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Retales por Agustín Ijalba

Agustín Ijalba es escritor. Durante dos años mantuvo la columna de análisis de la realidad Por arte de birlibirloque En este espacio publicará Retales todos los lunes. Retales dejó de actualizarse en febrero de 2007.

Pequeñeces

Cierta sensación de malestar nos abruma cuando tratamos de imaginar la inalcanzable pequeñez de lo real. Nos parece extraña la composición infinitesimal de la materia que conforma nuestros dedos, y de tan reales que son nos los mostramos con desgana de nuevo, como reafirmando la evidencia de sus falanges, de los pliegues de la piel o de las uñas recortadas sobre las yemas. La consistencia de mis convicciones, a las que mis dedos no son en absoluto ajenas, no puede hacerme dudar. Pero alguien me dice que mis dedos son un universo dentro de otro universo, y que las células y los átomos y los electrones que los conforman se mueven según leyes que me son totalmente ajenas. ¿Siguen, pese a todo, formando parte de mí esos dedos, esas células, esos átomos? ¿Puedo legítimamente reclamar su propiedad? ¿Cómo identifico como propia esa porción infinitesimal de un universo tan extenso que me resulta imposible mensurarlo?

Hay un límite en el que la realidad se vuelve oscura, espesa, impenetrable. Pese a todo, mis dedos no pierden su condición de dedos y responden a mis órdenes, y teclean sin descanso las letras y los espacios para que mi lenguaje se conforme con un sentido al que ellos sí son por completo ajenos. Lo que ahora digo acerca de la composición de mis dedos no podrá sustituir jamás lo que ellos son o dejan de ser realmente. Porque el sentido de mis actos excede totalmente la composición química de la materia que los conforman, puedo afirmar que no necesitan de mi lenguaje para subsistir. Viven ajenos a mí.

Pero mis dedos responden fielmente a las órdenes que les dicto. Acarician pieles y pellizcan y sienten frío y saludan y hasta recuerdan tactos y sensaciones. Hay una conexión entre el sentido de mis actos y la sensibilidad de mi dedo que no puede hacerme dudar. De otro modo, no alcanzaría a escribir lo que ahora mismo escribo. Tras bucear por las regiones cercanas al límite y volver a la superficie, recupero la sensación de libertad y pertenencia, recupero la noción de mis miembros y vuelvo a ser uno con ellos. Me identifico y constato la inescindible realidad que nos conforma. Y pienso que quizás todo sea producido por un instinto innato de supervivencia: es esa realidad y no otra la que percibimos a la altura de nuestras necesidades, porque es ella la que nos permite seguir vivos. Y antes que perdernos en lo inconmensurable, optamos por ignorarlo en la cotidianidad de nuestras vidas.

Agustín Ijalba | 04 de septiembre de 2006

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