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Román Paladino por Miguel A. Román

Miguel A. Román pretende aquí, el vigésimo octavo día de cada mes, levantar capas de piel al idioma castellano para mostrarlo como semblante revelador de las grandezas y miserias de la sociedad a la que sirve. Pueden seguirse sus artículos en Román Paladino.

Escrache: historia de una palabra

El pensamiento, las ideas, se construyen como imágenes personalísimas. Esta raza de cavernoplatónicos que somos los seres humanos percibimos los objetos del mundo que nos rodea y los interiorizamos en una forma que, de momento, ni la neurología ni la filosofía nos la explican de forma convincente.

Pero el proceso no termina ahí. Animales sociales dotados de fonación, sentimos la necesidad de transmitir estos conceptos a nuestros semejantes y los convertimos en sonidos. Surgen así las palabras que forman los idiomas pero, a diferencia del concepto personal, la palabra tiene vocación universal y ya no pertenece al individuo sino a la comunidad de hablantes, y por tanto deja de ser evocación del pensamiento y pasa a ser representación del ideario colectivo.

Pues este hilo de reflexiones me lleva a pensar que al analizar la etimología, la evolución de las palabras en sus formas gráficas y significados, accedemos de algún modo a la historia del pensamiento de un pueblo.

A lo que vamos.

En 1252, las cortes de Alfonso X el sabio, reunidas en Toledo, van elaborando las leyes, fueros y ordenanzas del territorio de Castilla y lo hacen en la lengua que ya les es propia (y no en latín como venía haciéndose). En aquellos documentos encontramos esta disposición que sanciona a los que maltraten los árboles de la comunidad:
Et qui escachare rama o cortare por que el arbol aya danno que peche por la primera rama .v. soldos de la moneda de la tierra (Y quien escachare rama o cortare para hacer daño al árbol, que pague por la primer rama 5 sueldos de la moneda de la tierra).

Escachar es un verbo castellano de tan antigua prosapia como se demuestra. Proviene, seguramente, de “des-cachar”, esto es, arrancar un cacho (cacculus), tronchar, quebrar mediante la fuerza bruta, que es aproximadamente el sentido en que se usa en el párrafo anterior. De algún modo la palabra es pariente —por cacho=cacharro- de “descacharrar” o “escacharrar”, que viene también a ser romper o deteriorar.

Y no es la única lengua romance que la adopta, pues también el italiano scacciare (pronunciado [escachare]) y el catalán esqueixar llevan similar significado (y resultaría difícil determinar ahora si viajó la palabra de uno a otro idioma o si surgió naturalmente en ellos).

Con el transcurrir de los siglos, “escachar” desaparece casi por completo del castellano peninsular escrito, tal vez porque se aprecia como una palabra vulgar y malsonante, impropia del imperio en expansión al que está destinada Castilla. (No lo recoge Covarrubias y no entra en el Diccionario de la Real Academia hasta 1912).

Pero aparentemente se refugia en el español llevado hasta América y, a la ida o la vuelta, en las regiones españolas con mayor contacto con las colonias, especialmente Galicia y Canarias, y de ahí regresa tímidamente a la literatura cuando el costumbrismo y el modernismo recuperan el habla popular.

El matiz en estos casos parece haber mudado ligeramente a “aplastar, chafar”, pero permanece un retintín de violencia. Sin embargo, aparece también un nuevo significado más curioso. El Diccionario Galego-Castelan de Xosé Luis Franco (1968) recoge:
ESCACHADO: Hendido, roto, hecho cachos// Persona que se ríe mucho// Muchacho travieso.
Por su parte, el canario Francisco “Pancho” Guerra, cita en su Léxico Popular de Gran Canaria (inacabado en 1961, publicado póstumamente en 1977) da al mismo participio adjetivo esta definición:
Escachado/—a = mal criado, fresco, malicioso, frescachona, sinvergüenza, provocativa.

Aunque caben otras hipótesis, hay varios documentos que hacen “escachar”=”tronchar”, partirse de la risa, y tal vez de ahí pasa a designar a un chaval burlón o a una chica demasiado descarada para su sexo (y época).

Pero “escachar” siguió su propio curso y en el cono sur americano mudó a “escrachar”, manteniendo la semántica, pero con esa epéntesis (añadido de un fonema, “r” en este caso) nada inusual en la evolución etimológica (homo—>hombre, humerus—>hombro, stella—>estrella). Ni sabemos cuándo ni exactamente por qué. Es improbable (no imposible) la influencia del inglés scratch (rayar, arañar, tachar… los ingleses anduvieron por los puertos de Buenos Aires y Montevideo en la época de la independencia colonial, pero dejaron escasa huella en el idioma), siendo más plausible el cruce con el lunfardo “escracho” (retrato fotográfico, jeta, rostro feo), a su vez de origen incierto (¿del italiano scaràcchio: escupitajo?)

Escracho es un término con varios significados, algunos de los cuales remiten al universo de la delincuencia. Su acepción más antigua es ‘estafa realizada por medio de un extracto de lotería falsificado’, y parece provenir del cruce entre el argotismo escrache (‘pasaporte’, ‘papel de liberación de un preso’) y el italiano jergal scaracio ‘billete’, ‘escrito’. Como dice Gobello, ambas acepciones son “fáciles de asociar al susodicho extracto y a la fotografía, que es la parte más destacada de un pasaporte y, por razones obvias, la que más inquietaba a los delincuentes aluvionales”. De este modo, escracho pasó a significar ‘fotografía, especialmente del rostro’ y, por extensión, ‘cara’. Poco después se aplicó a una ‘persona fea o de mal aspecto’ y finalmente tomó el valor de ‘tatuaje’. (Oscar Conde, “Lunfardo”, Ed. Taurus, 2011).

Es probable es que los porteños adoptaran “escracho” inicialmente sin relación de parentesco con el castellano “escachar”, pero la similitud fonética terminaría por hermanarlos. Sin embargo, además de su carácter “destructivo”, “escrachar” gira ahora de nuevo con un matiz inusitado: el de quedar en evidencia, expuesto a la opinión pública, especialmente si es en forma crítica o humillante (también en el portugués de Brasil toma este significado). Tal vez, en la misma germanía lunfarda, “quedar escrachado” tomase el valor de la foto infame que acompaña a la ficha policial, pero ya en la década de los 80 uno podía quedar escrachado en la prensa que denunciaba abusos políticos o incluso en las revistas de cotilleos por asuntos mucho más venales.
Cualquier sospechoso pobre puede ser impunemente filmado y fotografiado y escrachado cuando la policía lo detiene,… (Eduardo Galeano, Patas arriba, 1998)
…metían las cédulas de la gente a ver si la tenían registrada. Escrachados, decía Mario. (Marcelo Cohen, El instrumento más caro, 1981)

Sin perjuicio de que los escritores rioplatenses tiraran también del significado tradicional de aplastar o romper:
Sacás una más, y te la escracho toda. (Rodolfo Walsh)
Si el paquete se escracha en la calle… (Cortázar)

En noviembre de 1994 se constituye en Argentina la asociación Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio, H.I.J.O.S., integrada fundamentalmente por jóvenes hijos de “desaparecidos” por las dictaduras, muchos entregados en adopción a familias afines al régimen, con el objetivo de denunciar y exigir la condena judicial y social de los asesinos de sus padres.

En 1995 los componentes de HIJOS comenzaron a reunirse frente a los domicilios o centros de trabajo de conocidos miembros de las dictaduras implicados en torturas y asesinatos, como método de denuncia pública; sin duda alguno de los participantes identificó la acción con un “escrache”, y el nuevo sustantivo, perfectamente construido como derivado del verbo matriz, recibía carta de naturaleza.

En las propias palabras de los representantes de HIJOS: «“Escrachar” es poner en evidencia, revelar en público, hacer aparecer la cara de una persona que pretende pasar desapercibida. […] El escrache es una herramienta para denunciar la impunidad que nos sigue golpeando. Consiste en “marcar” públicamente la casa de los genocidas, para mostrar a la sociedad dónde se esconden los asesinos de nuestro pueblo. Ya que no hay justicia, por lo menos que no tengan paz, que se los señales por la calle como lo que son: criminales”»

Desde entonces, verbo y sustantivo han ido apareciendo aquí y allá, en diversos países de habla hispana. El caso más reciente en España desde finales de 2012. Sin embargo, se puede advertir un ligerísimo nuevo cambio en el significado: ya no es tanto una maniobra para señalar públicamente a un individuo en su impunidad como una manifestación o algarada expresamente dirigida contra un objetivo personal o institucional: se hace escrache a personas pero también se habla de escrache al Congreso, a la sede de un partido o al local donde se celebra algún evento.

Y, de momento, por aquí va la palabra tras ocho siglos de recorrido.

Lamentablemente, vengo notando una curiosa tendencia de anglicización: algunos añaden una “t” y la dejan como “escratche”, sin duda creyendo ingenuamente que proviene de “scratch”.
“Imbroda y Rajoy le están haciendo un verdadero scratche a las inversiones en Melilla” (leído en www.eltelegrama.es de Melilla)

Y otros, a su vez, denominan a los participantes del escrache como “escrachers”, con ese sufijo “-er” que el inglés emplea para designar a quien realiza una actividad concreta (worker, plumber, bróker, …), cuando la voz “escrachero” ya está documentada en letra impresa hispánica al menos desde principios del siglo XXI.

No, por favor; para una vez que los hispanohablantes inventamos una palabra no vengamos ahora a falsear sus rancios orígenes castellanos. Como decía al principio, ahí reside un ladrillo de nuestra historia y memoria. El escrache es nuestro.

H.I.J.O.S. y escrache
“escracho” en Argentina
“Te voy a escachar la cabeza”
Escrache de ida y vuelta, por Álex Grijelmo.
Fundéu
La nación

Miguel A. Román | 28 de abril de 2013

Comentarios

  1. Melisa
    2013-04-28 20:44

    ¡Siempre interesantísimas tus notas! Gracias por tus aportes :)

  2. rafa iriarte
    2013-04-28 23:37

    Curiosa la definicón de Francisco “Pancho” Guerra. ¿Por qué, me pregunto, “frescachona” y “provocativa” estarán en femenino?

  3. Pau Pascual
    2013-06-11 17:11

    Que emocionante puede resultar el relato de la historia de una palabra. Un trabajo excelente, Miguel A. Como siempre, sacas oro de las piedras…


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