Libro de notas

Edición LdN
Oscuro por John Tones

Pregúntale a cualquiera que sepa. Te dirá que la magia es la manipulación de la realidad para adaptarla a determinados deseos. Jaime Oscuro debe ser, entonces, un mago. Porque parece que ese Madrid alternativo y esotérico por el que se mueve está construído a la medida de sus dolorosa conveniencia. John Tones garantiza con Oscuro una historia de magia y violencia, aunque no garantiza una mezcla precisamente alquímica. Guillermo Mogorrón se encarga de las ilustraciones.

Magia de Cerca, parte 5

—Qué tal.

—Jaime.

Oscuro se deslizó hacia el interior del Zelator saludando a los rincones en penumbra, mientras aún sentía la mirada del portero en su clavícula. Su asistencia diaria al local no impedía que el inmenso guardia, medio resucitado de entre los muertos, trofeo del dueño del local y advertencia para los despistados, lo escudriñara a diario en busca de baratijas gnósticas que comprometieran la seguridad del bar. Oscuro se acomodó en la barra pensando, como cada noche, que a pesar de todo, en pocos lugares de Madrid podía sentirse más seguro: ya no se trataba solo del calibre de las protecciones que aseguraban que el recinto era prácticamente hermético a la magia, sino de la actitud de quienes lo frecuentaban. Aunque muchos de los clientes que le observaban avanzar hacia la barra le tenían juradas peores perrerías que una muerte consagrable, el Zelator era neutral. El Zelator era el lugar más seguro de Madrid.

Mientras Oscuro aguardaba la llegada de su bebida, echó un cansado vistazo a su alrededor. Solía entretenerse adivinando quién le mandaba desde la penumbra maldiciones pomposas e inofensivas. Vio a Gutiérrez Alonso, o como ominosamente le gustaba que le llamaran, El Carnicero de Atocha, un inútil que usaba la magia exclusivamente para empalmarse y para asustar a las viejas que iban adormiladas a la primera misa del domingo. Al fondo, junto a las puertas del baño estaba, una noche más, Zoormano, un inofensivo veterano de la escena gótica de Madrid que llevaba décadas intentando enemistarse con los Altos Poderes de la ciudad, demasiado ocupados como para prestar atención a alguien cuyo nombre era un anagrama fallido de “zamorano”, gentilicio que delataba desde dónde había llegado veinte años antes buscando fortuna. Oscuro se sentía, a pesar de todo, cómodo entre esos nigromantes de tebeo y matones al servicio de poderes que nunca comprenderían del todo. Como él mismo.

—Qué tal, Oscuro.

—Aquí, lamentándome.

—Vaya cosa.

Eva sonrió al veterano mago mientras se apoyaba en su hombro y se acomodaba en el taburete contiguo. El camarero de rostro mestizo y masacrado por caligrafías arcanas, inquirió a la chica con un gruñido.

—Un gin-tonic- pidió, jovial.

El camarero se giró pesadamente hacia el mueble bar.

—He oído que has estado atareado estos últimos dias.

—Mierdas de diversa consideración.

Eva acarició la gruesa hendidura con la que las zarpas de la criatura enviada por Sebastián Ágreda había marcado el rostro de Oscuro.

—Ya veo. Unas más profundas que otras, ¿no?

Oscuro se humedeció el paladar con su vodka templado.

—Ha sido una semana muy extraña.

—Bueno, a mí me lo puedes contar.

Oscuro dejó escapar una sardónica risilla entre dientes, consciente de la auténtica raíz de las atenciones de su acompañante. Eva Rivera llevaba ya una década como turista. Empezaba a estar harta, no sin razón, del despectivo epíteto que los ocultistas veteranos dedicaban a quienes, cómo ella, aún carecían de mentor oficial. Oscuro sabía que las atenciones y los mimos que le dedicaba la inteligente treintañera buscaban su aprobación y un apoyo futuro, pero ya no sabía cómo decirle que estaba muy lejos de querer un nuevo discípulo. Por muy sobrado de capacidades que estuviera.

—Va, cuéntame.

—No vale la pena…

—Obviamente carezco de tu experiencia, Jaime. Pero quizás no te venga mal otro punto de vista.

Llegó el gin-tonic. El comité de bienvenida de Eva consistió en un sorbito y una sonrisa de oreja a oreja.

—Va, sabes que…

Oscuro señaló el techo con el dedo índice para pedirle silencio, y después le contó sus tres últimos días, pasando de puntillas por los elementos sobrenaturales y las motivaciones ultraterrenas, como si toda aquella pesadilla no hubiera sido más que un rancio ajuste de cuentas entre bandas rivales de una película en blanco y negro. Cuando las palabras se le agotaron, casi al tiempo que el licor ruso, seguía tan convencido como antes de desgranar los detalles de que había un móvil temible y desoladoramente humano detrás de todo ello.

—¿Crees que ese Ágreda es más de lo que parece?

—No. Alguien lo está usando.

—¿Para canalizar la magia?

—Puede que como cabeza de turco.

—Pero tú mismo has dicho que no tiene ninguna importancia.

—Sí. Pero si no está mintiendo y si de algún modo puede comunicarse con Postigo, la lideresa del culto, sería perfecto para…

Los gestos del zamorano, en el otro extremo del local, parecían ir a cámara lenta.

—Para…

Oscuro se puso en pie de un salto, trastabillándose con el taburete, musitando una disculpa a la joven.

Salió a la calle y el asfalto de Madrid, en plena madrugada, ardía con llamaradas azules y verdes que salían de las alcantarillas y que solo él podía ver. Echó a correr hacia el norte, maldiciendo a dioses olvidados, consciente de que era demasiado tarde para el infeliz de Sebastián Ágreda.

John Tones | 08 de agosto de 2013

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