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Profundidad de campo por Adrian Daine

La fotografía no ha muerto, sólo ha cambiado de formato. Sus valores y normas tampoco han desaparecido, sino que se han actualizado y nos obligan a mirar el mundo de otra manera. En Profundidad de Campo, cada día 23 repasaremos su evolución en un intento por demostrar que las dudas que origina son similares tanto cuando hablamos de megapíxeles y Photoshop como cuando hablamos de daguerrotipos y granos de plata, y explicaremos cómo interpretar un arte y oficio que, a su vez, interpreta el mundo para nosotros.

Apuntes sobre el retrato (III)

España

En 1840 Hippolyte Bayard, desencantado con cómo se había tratado a sus investigaciones en el campo fotográfico en comparación a las de sus coetáneos Daguerre y Niepce, se hace una fotografía a sí mismo posando como un cadáver y empieza a hacerla circular a modo de protesta, realizando el que se conoce como el primer autorretrato fotográfico conocido (y dejando además de propina una interesante reflexión sobre la honestidad de la fotografía, recién inventada como quien dice). Desde entonces, el autorretrato fotográfico ha servido a muchos autores para abordar toda una serie de temáticas: la propia idealización personal, la figura de una mismo como medida de todas las cosas, la identificación social, el servicio del puro ego, la diferencia entre retratista y retratado, y un largo etcétera que ya había sido abordado por el tradicional autorretrato pictórico, con la salvedad de que la fotografía no es una interpretación llevada a un lienzo sino una representación teóricamente fidedigna: las variaciones que queramos aplicar a nuestro retrato tendremos que realizarlas en nuestro propio cuerpo, que será después fotografiado.

Conocerán ustedes el clásico binomio al que en teoría debe enfrentarse cada fotógrafo cuando empieza a decidir qué son sus fotos, si ventana o espejo: ¿dedicarás tu fotografía a hablar de lo que ves o por el contrario usarás lo que ves para hablar de ti mismo? En la práctica, a menudo encuentra uno que su fotografía es a la vez espejo y ventana, en cantidades variables según el tema que quiera uno exponer. ¿Significa esto que la imagen de un paisaje puede ser un autorretrato? Yo les diría que sí, de la misma manera que una foto de uno mismo disfrazado de payaso puede estar a años luz de hablar de la identidad de uno.

España

Nan Goldin se dedica a retratar los aspectos más íntimos de su vida y la de su entorno, incluyendo fotos de sí misma que ayudan a crear más intimidad sobre lo fotografiado y a desterrar cualquier elemento de voyeurismo del que se pueda sospechar. El uso de los atorretratos acerca al espectador al entorno que se está mostrando en vez de facilitarle una posición externa desde la que sentirse ajeno: la consciencia de que el propio autor está viviendo lo fotografiado en vez de ser un espectador más convierte el trabajo entero en un vívido autorretrato de la autora, que explora su propia identidad a través de las fotos de sus amigos.

España

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Robert Mapplethorpe rompió moldes con unas fotografías que trataban la cuestión sexual mediante unos códigos estéticos muy clasicistas y renacentistas. Las imágenes sobre la subcultura sadomasoquista o sobre la condición homosexual quedaban retratadas de una manera inaudita, en un intento de sensibilización y normalización. En sus autorretratos usa su cuerpo para reflejar diversos arquetipos: el mismo cuerpo servía para representar masculinidad y feminidad mediante el uso de pocos elementos identificativos, como pueden ser un cigarrillo o los labios pintados. Cindy Sherman haría algo parecido caracterizándose siempre de manera diferente y sin dejar nunca claro cuánto se acercaba esa caracterización a sí misma o hasta qué punto reflejaba sobre sí misma aspectos que no compartía o directamente no toleraba.

El autorretrato, por encima de todas sus variantes y modalidades, busca siempre una reflexión de la identidad pero no necesariamente de la propia, como sucede con el retrato tradicional, que juega a una misma reflexión sobre el cuerpo de otros. En el caso del autorretrato, sin embargo, se añade una nueva capa de complejidad al ser el propio artista el que se retrata a sí mismo. El juego a tres bandas del que hablamos en su día pasa a ser un combate a dos en el que el espectador se enfrenta al dilema de si lo que ve es al artista o al retratado, de si la identidad que está viendo es una ilusión o no. Si un retrato, como decía Avedon, es la relación entre cómo quiere uno ser visto y cómo lo ve el que toma el retrato, ¿cuál es esa relación en el autorretrato? Las posibilidades, como hemos visto, son infinitas.

Adrian Daine | 23 de julio de 2012

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