Libro de notas

Edición LdN
Pura Coincidencia por Santi Pagés

Un telefilm sin historia ni interés. Un culebrón con actores atroces y maquillaje pésimo. Una serie cancelada por falta de audiencia. Una novela gastada por los bordes. Una canción en repeat desde el lunes. Una pared cubierta con fotos de estrellas. Cada sábado, verán descomponerse una vida cuyo parecido con la ficción es pura coincidencia.

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos

Cuando Jan sale de la Centraal comprueba con placer que la lluvia ha dejado la atmósfera limpia y afilada. Inspira profundamente para sacarse de dentro el tedio del viaje, y al exhalarlo éste se deshace como un diente de león en el aire fino y claro de la tarde. Los transeúntes sacuden y pliegan sus paraguas. Las bicicletas y los coches producen un siseo crujiente al rodar por el asfalto mojado. Todo le parece entonces en su sitio. Repasa el futuro cercano y cae en la cuenta de que lo que queda del día solo podrá ser bueno. Ese pensamiento le emociona por un segundo, casi hasta el delirio, y necesita esforzarse para contenerse y no abrazar al primer peatón que se le aproxima. Gira a la izquierda, toma el puente sobre el pequeño canal y lo cruza corriendo, esquivando con apuro al 26, que por su osadía le dedica un par de timbrazos. Está de tan buen humor que no le importa en absoluto la bronca del tranvía. Incluso saluda al conductor, como quien ve pasear por la acera de enfrente a un buen amigo. Saskia va a venir a cenar a casa esta noche, se dice. Pese a que Jan y ella no hayan acumulado más que a unas pocas citas –un café, un concierto, una cena con mutuos relatos vitales a los postres- a estas alturas ya les es evidente que sus vidas confluirán en poco tiempo. Sus compañeros del banco hace semanas que bromean abiertamente sobre sus prolongadas charlas junto a la maquina de café y las visitas a sus respectivas oficinas que se dedican con cualquier pretexto. Un par de semanas atrás, Jan le propuso a Saskia tratar de guardar las formas. Pero el entusiasmo de uno por el otro había crecido tanto y las miradas furtivas que se dedicaban en reuniones y pasillos iban ya tan cargadas de promesas que pronto comprendieron el sinsentido de intentarlo.

Las incipientes obras de la nueva estación metropolitana se mezclan con el agua caída, las señales de desvío, los viajeros desorientados y sus enormes maletas. Y Jan corre, corre hacia la avenida Damrak aprovechando un claro en el tráfico, para escapar de todos ellos, para poder pensar con calma en Saskia. Toma la acera izquierda para evitar los atestados restaurantes para turistas. Aún así se ve obligado a deslizarse por medio de un grupo de japoneses que esperan en la entrada al embarcadero de tours por los canales. Pasa por delante de la tienda de alquiler bicicletas. Su dueño ya ha comenzado a recogerlas. Le sorprende que el Cafè B también esté repleto de gente y se detiene un momento a contemplar las nuevas sillas verdes de plástico y estilo retro que ocupan el escaparate de De Bijenkorf. Con la tranquilidad recobrada regresa su monólogo interno. Saskia va a venir a cenar esta noche, se repite, y le tendré preparada una sorpresa. Los chocolates belgas que encontró por casualidad mientras vagaba por el centro de Leuven aburrida, un fin de semana de congresos hace tres años. Jan los encargó la semana pasada. Le han llamado de Nelissen esta mañana para avisarle de que ya los han recibido y que puede pasar a recogerlos cuando quiera. Al llegar a Nationaal Monument se detiene en la sucursal de la esquina. Saca cuarenta euros que el cajero le dispensa en dos billetes. Se olvida del comprobante. Desanda unos metros hasta Nelissen donde le atienden enseguida. La dependienta con bata blanca y gafas de pasta fucsia le entrega una cajita envuelta en papel blanco, con el nombre y la dirección de una pastelería de Leuven escrita con florida caligrafía y atada con un cordel plateado. Paga 16.95€. Cuando sale de nuevo a la calle se siente pletórico. Se imagina la enorme sonrisa de Saskia cuando reconozca el paquete, cuando lo abra y pruebe ese chocolate del que ella le ha hablado tantas veces, aferrándose al recuerdo de aquel descubrimiento como si fuera un encantamiento capaz de espantar el hastío del trabajo diario. Cruza la avenida, deja atrás la plaza y el obelisco que la ocupa y se interna entre las calles estrechas. Jan prefiere este camino, aunque no siempre sea el más seguro ni el más tranquilo. Llega a bulevar y cruza por delante de los escaparates de prostitutas a los que hoy no presta demasiada atención. Tras uno de ellos una chica vietnamita, diminuta y oscura, con una ceñida camiseta de tirantes, un culote dorado y labios pintados de marrón se lima las uñas aburrida. Tres hombres en camisa corta, dos de ellos con la cabeza rapada, la observan desde fuera, dándose codazos, riendo a carcajadas, proponiendo a la muchacha escenas salvajes con palabras cada vez más gruesas, aunque ella sabe por experiencia que esos tres son de los que miran pero no de los que pagan.

Mientras Jan cruza el puente sobre el canal a la altura de Damstraat, un grupo de adolescentes con pantalones caídos se le acercan y le preguntan en un inglés con fuerte acento italiano dónde pueden ir a fumar. Él, confundido, haciendo esfuerzo para recordar la última vez que pisó un local de esos, les responde con vaguedades y confusos gestos. Aún así parecen convencidos. Se marchan y Jan decide que le preparará a Saskia un curry. Fácil y de éxito garantizado, se dice. Comprueba mentalmente si dispone de todos los ingredientes. Sí, todos, nada puede salir mal, concluye. Deja atrás el barrio rojo. Sus estrecheces dan paso a canales más anchos, a calles flanqueadas por coches aparcados y por las que la bicicletas transitan tranquilas. Hoy es día de recogida de basura y las bolsas negras, repudiadas por los portales, delinean la acera. Jan alcanza el suyo y sube los siete peldaños que conducen a la puerta. La encuentra abierta y maldice a quien quiera que haya sido tan descuidado, seguramente la vieja del primero, piensa, porque no es cuestión de ponérselo fácil a los ladrones tal y como están los tiempos. Espera a que sus ojos se acostumbren a la nueva oscuridad. Aunque el edificio conserva el estilo característico y postal de la zona, las viviendas han sido completamente renovadas hasta quedar impecables. Se regocija en la seguridad de que va a impresionar a Saskia. Son los apartamentos más deseados de todo Amsterdam, presumió ante ella el día en el que él le propuso cenar en su casa. Al recordar el “me encantaría verlo” con el que ella respondió a su invitación, Jan vuelve a agradecer al cielo aquel afortunado contacto que le consiguió un trato preferente con el anterior propietario. Busca las llaves en el bolsillo de su chaqueta. Abre el buzón. Coge las dos, tres facturas que encuentra en su interior. Llega hasta su piso con entusiasmo, casi corriendo, subiendo de dos en dos los escalones. Queda poco más de una hora para que Saskia llegue y aún debe ducharse, ordenar un poco la casa y empezar con los preparativos de la cena. Sujeta las facturas con la boca para poder abrir. Entra y cierra tras él empujando la puerta con el pie. Llega hasta el comedor. Deja las cartas sobre la mesa de cristal. Sólo entonces repara en mí. Me ve sentado en su sofá, vestido de negro, de espaldas a la ventana.

¿Quién es usted? ¿Qué hace…?

Antes de que pueda terminar la frase, le disparo.

Santi Pagés | 09 de mayo de 2009

Comentarios

  1. Airos
    2009-05-10 03:11

    Qué manera de enseñar su patita la tragedia durante los párrafos. Casi alivia el final.

  2. Marcos
    2009-05-10 14:37

    Me gusta que haya que estar tan atento a la lectura; me gusta también el ambiente de espera constante, aguardando a que a la siguiente frase pase algo.

    Una crítica: o yo me he perdido algo o el final pierde fuerza por el punto de vista que estableces en el narrador: quiero decir que el final sería mucho más potente si el narrador fuese un narrador “testigo” y no omnisciente.

    Saludos

  3. María José
    2009-05-10 15:21

    Marcos, no veo muy bien por qué lo dices, a mí me ha parecido un final potente, ¿cómo crees que ganaría en fuerza?

  4. Marcos
    2009-05-10 16:43

    Es que, muy curiosamente, al leer el texto recordé uno que escribí hace más de 15 años, muy parecido en algunos aspectos. Si lo encuentro después os lo pongo por aquí, no con ánimo de comparar (aquello era una prueba, un texto totalmente primerizo) sino porque ahí creo que se verá muy bien lo que quiero decir.

    El narrador aquí es omnisciente: todo lo que cuenta no puede verlo, sino que lo sabe por su capacidad extrahumana de saber lo que pasa fuera de su campo de control. Pero a la vez, el narrador es personaje, lo que convierte en “irreal” la historia y toda la trama en una trampa. Sin embargo, si el narrador-personaje fuese “testigo” y sólo nos contase lo que ve o sabe por su experiencia del otro personaje (lo que queada aquí descartado por el “¿Quién es usted?”) en mi opinión el resultado sería de mayor potencia porque el realismo sería parte de la sorpresa al añadir el componente de que el asesino presencia con frialdad la llegada de su víctima. No sé, es mi impresión.

    Saludos

  5. Frunk
    2009-05-11 01:10

    Pero, Marcos, mire, ¿quién le ha dicho que el narrador-personaje sea humano? ¿Quién le ha dicho que lo irreal es un problema? ¿Quién le ha dicho que estamos interesados en el realismo? Ains…

  6. Marcos
    2009-05-11 03:06

    No, no me he explicado bien, por lo que veo; no busco un relato realista; cuando usé el término “realismo” no me refería en absoluto a la categoría literaria. Lo único que pretendo transmitir es una sensación que tengo de que para lograr ese impacto final me haría falta una mayor cohesión del relato, una unión entre el magnífico devenir de la acción con su final, o mejor con su ejecutor final. Sugería que si el narrador se revelase al final como testigo al tiempo que como asesino el impacto sería mayor; y aclaraba que era sólo mi impresión.

    Saludos

  7. Francisco
    2009-05-11 06:11

    Que buen escrito! Santi Pages tiene el don de un gran expositor de relatos.
    Enhorabuena.

    Saludos.

  8. Cesare Pavese
    2009-05-12 08:18

    El título pertenece a un poema de Cesare Pavese.


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