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Porque me quité del vicio por Elia Martínez-Rodarte

Vicio es todo en exceso y desmesura hasta que lo abandonamos por un nuevo vicio, o nos convertimos en coleccionistas de ellos. Nunca es tarde para desechar uno y encontrar otro nuevo. De los vicios y pasiones que exponen nuestra humanidad hablaremos aquí, en este espacio comandado por Elia Martínez-Rodarte, mexicana, viciosa y escritora, autora de ivaginaria, el día 6 de cada mes.

Queja contra el gineceo (I)

Ustedes que me conocen un poquito, saben que siempre he estado a favor de las mujeres, que son mis hermanas. Pero no puedo más que dedicarme a escribir sobre nuestros errores y pifias entre nosotras, porque cada vez nos parecemos más a una pecera llena de pirañas, en vez de una sociedad conformada por féminas que pueden ser solidarias entre ellas de vez en cuando. Si no se trata de que nos andemos testereando el tafanario las unas a las otras. Simplemente cerremos el círculo.

Para empezar, nuestras relaciones desde chavitas son complicadas, porque cuando llegamos a la edad de las hormonas alteradas, habrá un eje de conflicto. Y ése siempre será un hombre o algo que tenga que ver con el territorio. Mediante los años pasan, la depredación por los machos continúa, hasta que cada quien se allega a su propio priapo.

Entonces comienza la separación. Las amigas solteras se van a seguir cazando; las casadas no sólo cambiarán su apellido, siguiendo el lugar común del patriarcado, sino mutarán de piel. Ya no serán de ellas, sino de alguien más. Al menos yo vivo en un país en donde todas las señoras son “de González, de Rodríguez, de…”
Eso no impide que no salgan con las comadres solteras, a quienes verán seguramente cuando: su marido esté de viaje y no se hallan estando solas. También cuando quieren “loquear” o antrear: vamos con la amiga soltera a putañear, al fin que todos creerán que la que andaba tirando los tejos al mundo entero, sólo era ella. E invariable y contundentemente, cuando se pelean con el bato. No hay mejor paño de lágrimas para una casada o amancebada, que la compañía de una mujer sin compromisos o contratos civiles. En el fondo hay una esperanza de que, si todo va mal en el matrimonio, pudiese volver a ser una resignada más del grupo de las solteras. Es una visión hórrida, por supuesto, pero al final de cuentas “la pobre está sola, pero mal mal, no está…”
Esta dinámica viene junto con la resignada vida adulta. Las amigas se van diluyendo en mundos casi inalcanzables, de citas vertiginosas, de trabajos implacables, de existencia complicadísimas y de extremos.

Y a través de esas distancias y alejamientos, van creciendo microorganismos entre las relaciones, que deforman los nexos y hacen ambiguos los recuerdos.
Por eso las mujeres no nos hallamos juntas con mucha eficiencia en todos los casos. Siempre estamos persiguiendo la chuleta, o a un bato, o a ambos al mismo tiempo. Y en ese tiempo se va la vida, sin mirar a los lados porque hay que correr hacia los ansiados roles. Porque a los 25 muchas se sienten “quedadas” y porque el reloj biológico de las casaderas wanna be, empieza a tictaquear desde los 25.
Aunque suena muy triste todo esto que escribo, al menos así creo que es; la sororidad es una palabra críptica que al parecer no se ha podido disolver a un nivel total dentro de la conciencia femenina. Nos falta apretar la trenza. Acompañarnos. Meternos en la vida de la otra prójima para ayudarle a ver las estupideces que está a punto de cometer, y que una sabe cómo resolverlas…porque ya pasó por ahí. Ahí es donde debemos estar.

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Elia Martínez-Rodarte | 06 de abril de 2011

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