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Retales por Agustín Ijalba

Agustín Ijalba es escritor. Durante dos años mantuvo la columna de análisis de la realidad Por arte de birlibirloque En este espacio publicará Retales todos los lunes. Retales dejó de actualizarse en febrero de 2007.

El holocausto

El holocausto nos enseña que la crueldad no tiene límites. Pero a continuación pensamos, no sin razón, que la historia está hecha de crueldades sin límite. La conquista de América, por ejemplo, fue una de ellas. Los españoles no dejaron nativo con cabeza. Literalmente: perecieron todos los que les salieron al paso. Las agresiones persas hicieron que los griegos afinaran su crudeza con las armas. Y los romanos devastaban territorios y construían sus ciudades sobre las ruinas. La conquista del oeste en Norteamérica sembró la semilla del exterminio total de los indígenas. No hay historia sin barbarie. Hoy más que nunca constatamos que la guerra sigue siendo el método más expeditivo para la conquista de otros pueblos y de otras ciudades.

¿Por qué, entonces, nos repele de modo especial el holocausto? Quizás por la frialdad de sus ejecutores. Tal vez por la dejadez con la que Europa reaccionó al principio. Y, sobre todo, por esa actitud crítica que se revuelve en nuestras tripas tras la confusión que acompaña los momentos de duda: herederos de una ilustración que nos enseñó a pensar, ya nunca podremos dejar de hacerlo. Ahí está, con la quietud inmutable de las sombras que se saben eternas, dispuesta siempre a recordar su presencia, el exterminio miserable de judíos en cámaras de gas nos devuelve al otro lado de la orilla, allí donde los reflejos del río nos muestran la crudeza del odio rasgando nuestras mejillas. No somos nadie, nos decimos. Nada pudimos hacer por evitarlo, recordamos a modo de excusa compasiva. Pero sabemos que el germen de aquéllo anida en nuestras conciencias. Ya nada volverá a ser igual que antes del holocausto. La racionalidad fracasó rotundamente en Auschwitz, incapaz de dotar de un mínimo sentido ético a las acciones humanas.

Después de la experiencia nazi, la sensibilidad se retuerce y abandona al hombre al devenir infausto de su estupidez. Sabedor de sus límites, esconde en su seno la certeza de que volverá a repetirse. Intuye en secreto que aquella no será la última hazaña del odio. Que habrán más. Que el silencio de los muertos terminará por diluirse en los pliegues de la historia, y que tal vez de aquí a cien, doscientos años, los judíos polacos ocupen las mismas páginas que hoy ocupan los mayas o los aztecas. Sabemos que nuestro recuerdo del holocausto forma parte de una actitud perversa ante la vida: nada hicimos, nada pudimos hacer, pero hemos sido marcados por ello, hemos sido hechos por Auschwitz y por Trebinka. Con la pasividad de cualquier espectador nos mesamos los cabellos indagando el porqué. Un silencio obtuso a nuestras espaldas nos delata mientras susurra al oído la respuesta, la única respuesta posible.

Agustín Ijalba | 31 de enero de 2005

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