.

Desde hoy mis glorias de amante
se concretarán, Dios mío,
a tener en adelante,
una mujer que me espante
las moscas en el estío.
No extrañéis que cual placer
el no ver moscas os nombre,
que a tal punto humilla al hombre,
de la belleza el poder.
(Campoamor, Doloras, XIII)

Pero, aparte de los usos sustantivos de la palabra “mosca”, el doméstico insecto ha colonizado muchas expresiones, giros y locuciones del idioma castellano.

Sin duda, una de las expresiones más populares entre las que incluyen el nombre del díptero es “por si las moscas”, locución adverbial coloquial que significa “por si acaso, por precaución o previsión”. Aunque puede asegurarse que se trata de una expresión genuinamente hispana, y casi seguramente española (no conozco ningún idioma donde exista similar), su origen es un misterio. Corren por ahí versiones que la atribuyen a leyendas medievales: los ejércitos franceses invasores de Girona en 1285 serían ahuyentados por una plaga de moscas provenientes de la tumba de Sant Narcis, patrono de la ciudad y comúnmente representado rodeado de un enjambre de estas. Explicación bastante improbable: la frase no aparece en documento impreso alguno anterior al siglo XX. De hecho, es posible que no se popularizara hasta que en la víspera de Todos los Santos de 1929 se estrenara en Madrid el vodevil así titulado: “¡Por si la moscas!”, revista musical con partitura del Maestro Alonso y la actuación estelar de Celia Gámez, que cosechó gran éxito con centenares de funciones y gira por las principales plazas de España y América. Sea como fuere, el diccionario académico no se digna recogerla sino hasta la edición de 1970.

Por el contrario, mucho más antiguas y suficientemente documentadas, encontramos a las moscas como protagonistas de bastantes expresiones comunes.

Estar mosqueado o amoscado, simplemente “estar mosca” o, sustantivando, “tener un mosqueo”, es la forma más explícita en la que aparece el díptero. Aunque en siglos pasados “mosquear” era ahuyentar las moscas, especialmente con un “mosqueador”, especie de sacudidor con tiras cortas (y, por similitud, “azotar”: «ahora no tengo gana de azotarme: basta que doy a vuesa merced mi palabra de vapularme y mosquearme cuando en voluntad me viniere»), el verbo llega a nosotros ya desde el siglo XIX para indicar recelo o suspicacia, (también como hartazgo o impaciencia) tal vez refiriendo al estado de atención que le permite a la mosca esquivar los intentos para capturarla, aunque también pueda ser una simplificación de la locución “tener (o estar con) la mosca detrás de la oreja”.

Lo que sí parece una alusión a la inquietud que expresa un animal al que las moscas acosan es cuando nos preguntamos “¿qué mosca le habrá picado?” ante alguien que muda repentinamente de humor. En catalán se emplea “pujar la mosca al nas”, es decir, “subir la mosca a la nariz” cuando ya alguna molestia colma la paciencia (en castellano es poco frecuente salvo el uso por bilingües); y de presumible origen canario es “plantar la mosca” que es una forma de hacer un desplante, de encararse con alguien que ya se está pasando de rosca.

Aunque por más que nos irriten e inquieten estos insectos, hay quien es “incapaz de matar una mosca”, es decir, de cualquier acto violento; todo lo contrario del que se empeña en “matar moscas a cañonazos” que no únicamente emplea un recurso excesivo frente a una pequeña vicisitud, sino además puede indicar que es de escasa eficacia. Por el contrario, cuando tus enemigos “caen como moscas” es que el rendimiento es óptimo.

Un joven estudiante se distrae de sus tareas “con el vuelo de una mosca”; sin embargo, que se pueda “oír el vuelo de una mosca” (o ni siquiera eso) indica un silencio absoluto y probablemente tenso. Cuando la distracción llega a la abstracción total o implica pérdida de tiempo y esfuerzo diremos que está “cazando (o papando) moscas”.

Tal vez la más extraña expresión con moscas de por medio sea “atar una mosca [por el rabo]”, tarea complicada, ya que estos bichos no tienen apéndice caudal y, de tenerlo, haría falta una gran habilidad, con lo que la expresión se usa para señalar hechos o afirmaciones que son difíciles de creer, sin explicación racional o, sencillamente, absurdas.

Y, por supuesto, también a los refranes y proverbios acuden las moscas, una costumbre que ya existía en tiempos del imperio romano, cuando se afirmaba que “Aquila non capit muscas” (“el águila no caza moscas”) para indicar que quien es realmente poderoso no se afana en quienes carecen de interés.

Repasemos, brevemente, alguno de los más conocidos:

  • Aramos, dijo la mosca al buey; que se dice de quien se ufana de una labor en la que poco ha aportado.
  • Se cazan más moscas con miel que con vinagre (o hiel); de la mayor efectividad de las buenas maneras frente a las desmañadas. Lo cierto es que, respecto de la variante del final, el vinagre tiene un especial atractivo para una variedad específica de dípteros. El uso de “hiel” en este dicho vendría más de la rima que de la vida real.
  • En boca cerrada no entran moscas. Que apunta a que, en ocasiones, es mejor permanecer callado.
  • Me extraña, araña, que siendo mosca no me conozcas. Se le dice al que nos quería tender una celada o engaño y se lo hemos descubierto.
  • Cuando el diablo se aburre, mata moscas con el rabo. Es decir, que el ocio, especialmente en los individuos maliciosos, es un importante generador de males.
  • Al hombre que camina, no se le paran las moscas encima. Una forma para recriminar al indolente, máxime cuando se queja de que nada le sale.

En fin, comenzábamos esta columna con los versos mosquiles de un andaluz, y terminaremos con los de otro, para que, a pesar de tanta mosca en nuestra lengua, queden ustedes con buen sabor de boca:

Vosotras, las familiares,
inevitables golosas,
vosotras, moscas vulgares,
me evocáis todas las cosas.

¡Oh, viejas moscas voraces
como abejas en abril,
viejas moscas pertinaces
sobre mi calva infantil!

¡Moscas del primer hastío
en el salón familiar,
las claras tardes de estío
en que yo empecé a soñar!

Y en la aborrecida escuela,
raudas moscas divertidas,
perseguidas
por amor de lo que vuela,

—que todo es volar—, sonoras
rebotando en los cristales
en los días otoñales…
Moscas de todas las horas,

de infancia y adolescencia,
de mi juventud dorada;
de esta segunda inocencia,
que da en no creer en nada,

de siempre… Moscas vulgares,
que de puro familiares
no tendréis digno cantor:
yo sé que os habéis posado

sobre el juguete encantado,
sobre el librote cerrado,
sobre la carta de amor,
sobre los párpados yertos
de los muertos.

Inevitables golosas,
que ni labráis como abejas,
ni brilláis cual mariposas;
pequeñitas, revoltosas,
vosotras, amigas viejas,
me evocáis todas las cosas.
(A. Machado)

Miguel A. Román | 28 de septiembre de 2013

Comentarios

  1. rafa iriarte
    2013-10-04 21:15

    Y cómo no recordar esta perla:

    “A un panal de rica miel
    dos mil moscas acudieron,
    que por golosas murieron
    presas de patas en él.
    Otra, dentro de un pastel
    enterró su golosina.
    Así, si bien se examina,
    los humanos corazones
    perecen en las prisiones
    del vicio que los domina.”
    (Samaniego)

    O esta otra:
    -Hola, buenas. ¿Tiene algo bueno para las moscas?
    -Sí; tenemos DDT, Boom, Raid, ZZpaf,…
    -He dicho algo bueno, animal. Eso las mata.
    (Eugenio)


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