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Retales por Agustín Ijalba

Agustín Ijalba es escritor. Durante dos años mantuvo la columna de análisis de la realidad Por arte de birlibirloque En este espacio publicará Retales todos los lunes. Retales dejó de actualizarse en febrero de 2007.

La segunda república

Leo en algún lugar que la historia es contingente. Afirmación tan categórica me plantea, sin embargo, dudas razonables: la realidad que conformamos cotidianamente, todos y cada uno a la vez, se escribe en el mismo renglón que la historia, y sus respuestas tienen que ver a menudo con la trama que páginas atrás hemos ido dejando como huella. Si nuestra historia es contingente, nada ni nadie, por muchas tramas que logremos construir, podrá erigirse en causa necesaria de lo que ahora mismo acontece.

Es un hecho indiscutido que las cosas suceden y cobran vida por sí mismas, lejos de la voluntad inicial de quienes trabajaron para que tales cosas ocurrieran. Los procesos históricos están repletos de ejemplos cuya cita considero innecesaria. ¿Debo entonces renunciar a considerarme actor necesario? No, desde luego. Hay un proceso sutil en el que la transformación de lo real se convierte en el leit motiv de nuestra existencia. Recurro, como tantas veces, a Marx: dejemos de contemplar el mundo, como tantos y tantos filósofos han hecho a lo largo de la historia, y dediquémonos ya, de una vez por todas, a transformarlo.

Pienso en todo ello mientras dirijo mi mirada hacia atrás, para ver cómo el día 14 de abril de 1931, en la plaza de mi ciudad, se proclamó a gritos la segunda república (mirar atrás sirve a veces para avanzar en ese proceso marxiano de transformación –otros sin embargo, a causa del gesto, se transformaron en estatua de sal…). La segunda república no fue un hecho casual. Ocurrió en un momento muy preciso, en el que la conjunción de varias circunstancias políticas, culturales e incluso personales dio como resultado un sentimiento colectivo de explosión que revitalizó las oscuras perspectivas de multitud de individuos. No fue casual, tampoco, que ocurriera en primavera, cuando el ánimo de las personas más se abre a la vida. Porque fue un grito de vitalidad el que se escuchó el 14 de abril en todos los rincones de una España ajada por años de negritud y hastío. ¿Contingencia o determinación de la voluntad? Pienso si no sería mejor cambiar la “o” disyuntiva por una “y” que incluya a ambas. La república sucedió porque hubo voluntad de que sucediera, pero también porque las cosas se dan sin saber cómo ni cuándo ni dónde ni por qué.

Hoy, desde la perspectiva que otorgan setenta y cinco años, la reivindicación de los principios que movieron el ánimo de la gente aquel lejano día de abril es algo más que una declaración política de justicia histórica. Es la expresión actualizada de esa fruición inexplicable que provoca la razón cuando se expresa en libertad. En el inconsciente colectivo del español bulle todavía la aspiración democrática del republicanismo como una hazaña que debe ser recuperada en la cotidianidad. El espíritu liberal es eso: república y laicidad, pensamiento crítico, razón ilustrada.

Hoy más que nunca cabe darle la vuelta a las críticas hostiles del negacionista de derechas, cuando advierte que la guerra civil empezó ya con la revolución de Asturias. Pues con ellas revela, inconscientemente, que era en la república donde estaba la legitimidad democrática. Quiero pensar que parte de la derecha, al menos la educada en los principios de la ilustración, debió sentir el mismo pavor que el común de los mortales ante la proclama de la Junta Militar (“Vencido y desarmado el ejército rojo…”).

Asumamos que el golpe de estado de Franco fue un fracaso colectivo, de todos. Y que el triunfo del fascismo no satisfizo a nadie, si acaso a la Iglesia y a la Falange. Asumamos que la historia –aquí sí procedería preguntarse por la contingencia…– nos puso por delante de la gran guerra como aperitivo y ello nos privó de la liberación que lograron el resto de países europeos. Asumamos el error de la confrontación visceral provocada por tantos años de sublimación de nuestros sentimientos (cuánta razón sigue teniendo León Felipe al preguntarse por qué habla tan alto el español…), pero no perdamos la oportunidad de reivindicarnos desde el abrazo a la libertad. Hagamos que la tercera república sea pacífica y redentora. Sintamos en nuestra propia piel esa satisfacción que hinchó las gargantas de nuestros abuelos. Quizás comprendamos entonces que la historia, más allá de las contingencias de cada momento, es realmente fruto de nuestro esfuerzo, y que la realidad a veces logra satisfacer los deseos de quienes reclaman su transformación.

Agustín Ijalba | 17 de abril de 2006

Comentarios

  1. Pacovila
    2006-04-23 21:30

    Siento disentir, si bien en un lenguaje parco y pobre. No estoy de acuerdo con los revisionistas de la historia (y menos con los neoconversos como el tal Pío), pero tampoco me parece la República la luz sin ocaso tras la oscuridad permanente, ni la solución a los problemas y la verdadera manifestación del humanismo progresista. La República fue un claroscuro como la vida en general (más claro, lo admito, que el nacionalcatolicismo), y es tan buena o tan mala como la hagan las personas que la componen.
    Mi duda existencial es: ¿Tiene realmente tanta importancia poder elegir a quien representa al país, que hace de figurín, porque en realidad no gobierna nada? Nuestro país tiene la sana costumbre de reexpedir a los Borbones, pero ellos vuelven. ¿Probaremos eso de que a la tercera va la vencida?


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