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Román Paladino por Miguel A. Román

Miguel A. Román pretende aquí, el vigésimo octavo día de cada mes, levantar capas de piel al idioma castellano para mostrarlo como semblante revelador de las grandezas y miserias de la sociedad a la que sirve. Pueden seguirse sus artículos en Román Paladino.

El informe Bosque

Anda revuelto el mundillo idiomático desde hace unas semanas. Ignacio Bosque, varón, manchego, filólogo, catedrático de lo suyo en la U. Complutense de Madrid, sedente “t” en la Real Academia de la Lengua y ponente de la última gramática de esta institución, dio el pasado primero de marzo en redactar y proponer al pleno académico un “informe” (luego aclararé las comillas) intitulado “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”.

Debo entender “informe” de “informar”, luego “descripción, oral o escrita, de las características y circunstancias de un suceso o asunto”; y, sin embargo, me queda la duda de si refiere a la segunda entrada que el diccionario reserva para “informe”: que no tiene la forma, figura y perfección que le corresponde.

Y es que, aun estando de acuerdo con bastantes de los planteamientos teóricos del documento, tengo que discrepar de la mayor parte de los argumentos esgrimidos, de la retórica empleada y del talante general que rezuma todo el texto.

Pues para ser el estudio de un académico, reputado gramático (“el mejor de nuestra lengua” según algunos), me vengo a encontrar no con un análisis curioso, objetivo y ecuánime sino con un manifiesto trufado de posturas altivas, prejuicios y confusión de valores.

Para empezar, el título es engañoso. Sería mucho más aclaratorio algo así como “Juicio sobre una muestra de guías de “lenguaje no sexista“”, ya que es ese el contenido real del discurso.

Se dice allí que «se ha señalado en varias ocasiones que los textos a los que me refiero contienen recomendaciones que contravienen no solo normas de la Real Academia Española y la Asociación de Academias, sino también de varias gramáticas normativas.»

Esta afirmación, así dicha, quizá sea parte del problema, y causa de buena parte de las polémicas y controversias que envuelven a la institución académica. El idioma, claro que sí, tiene normas, pero estas no emanan “de la Real Academia” ni institución alguna, como tampoco son dictadas desde obra escrita por mano humana. Las normas gramaticales son inherentes al idioma y este propiedad de los hablantes. Las gramáticas normativas recogen las correctas y aceptables y denuncian las perversas, y los gramáticos, hombres y mujeres, deben estudiarlas con rigor, asumirlas con humildad y difundirlas con generosidad.

Y no es que lo diga yo, que lo hago, es que lo dice el Sr. Blecua, director de la RAE, en declaraciones que intentan apoyar la postura del Sr. Bosque: «“la gramática no se puede cambiar” dado que lo que hace esta disciplina es “describir la lengua y sus estructuras morfológicas y sintácticas […] y eso no depende de la RAE; depende de las lenguas naturales“».

Afirma el estudio que «la mayor parte de estas guías han sido escritas sin la participación de los lingüistas. […] Aunque se analizan en ellas no pocos aspectos del léxico, la morfología o la sintaxis, sus autores parecen entender que las decisiones sobre todas estas cuestiones deben tomarse sin la intervención de los profesionales del lenguaje, de forma que el criterio para decidir si existe o no sexismo lingüístico será la conciencia social de las mujeres o, simplemente, de los ciudadanos contrarios a la discriminación.»

¿Eso es una afirmación contrastada y demostrable o simplemente la opinión que al Sr. Bosque le merecen los hallazgos documentales? ¿Ha contactado el autor, para cada guía, con las personas encargadas de la elaboración, revisado sus currículos profesionales y académicos y les ha inquirido sobre los criterios empleados? Si la respuesta es “no” (que es la que infiero del resto del párrafo), dejemos sentado entonces que el escrito no es el resultado de una investigación sino la expresión de una opinión. Opinión que debe ser tenida en cuenta, al menos viniendo de quien viene, pero que no es a priori mejor ni peor fundada que la de otros filólogos que no lo ven tan claro.

y sigue: «…a algunos parece molestarles que la RAE actualice sus obras con el curso de los años, ya que esta modernización los va privando de argumentos para criticarla»

Y de nuevo percibo en el tono de la frase una cierta dosis de artificioso enfrentamiento, ignoro si personal o institucional, y una obvia impresión subjetiva y excesivamente desligada del método científico y el análisis lingüístico.

«Pareciera que se quiere dar a entender que la mujer que no perciba irregularidad alguna en el rótulo Colegio Oficial de Psicólogos de Castellón, y que (a diferencia de VAL-37) no considere conveniente cambiarlo por Colegio Oficial de Psicólogos y Psicólogas de Castellón, debería pedir cita para ser atendida por los miembros de dicha institución

¿Es un chiste? Hacía mucho tiempo que no veía un chiste en un estudio lingüístico, en concreto creo que es la primera vez. Aunque, como no tiene gracia, tal vez no sea un chiste. ¿Acaso algo es o no un chiste dependiendo de que haga gracia? Entonces, ¿por qué afirma que si hay personas que no se sienten discriminadas es porque no hay discriminación posible? Y en definitiva ¿no había resuelto antes que no son las mujeres sino los lingüistas profesionales quienes tienen autoridad para opinar sobre este asunto?

También yo, como el Sr. Bosque, conozco a mujeres muy inteligentes que no se irritan por estas cosas (aunque tampoco les pasan desapercibidas), pero evidentemente, no estoy de acuerdo en que se pueda asumir que si el sujeto no se siente personalmente discriminado no exista entonces discriminación en el mensaje. Es cierto que no menoscaba quien quiere sino quien puede, pero ello no exime de culpa, descuido o negligencia al emisor. Y, en cualquier caso ¿debe el lingüista determinar la corrección gramatical del mensaje tomando como unidad de medida la sensación que despierte en una parte de la población?

Dictamina Bosque que «…si se aplicaran las directrices propuestas en estas guías en sus términos más estrictos, no se podría hablar.»

Pero de nuevo el autor del informe se agarra desmañadamente a un caso límite y que creo que no corresponde al espíritu de los documentos tratados. La mayor parte de estas guías, y muy concretamente varias de las consultadas en el informe, no plantean tanto su uso en el lenguaje oral cotidiano sino una orientación (o, como reconoce el informe, “un intento de iniciar pequeñas vías de reflexión en la ciudadanía”), e inicialmente dirigidas a la elaboración de documentación de difusión pública, que, como en el caso de la guía de CC.OO.: “responde a la necesidad de eliminar el lenguaje discriminatorio que permanece en los convenios colectivos y normalizar la representación equilibrada entre mujeres y hombres en los documentos sindicales”

Pero, aún conviniendo en que algunas de las recomendaciones pueden ser exageradas o, cuando menos, difíciles de seguir hasta sus últimas consecuencias, el informe referido no cita ninguna virtud ni acierto. ¿Tan perniciosas le parecen al autor? No veo yo el atentado gramatical en sustituir “los trabajadores” por “el personal”, e incluso, si me apuran, en ocasiones será expresión más apropiada por reunir no solo a ambos sexos sino también a empleados y empleadores.

«El propósito último de las guías de lenguaje no sexista —concluye el académico- no puede ser más loable: contribuir a la emancipación de la mujer y a que alcance su igualdad con el hombre en todos los ámbitos del mundo profesional y laboral.´

Lo de “emancipación de la mujer” es ya un poco un término historiográfico, pero lo respetaré toda vez que aún quedan muchos aspectos que pueden incluirse ahí. Respecto a la igualdad entre los dos sexos, me asombra que el autor del informe cite un objetivo ceñido al mundo profesional y laboral, cuando es de sentido común que ha de abarcar a todos los ámbitos vitales con las únicas salvedades a las que fuerza la biología.

Y conste que respeto sobremanera la figura y trayectoria profesional de Ignacio Bosque, así como creo firmemente que la herramienta básica para alcanzar ese objetivo está en la educación y en el avance continuo de la mentalidad colectiva y que cambiar el idioma “a las malas” no es la forma correcta de hacerlo. Pero lo cierto es que, mientras la sociedad ya ha cambiado en muchos aspectos, el idioma es tardo muchas veces en reflejar esos cambios. Todavía quedan demasiados letreros que advierten a “los señores socios” y documentos que ha de firmar “el padre o tutor”, y me consta que no siempre es obra de misóginos cavernarios, sino que a veces son gentes sencillas que no saben si poner en su lugar “los señores socios y las señoras socias”, “el padre, la madre, el tutor o la tutora” u otras expresiones que, por kilométricas, asustan.

Eso es un problema de un uso correcto y autorizado del idioma, y si desde las filas académicas se arrogan la función de correctores y encauzadores, como hace el reiterado informe, lo mejor que pueden hacer es dejarse de pamplinas, polémicas vanas y firmas de ampulosas proclamas estériles y ponerse a sudar la silla, mostrarse abiertos y tolerantes y ofrecer su desinteresadísima colaboración y poner sus vastos conocimientos al servicio de los estamentos que quieran unas guías que respeten aceptablemente el castellano sin ningunear a la mitad de sus hablantes.

Lo que más lamento, como hablante, amante y entusiasta del español, es que estos planteamientos de puño cerrado y no de mano abierta conducen sin remedio a réplicas airadas y enquistan posiciones antagonistas que solo logran generar confusión y nos alejan de soluciones prácticas.

Más puntos de vista:
Texto íntegro del informe


¿Qué diría María Moliner?

Y qué dicen otros

Manifiesto de apoyo a Ignacio Bosque y su informe

Juan Carlos Moreno Cabrera: Acerca de la discriminación de la mujer y de los lingüistas en la sociedad (via elcastellano.org

Antonia M.ª Medina Guerra, un manual gramaticalmente correcto

Violeta Demonte (via elcastellano.org. Demonte dirigió junto a Bosque la Gramática Descriptiva de 1999)

Enrique Bernárdez. El lenguaje políticamente correcto y (no) sexista

José Luis Aliaga Jiménez, filólogo y varón, pero con otra forma de analizar el sexismo en el habla

Miguel A. Román | 28 de marzo de 2012

Comentarios

  1. francisco javier
    2012-03-28 14:41

    Esto, que ya ha sido discutido con vehemencia en otros sitios, queda directamente resuelto si uno se lee la Gramática de Nebrija y sus siete géneros, algunos ya perdidos por la costumbre que cambia la normativa y la RAE que la admite como correcta, pero lo que nunca ha cambiado son los tres géneros elementales: Masculino, femenino y neutro que yo estudié, ahora cambiado el neutro por genérico que poco dice y poco ayuda a la comprensión del género, error pues de los académicos.
    entonces, y como aún se estudia, los articulos son el,(masculino) la (femenino) y lo (neutro)
    Y sus plurales, Los (masculino) las (femenino) y los (neutro) Y además la gramática enseña que el plural “los” siempre será neutro cuando se refiere a un conjunto de personas.
    No hay que cambiar nada pues, solo dejar de ser tan xxxx y tan jodídamente rendidos al poder de lo políticamente correcto y aplicar la gramática española sin mas.

  2. rafa
    2012-03-28 21:23

    Comenzaré por decir que no he leído el informe del sr. Bosque (sí, por supuesto, este artículo del sr. Román). Mi opinión en cualquier caso es que, de entrada, soy contrario, por absurdas, a algunas posiciones feministas a ultranza que se dan a menudo en este tema. Sin ir más lejos, aludiendo a un ejemplo citado arriba: eliminamos, o cuando menos arrinconamos desde ya el término “trabajadores” para denominar al conjunto de operarios de una empresa, y lo sustituimos por “el personal”. Vale, ¿y no es igual de masculino éste último término? ¿Qué hemos ganado? Bien, lo cambiamos por “la Plantilla”. Anda, ¿y por qué hemos de emplear solo el femenino?
    Hace ya tiempo leía cómo algún sector de mujeres, entre otras joyas, proponía, por ejemplo, eliminar el término “el ejército” por el de “la tropa”. Nada más irrisorio. Seamos serios buscando alternativas o dejemos las cosas como están.

  3. Aloe
    2012-04-02 00:07

    Como cada mes, vengo buscando el artículo de Román Paladino y, como cada mes, es interesante. Gracias de nuevo.

    A mi (que sí he leído el “informe” de Bosque y que no toco pito profesional en el asunto) lo que más me desconcierta de la polémica es que se critiquen como no gramaticales o gramaticalmente incorrectos usos que en todo caso me parecen cuestión de estilo y no de corrección gramatical. O quizá yo no he entendido lo que es la gramática.
    El estilo puede ser mejor o peor, farragoso o escueto, pesado o ligero, pomposo o llano, y así sucesivamente. Pero todas esas elecciones del que escribe (o habla) pueden ser igualmente gramaticales.
    Criticar un uso que cumple con las normas sintácticas porque nos parece de mal estilo (innecesario o pomposo, p.e.), pero sin decirlo, sino invocando en cambio la gramática, yo no llego a comprenderlo.
    Entiendo que se critica, por ejemplo, el uso de nombres que no flexionan por género como preferible al uso de nombres que sí lo hacen. La razón que se aduce es que la palabra que sí flexiona por género puede usarse en su forma masculina como neutro o genérico, por lo que es suficientemente inclusivo de ambos géneros. Muy bien, puede usarse así. Pero ¿por qué va a ser obligatorio usarla así?
    La coincidencia de forma entre el neutro y el masculino implica necesariamente cierta ambigüedad al respecto. Esa ambigüedad posible ha de ser el hablante quien la valore (en este caso como en cuaquier otro de posible ambigüedad), y quien emplee a su elección una u otra palabra, según si quiere eliminarla completamente o si considera que no es necesario. Y según si quiere o no dar énfasis al hecho de que se refiere a ambos sexos. Solo falta que no podamos elegir dar énfasis a lo que nos dé la gana,
    Siempre se podrá discutir si es la mejor elección para el caso, pero lo que no entiendo es que se diga que una (porque no nos gusta) es gramaticalmente incorrecta. Yo creo que no lo es.
    Lo mismo pasa con criticar que se enumeren ambas formas por género de una palabra que las tiene: de acuerdo, el masculino podría bastar porque es también el neutro o genérico, pero el intríngulis está en el “también”: puesto que también es sin duda la forma masculina, el hablante podrá elegir usarla con este significado, que queda evidente que es la que se usa cuando se enumera también el femenino.
    ¿Que es más prolijo? ¿Que es farragoso, reiterativo o hasta ilegible si se abusa? Pues no cabe duda (yo por eso no lo hago, precisamente) pero no entiendo que se pueda decir que no es correcto. A mi parecer, es indudablemente correcto gramaticamente. Critícalo como uso pelmazo, si te da por criticar, pero no digas que sintácticamente no está bien dicho.

    A lo mejor estoy equivocada, y la sintaxis obliga a más de lo que yo creía, pero no veo cómo podría ser así.

    Ciertamente, ningún ministerio, consejería o institución tiene autoridad para imponer o impedir cambios en la lengua, pero la RAE tampoco la tiene, ni para dictar normas gramaticales ni (más exorbitante aún) para dictarnos el estilo o la elección de palabras, giros o usos. Que ni siquiera se pueden acusar de no-gramaticales, según creo.


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