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Porque me quité del vicio por Elia Martínez-Rodarte

Vicio es todo en exceso y desmesura hasta que lo abandonamos por un nuevo vicio, o nos convertimos en coleccionistas de ellos. Nunca es tarde para desechar uno y encontrar otro nuevo. De los vicios y pasiones que exponen nuestra humanidad hablaremos aquí, en este espacio comandado por Elia Martínez-Rodarte, mexicana, viciosa y escritora, autora de ivaginaria, el día 6 de cada mes.

Porque soy tu jefa

Odio ser la jefa de alguien. Es como cuando te piden cuidar a los hij@s de otras personas si no te has ofrecido: es una tarea delicadísima, que requiere toda tu atención y destrezas, y en la cual caerás en la rotunda desgracia si lo haces mal.

Para mi mala fortuna he sido jefa algunas veces con resultados nefandos para mi, en especial por mi poquísima paciencia, tolerancia y disposición a ignorar y dejar de lado la ineludible imbecilidad de muchas personas, a quienes no sólo es difícil tratarlas como subordinados, sino también comprenderlos como seres humanos, para lo cual supone debo emprender una labor titánica para saber en que estadio de la evolución se han quedado.

La primera vez fui la jefa de algunas personas porque no me quedaba de otra: ya contaba con una estupenda subordinada, pero me endilgaron la tarea de aceptar a una niña de servicio social a la que llamaremos, Laura por ponerle una cara a la muchacha.

La pobrecita Lau llegó con un susto tremendo por la enorme responsabilidad que le tocaba realizar: traerme las fotos del archivo fotográfico tras haber sido seleccionadas las imágenes por otra persona que a eso dedicaba toda su jornada laboral. Laura con el tiempo fue avanzando en su trabajo, y pronto se dio cuenta que sólo tenía que llevar y traer fotos ya que otra de mis incapacidades para ser jefa es que no tolero cómo hacen las cosas los demás y prefiero hacerlo yo, que corregir las estupideces de otros, ergo a ella no la dejaba hacer casi nada. Creo que su mayor mérito fue la rapidez con que iba a la tienda a comprarme los cigarros. Entonces yo fumaba.

Con todo ese tiempo libre a cuestas se dedicó a hacer una campaña maligna cuyo tema central era yo, diciendo que la tiranizaba. Pronto llegó a las oficinas del director para pedirle un trabajo que “ampliara sus horizontes periodísticos” que sólo se abrieron hasta el departamento de crónicas sociales del cual salió disparada prontísimo por un pequeño detalle: la aspirante a periodista no sabía escribir y la mala jefa jamás quiso enseñarle. Yo suponía que para ello estudiaba en la universidad pública a la que acudía como estudiante de comunicación.

Cuando intentaron devolvérmela a mi sección ante su ineludible estupidez, tuve el infortunio de convertirme en jefa de un número más grande de personas.

Ante la maniqueísta opción de “o lo tomas o te vas”, cosa que les sucedió a otras personas que no quisieron el puesto y sólo una tonta necesitada de trabajar (yo) podría entrarle al bulto, tuve que hacerme cargo de un equipo de personas que trabajaban al ritmo y son de la persona que era mi jefe. El jalaba los hilos del poder y las estrategias vía su títere de luxe, o sea yo. Ahí sí disfruté el poder: el de la impunidad que otorga el no tomar las decisiones y ser sólo una vil emisaria de las necedades e intereses de otra persona. Creo que jamás he disfrutado tanto el poder: en mis manos estaba la posibilidad de decir: pues lo haces o te suspendo, no voy a publicarte esa nota (que ya te han pagado tus fuentes previamente), escribes horrible, tus notas no sirven, no tendrás vacaciones porque no te corresponden ni siquiera por derecho, entre otras frases absurdas que sólo sirven para aumentar las lajas de odio que uno va llevando en las espaldas cuando es el jefe de alguien, pese a que seas bueno y generoso con las personas que trabajan para ti.

La última vez creo que fue la peor. En un lugar en donde se manejaba información, que requería un equipo humano con conocimientos de cultura general, una carrera profesional y de preferencia el uso de calzado en los pies, tuve que fletarme la conducción de una especie de kínder extraño: tenía un subordinado que era músico y que estaba ahí porque no encontró un trabajo mejor; otra que era cultora de belleza que tampoco halló un empleo acorde a sus habilidades; una maestra de preparatoria que necesitaba ganar dinero en sus ratos libres; un informático acosador sexual que jamás se logró ubicar en un sitio; sólo la persona que poseía los conocimientos y estudios para ese trabajo fue lo único sensato que le podía suceder a ese antro laboral. En ese santo varón, de amplísimo criterio, conocimientos vastos y un sentido común impresionante, delegué todas mis responsabilidades, decisiones, estrategias y acciones. Con él comprobé que lo que más me gustaba de ser jefa, era delegar. Creo que siendo jefa nunca tomé una mejor decisión que la de dejar que el listísimo Mich hiciera y deshiciera como mejor le viniera en gana. Jamás abusó de sus atribuciones ni de la libertad con la que yo lo dejé operar. Él era el del mando en realidad.

Ahora tengo jefe y un apacible trabajo creativo en un lugar maravilloso en donde ostento el placer de ser una subordinada de bajísimo perfil, porque eso sirve perfecto para mis planes de dominar al mundo. Con el tiempo quizás podré ser mi propia jefa: podré con impunidad mandarme al diablo sin remordimientos, emitir ordenanzas inverosímiles, asfixiar huelgas y pichicatear sueldos con la certeza de que jamás nunca tendré una empleada mejor.

Elia Martínez-Rodarte | 21 de febrero de 2007

Comentarios

  1. La jefa odiada
    2007-11-11 17:32

    Pareciera estarme leyendo a mi misma, en sensaciones, situaciones y odios infundados porque a diferencia mía, el error más garrafal fue hacerles ver que en mí, tenían un aliado.

    Pero entonces, sencillamente me dí cuenta: Ese es mi trabajo!. Ser odiada por otros. Y es aún peor, tener subordinados que no se subordinan. He tenido paciencia hasta ahora, pero a veces siento que mi vida en ese entorno, es un capítulo de la serie Ally Mc Beal, donde, mientras escucho sandeces, me recreo una visión violenta de como abofetearlos por sus estupideces. Lo confieso, los siento inferiores, frustrados, envidiosos, sobre todo eso. Porque yo soy mujer, en un departamento de diseño de prensa de 6 hombres y unos 5 fotógrafos. Porque mi subordinado más adulto me lleva unos 25 años pero es quien más me respeta, PORQUE SOY SU JEFA. Y tengo a un homosexual que me odia sólo por el hecho de existir en el cargo y sexo que quisiera tener, y no tiene, ni tendrá.

    Los diseñadores odian que los periodistas nos metamos en su trabajo. Los fotógrafos odian que se les diga como encuadrar una fotografía a su conveniencia. Todos odian al que digitaliza el material, porque corto mal, aclaró u oscureció donde no era, odian al que archiva porque sólo él sabe donde encontrar cada foto, odian a los diagramadores porque dicen que hacen lo que les da la gana con la jerarquía, y porque total!, a ellos sólo les importa que eso cuadre en la maqueta.

    Los editores odian a sus periodistas porque escriben las mayores barbaridades que han visto en la vida y peor aún, hay que arreglárselos para que quede perfecto y no lo pueden firmar. No pueden tan siquiera reclamar premios de periodismo. Los periodistas a su vez a sus editores por cortar frases y palabras o cambiarles el sentido a sus notas.

    Y a mi, me odian por intentar poner orden en todo ese caos. Pero yo también tengo jefe. Es el último escalafon del organigrama, seguido del jefe de información, y luego, YO. Imposible estar más alto a los 28 años. Pero cuánto vale tener esta posición, si no hay respeto por el trabajo?? Ahí es donde me provoca regresar a ser una simple reportera. Sin tener que tomar las grandes decisiones, ni hacer firmar memos, ni suspensiones, ni morderme el higado de la histeria por nadie, pero viviendo mi vida en relativa felicidad.

    En definitiva la frase “nadie puede hacerlo mejor que yo”, fue un consejo que mi jefe alguna vez me dio en un momento de gran tensión. Pero es a la vez un arma de doble filo, claro! como nadie puede, entonces LO HAGO YO!....pues no. Ese fue otro error, consagrarme a resolverle la vida a los demás, en cuestiones de trabajo, y no sentir que eso se reconoce positivamente, ES INSULTANTE.

    Mis próximos pasos antes de claudicar, serán delegar. Parte de mi trabajo es velar porque todo lo delegado se cumpla. La gente no lo entiende a veces, pero la coordinación suele ser mucho más difícil que cualquier otra cosa, más en un diario.

    Que igual me odien, pero que a mi, no me afecte. ESA, será la diferencia. Hasta encontrarme en mi propia y apaciguada oficina donde mandarme al diablo a mi misma, sin más odio.


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