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Profundidad de campo por Adrian Daine

La fotografía no ha muerto, sólo ha cambiado de formato. Sus valores y normas tampoco han desaparecido, sino que se han actualizado y nos obligan a mirar el mundo de otra manera. En Profundidad de Campo, cada día 23 repasaremos su evolución en un intento por demostrar que las dudas que origina son similares tanto cuando hablamos de megapíxeles y Photoshop como cuando hablamos de daguerrotipos y granos de plata, y explicaremos cómo interpretar un arte y oficio que, a su vez, interpreta el mundo para nosotros.

Qué Necesidad

Todos lo habrán visto alguna vez: en cualquier evento, o en mitad de la calle, ante cualquier suceso, cada vez es más frecuente ver a alguien tomando fotos o grabando vídeo… con un iPad.

Al principio nos resulta extraño, acostumbrados como estamos a la forma de una cámara, a la comodidad de una compacta digital, o incluso a la ligereza de un teléfono móvil. Y ahí está esa persona, su rostro cubierto por un rectángulo generalmente de algún color hortera (esto sí que no lo perdono: compren fundas bonitas, por Dios), tomando fotos. Y pensamos: qué necesidad.

Qué necesidad es lo que pensé yo cuando salió el primer iPad sin cámara de fotos e internet rugió de ira; también lo pensé cuando vi a una chica grabando las figuras mecánicas del famoso carillón de la Marienplatz en Múnich, a unos ochenta metros de distancia, con un iPad 2 cuya cámara cuenta con pocos megapíxeles y un zoom digital horroroso. No tenía lógica.

Hace diez años pensé exactamente lo mismo cuando vi a un amigo sacar su Motorola y hacernos una foto a la pandilla en mitad de la noche. El boom del digital no había terminado de dar sus coletazos y ya había gente que prefería almacenar su día a día en un teléfono. Ni siquiera había redes sociales en las que compartir la imagen.

En aquel momento no lo entendía pero ahora lo entiendo muy bien.

Hace dos meses me compré una tablet de 7”. No tiene más que una cámara frontal para usar Skype y otras aplicaciones del estilo. No sirve para hacer fotos pero es perfecta para procesarlas, compartirlas y enseñarlas. Lo único que necesito es Dropbox o una conexión bluetooth para pasar las fotos que haga con el móvil y listo: edición, visualización, difusión. Si la tablet tuviera una cámara competente, no necesitaría el proceso de transferir los archivos desde mi smartphone.

La chica de Múnich probablemente grabó la maravilla mecánica de la Marienplatz y diez minutos después pudo compartirlo con quien quiso. Consideró seguramente que no necesitaba más de un dispositivo para enseñarle a todo el mundo lo que acababa de ver. De la misma manera que mi amigo, que aquella noche nos pasó a todos aquella pixelada instantánea via bluetooth, sacrificó la escasa calidad que aportaba su cámara por la inmediatez. Apostó por una herramienta que todavía no estaba perfeccionada (ni aceptada) para evitar complicaciones.

Hoy tenemos móviles con cámaras cuyas especificaciones superan las de una cámara compacta de gama media. Disfrutamos de aplicaciones con filtros predeterminados que nos ahorran tiempo de edición, pero también tenemos opciones de edición más detallistas y cada vez más asequibles (la excelente Adobe Photoshop Touch ha dejado de ser exclusiva para tablets y ya está disponible para el iPhone; Snapseed, de Google, es una delicia gratuita que cualquier dispositivo Android puede disfrutar).

Puedo oír las voces discordantes: la inmediatez no tiene por qué ser tan importante. No en detrimento de otros factores. Qué necesidad. Pero hoy ahorramos cantidades inmensas de tiempo gracias a la fotografía digital. Somos capaces de informar sobre un suceso inmediatamente, y raras veces estas imágenes carecen de calidad.

Cartier-Bresson no prestó atención a la poca consideración que se tenía del formato de 35mm cuando quiso tomar unas imágenes que los medios aceptados de su época le impedían tomar. Dichos medios procedían de una iniciativa que medio siglo antes había causado un enorme rechazo por parte de los popes de la época. Mi amigo, que no había tenido una cámara de fotos en su vida, desoyó por completo las quejas de un estudiante de fotografía que le gritaba en contra de inmortalizar el momento con aquella piltrafa de cámara. Mis quejas.

Es muy probable que nos sigan chocando las evoluciones del medio. La fotografía tiene una losa muy vinculada a la tecnología que hace a mucha gente rechazar sus virtudes por facilitar el oficio, ignorando que también lo amplía. Yo hoy reivindico una fotografía que antes desdeñaba, y cuando recuerdo las objeciones que ponía al respecto siempre pienso: qué necesidad.

Adrian Daine | 23 de marzo de 2013

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