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Porque me quité del vicio por Elia Martínez-Rodarte

Vicio es todo en exceso y desmesura hasta que lo abandonamos por un nuevo vicio, o nos convertimos en coleccionistas de ellos. Nunca es tarde para desechar uno y encontrar otro nuevo. De los vicios y pasiones que exponen nuestra humanidad hablaremos aquí, en este espacio comandado por Elia Martínez-Rodarte, mexicana, viciosa y escritora, autora de ivaginaria, el día 6 de cada mes.

Eolo levantó la falda

Lo que más me preocupaba eran mis plantas. Esta misma mañana le había contado a Joe que acababa de nacer un girasol y que aún tenía la semilla como una gorra en la punta de la plantita.

Ahora escribo esto a la luz de unas velas. Ni en mi ñoña adolescencia romántica se me habría ocurrido la cursilería de escribir así. Ahora sin electricidad, ni teléfono, ni celular, ni seguridad pública, ni iluminación urbana, ni un ser humano en la calle por temor a los ventarrones, me encuentro en casa encerrada esperando a que se restablezcan los servicios.

Los vientos de 120 kilómetros por hora se desplegaron sobre la ciudad desde la mañana. El cielo estaba color café, no se veían las montañas, la gente avanzaba caminando contra el viento con una mínima resistencia, el rostro empolvado y la basura volando a su alrededor.

A medida que el día se desarrollaba surgía el caos. No sé que me hizo arreglar todo y pedir a mi jefa que me dejara ir. Todos nos fuimos a nuestras casas para encontrarlas a oscuras: hubo cerca de medio millón de usuarios sin electricidad y las grúas de la compañía de luz no podían alzar los postes con los transformadores por que lo impedía la fuerza eólica.

Siento polvo en la lengua, en los dientes y en las pestañas. Mi casa es un polvorín. Lo peor ya pasó, me dijo un vecino hace cuatro horas. Y así tenía que ser. Los vientos arrancaron todo lo que pudieron con su fuerza: árboles gigantescos, postes, anuncios panorámicos de todas las dimensiones: desde los más débiles hasta armatostes descomunales derribadas desde su misma base. El viento. Cumplió su misión de ritmo caótico de ventolera enloquecida y nos obligó a encerrarnos y a por una vez, respetar los designios de la naturaleza que se volvió salvaje ante nuestra mirada confianzuda, que no previno todas las desgracias que acontecieron este pasado martes.

Las plantas y yo estamos bajo techo. Duermo en el sillón porque en mi cuarto la cama está cubierta de polvo: las sábanas, cobijas y edredón serán sacudidas mañana para proceder a lavarlas: lo que menos necesito es lodo dentro de mi lavadora.

Afuera aúlla. Los vecinos se han encerrado y lo único que se escucha es el rumor de los niños sin madre que han salido a la calle a ver cómo se derrumbaron los juegos del parque. Salen corriendo y gritando ante la fuerza de los vientos que los tumba a algunos, pero que no los atemoriza. El polvo los ciega: corren por la calle gris y desierta, todo se ve como un video mega pixeleado en medios tonos que sólo muestra a sus personajes difusos. No hay sol, no hay montañas, no hay nubes, sólo el viento que se apersona en forma de un titán de polvo que nos invade y nos acorrala.

Con las tres velas intento escribir esto que me cansa tanto hacer. Tengo los ojos agobiados por el polvo. Las luces de las velas tiemblan un poco, luego un prolongado silencio como si del infierno se absorbieran todos los sonidos, para después dejar pasar une enorme y extenso aullido del viento, que se azota en las paredes, cimbra vidrios y atemoriza.

Quiero descifrar la esencia de este miedo desconocido y sé que es el temor más antiguo del ser humano: el respeto hacia los fenómenos naturales, hacia la evidente ira de la madre tierra que está fustigando todo a su paso y yo espero, que no sea un camino por el cual yo vaya circulando.

...........

Hoy miércoles amaneció un sol radiante. Los vientos serán de 12 kilómetros por hora y habrá un estupendo clima. El fenómeno del feroz Eolo de ayer se debió al encontronazo de una masa de aire seca y una de aire húmedo: un huracán polvoso. Caminando entre los escombros, sobre la basura de las calles, observando los anuncios promocionales caídos, la gente sale a su trabajo como cualquier otro día. Los semáforos no funcionan en muchas avenidas, pero es lo de menos: nadie los respeta mucho ni aunque estén encendidos.

La ciudad empieza a brotar debajo del polvo.

Elia Martínez-Rodarte | 21 de marzo de 2008

Comentarios

  1. Francisco
    2008-03-21 17:12

    Pues ten cuidado, Elia, que el viento fementido, jugando con tu vestido, pueda dibujar tu talle. No hay quien de amor no desmaye al ver que en tus formas bellas se manifiesta la huella que el pudor ocultar debe, y solo el viento se atreve a entretenerse con ellas.

  2. Elia
    2008-03-27 02:08

    ¡Cositas!

    Pero sí estuvo fea la cosa como quiera…
    Un abrazo y gracias por pasar Paco.

    E.

  3. Francisco
    2008-03-27 17:11

    Asi es, Elia; los noticieros de la TV americana sacaron reportajes varias veces y algunas escenas de los letreros grandes, ahora calificados como ‘espectaculares’ derribados, arboles robustos arrancados de cuajo y, naturalmente, coches aplastados y algunas casas danadas.

    Parece ser que esos vientos huracanados vinieron desde remotas tierras, miles de kilometros al sur, pues en Oaxaca y Chiapas tambien impusieron su presencia; aunque no con la sania eolica de Monterrey. Me parece que a Eolo no le gusta la rinonada de cabrito asado.

    En Houston tambien se sintieron y a mi me va a costar; pues derribo la cerca de mi “back yard” que, como sabes, son de madera por estos lares, suburbios de Mexico.

    Saludos.
    PD. La madre tierra se esta vengando.


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