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Porque me quité del vicio por Elia Martínez-Rodarte

Vicio es todo en exceso y desmesura hasta que lo abandonamos por un nuevo vicio, o nos convertimos en coleccionistas de ellos. Nunca es tarde para desechar uno y encontrar otro nuevo. De los vicios y pasiones que exponen nuestra humanidad hablaremos aquí, en este espacio comandado por Elia Martínez-Rodarte, mexicana, viciosa y escritora, autora de ivaginaria, el día 6 de cada mes.

Eres un animal

La evidente dominación de la especie humana sobre todo lo que la naturaleza ha creado, con excepción de las rigurosas limpias que de vez en cuando ejerce la Madre Tierra cada vez con más furia, han dotado a los nuestros, no sólo de la capacidad de abuso de todo ser viviente que habita en el planeta sino de su discriminación a voluntad. Depredamos las selvas y bosques, llenamos de mierda las aguas, hacemos de la tierra el cagadero de nuestra inmundicia diversa y todavía poseemos la soberbia de denigrar a otros seres humanos con apelativos que se refieren a las presuntos defectos de los animales.

“Comes como un cerdo”, “pareces un burro” (generalmente y por desgracia, por lo tonto), “esa vieja es una gata” (hórrida denominación para las sirvientas en México), “es una perra” (para las muy avezadas damiselas que cabronean a sus semejantes), “ataca como un lobo/león/tigre”, “engulle como pajarito”, “es una hiena”, “es una víbora”, “molesta como un mosquito”, “es asqueroso como un cucaracho”, “canta como un ruiseñor”, entre muchos otros símiles, nos sirven como una forma de enaltecer o de denigrar a quienes podemos comparar con animales.
Estos arrestos de superioridad sobre seres perfectos de la naturaleza demuestran una de las actitudes más despreciables del ser humano. Ejemplificamos, la mayoría de las veces con voces denostativas y en el lenguaje cotidiano, la supremacía humana sobre las especies de animales que cohabitan en la tierra.

Quizás mucho tienen que ver los textos sagrados de muchas religiones, la tradición oral, aunque descartaría las fábulas, el género literario que más nos ha ayudado a comprender el laberinto y oscuridades del alma humana. El Génesis, de una forma ambigua sube y baja de los pedestales a los animalitos, y si nos ciñiéramos al texto más severo que pudiese abrazar un ateo, como lo es “La puta de Babilonia” de Fernando Vallejo, nos encontraríamos ante la evidencia del constante abuso del ser humano sobre los animales socavándolos como especies menores de las cuales podemos tomar su esencia y su nombre para utlizarlos de manera despreciativa en la mayoría de las veces.

Todos los caminos de lo políticamente correcto nos llevan a no menospreciar a las minorías, —que son casi todas las veces mayorías—, para no referirnos en términos denigrantes hacia las personas de raza negra, a las mujeres, a los homosexuales y lesbianas, contra los gitanos o judíos; pero pocos son los que enaltecen y evitan el minimizar a los animales, quienes son ajenos por completo a la forma en que son comparados con las múltiples imperfecciones humanas.

Ni el cerdo come asquerosamente, ni el perro perrea con deleite, ni la víbora seduce o engaña porque lleve una intención oscura del mal, como del que somos capaces los seres humanos, sea a nivel individual o de horda enloquecida como la historia de nuestra especie ha demostrado ejercer a lo largo de su atropellada biografía.

Sería una enorme empresa y un constructo de civilidad casi imposible, eliminar de los símiles de nuestro lenguaje las metáforas que aluden a las presuntas taras de los animales, en pos de un respeto de dichos especímenes. Así como parece inimaginable el cuidado de sus vidas y de su permanencia en este páramo de tristezas, en donde la destrucción de la vida es una constante por decreto comercial.

Quizás muchos argumentarían como un sinsentido el hecho de eliminar de nuestra habla cotidiana la comparación constante y denostativa de los supuestos defectos de los animales respecto a los seres humanos, porque esa jerarquía que intenta ubicar al hombre muy por encima del reino animal, es una cualidad inherente a la evolución de nuestra especie,que no ha sido más que un ejercicio de soberbia, ridículo poder y presunción idiota.

La naturaleza está dotada de una perfección que quizás nunca entenderemos y sus procesos, operaciones y ciclos, me queda claro, seguirán siendo un misterio pese a que presumimos comprenderlos. Todo ello en un afán de seguir posicionados en ese chaparro ladrillo sobre el que pretendemos ejercer, como pequeños dioses, el dominio humano sobre todo lo que nos rodea creado por natura.

Quizás esta idea me viene porque los animales y las plantas, las montañas y las rocas, las aguas y la tierra, son lo único perfecto y tangible que mis sentidos pueden alcanzar a apreciar como la obra suprema, que jamás lograré a comparar con otra cosa que haya conocido jamás.Quizás es que pienso como zorra, reflexiono y reposo mis ideas como un búho y quiero defenderlas como tiburón. Así parece ser.

PS: Les encuentro en Facebook, Ivaginaria en Twitter y son bienvenidos sus comentarios en este muro y en: elia.martinez.rodartegmail.com

Elia Martínez-Rodarte | 06 de octubre de 2010

Comentarios

  1. Carmela
    2010-10-07 03:09

    Quizás deberíamos recordar que la especie humana no fué la primera que pobló la madre tierra y que seguramente no será la última.
    Y contemplar alguna vez en la vida la inmensidad de vida que encierra una gota de agua.
    Gracias Elia.

  2. elosegui
    2010-10-10 23:45

    Maravillosamente dicho. Gracias


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