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La Transición empezó el 18 de Julio

Apenas unos días antes de que se celebrasen las primeras elecciones democráticas tras la muerte del dictador, el 15 de junio de 1977, José Vidal-Beneyto, que había militado activamente en la oposición democrática a la dictadura franquista, publicaba en la editorial Akal un lúcido ensayo titulado Del Franquismo a una democracia de clase (1977), en el que analizaba objetivamente el proceso de sustitución del franquismo por una democracia de clase, cuyo objetivo era consolidar el control político y económico de la burguesía; para conseguir ese objetivo se emplearon las siguientes estrategias: la transposición de la acción política popular, en las fábricas y en las calles, por la negociación secreta entre profesionales de la política, la recuperación democrática de la clase política franquista y la cooptación por y para el poder de una parte de la oposición. Esta misma tesis la seguía defendiendo, en 1998, Manuel Vázquez Montalbán, para quien “los sectores sociales que ganaron la guerra civil volvieron a ganar en la Transición empleando a los reformistas del franquismo y a los reformistas de la izquierda”.

No obstante, frente a esta tesis, el discurso oficial construyó a lo largo de los últimos veinte años una versión idílica de la Transición, un período en el que supuestamente se reconciliaban los vencedores y los vencidos del pasado con el objeto de construir una verdadera democracia. Efectivamente, como señala Bénédicte André-Bazzana en Mitos y mentiras de la Transición (El Viejo Topo, 2006), “la memoria de la Transición se ha construido en el imaginario colectivo de los españoles tanto a partir de los recuerdos como de los olvidos, haciendo abstracción de toda una parte de la historia de la lucha a favor de las libertades y de los años de represiones cotidianas.” Ahora bien, ¿a qué se deben esos olvidos?

Sencillamente a que la Transición, tal y como nos la cuentan, esconde una dramática realidad: esconde el hecho de que el paso del régimen franquista a una monarquía parlamentaria fue una decisión madurada por las potencias occidentales, especialmente por los Estados Unidos, Alemania y Francia, que necesitaban integrar plenamente a España en sus estructuras económicas y militares, como sostienen Joan Garcés en Soberanos e intervenidos: estrategias globales, americanos y españoles (Siglo XXI, 1996) y Alfredo Grimaldos en La CIA en España (Debate, 2006); esconde el hecho, además, de que la Transición no alteró la estructura del poder económico heredada del franquismo, como demostró Mariano Sánchez Soler en Ricos por la patria: grandes magnates de la dictadura, altos financieros de la democracia (Plaza y Janés, 2001); esconde, finalmente, el hecho de que la Transición fue un proceso dirigido por las elites políticas del franquismo, que cooptaron a los reformistas de izquierdas al proceso.

Ahora bien, para lograr que lo que estaba atado no se desatase, para conseguir que aquellos que tenían el poder económico no lo perdiesen (para algo habían ganado una guerra), había que desactivar el potencial revolucionario de la clase trabajadora, que había protagonizado la lucha por la democracia y el socialismo durante los últimos años del franquismo, ahí están los ejemplos de Vigo y Ferrol, lo que se logró mediante la precarización laboral, que condicionó la desmovilización social y, consecuentemente, la despolitización. Asimismo, paralelamente a esa estrategia, había que construir un mito: el mito de la transición consensuada, del que nos podemos sentir todos orgullosos y que sirve para olvidar enfrentamientos fraticidas del pasado.

En la actualidad, desde que en 1996 Julio Anguita declarara que consideraba roto el consenso alcanzado en la Transición por causa de la degradación de la situación política y económica, son cada vez más los que consideran que la democracia española tiene que ser repensada para hacerla más participativa y para devolverle la soberanía al pueblo. Quizás no había otra alternativa posible, aceptemos esa parte del mito de la Transición, pero seguro que es posible otra democracia, completamente distinta de este bipartidismo en el que todo se reduce a una alternancia en el poder político sin alterar la estructura económica.

Alfredo Iglesias Diéguez | 21 de junio de 2007

Comentarios

  1. Miguel A. Román
    2007-06-21 12:52

    La expectación extranjera para la transición se resumía en la frase de Kissinger: “los españoles no han demostrado históricamente que sepan resolver sus diferencias de forma pacífica”.

    Recuerdo que ese temor a un revanchismo y desestabilización del sistema tras la muerte del dictador anidaba incluso entre la despolitizada clase media española.

    La triada Schmidt-Giscard-Andreotti desde Europa mantuvo un durísimo pulso con la administración norteamericana para tutelar el proceso. Schmidt y los suyos querían un salto rápido y radical, mientras que desde la administración Ford—Kissinger se había diseñado una operación de puro maquillaje que preservara el statu quo.

    Los amargos sucesos de Enero del 77, incluyendo la llegada a la Casa Blanca de Carter y el cese de Kissinger en la secretaría de estado, inclinaron la opción definitiva para la socialdemocracia europea.

    Desde ahí se presionó para la legalización del Partido Comunista como paso inexcusable para continuar con el proceso, algo que ni siquiera el PSOE tenía claro dado que el PCE se empeñaba en hacer las cosas al revés: primero entrar y luego renovarse. Desde Suresnes había una brecha en la oposición al franquismo, tanto en las formas como en los fondos.

    La transición y el “consenso” no son un mito, fueron una realidad elegida entre las alternativas que había disponibles, “la menos mala” en palabras de Martín Villa.

  2. Marcos
    2007-06-21 21:57

    Yo creo, Miguel, que el mito es encumbrarla; Iglesias admite que pudo ser la mejor salida de las posibles en su artículo, pero de ahí a, 30 años después, ocultar todo lo que supuso de renuncia para ensalzarla desmedidamente hay un abismo. El otro día no sé en qué cadena pusieron las imágenes del entronamiento de el que hoy es nuestro Jefe de Estado: juraba fidelidad a los principios del movimiento; y a día de hoy, no se ha desdicho.

    Saludos

  3. Insignificante
    2007-06-24 04:17

    Cuando Rajoy dice que lo que pretende Zapatero con alguna de sus políticas más “progresistas” es romper el consenso de la transición, insinúa lo que muchos nos tememos: que vivimos en una democracia condicionada, sujeta a las mismas ataduras y límites que hace treinta años. Algo especialmente absurdo si tenemos en cuenta que muchos de los actuales votantes nacimos en plena democracia. Ya sería hora de poder mirar atrás y afrontar la realidad de nuestro pasado reciente, sin mitos ni sectarismos; pero claro, cómo pedir esto para la transición, si ni siquiera hemos podido hacer lo propio con la guerra civil. Basta con pasar por la librería del VIPS o del CI para sufrir un ataque de revisionismo y manipulitis aguda. Esperaremos otros treinta años a ver si…

    Salud!

  4. ANALLELY RAMIREZ GARCIA
    2008-05-23 00:37

    yo creo que el texto ya que la transición y el consenso no son un mito, fueron una realidad elegida entre las alternativas que había disponibles, al menosde la malas palabras de Martín Villa,ya que algo especialmante absurdo si tenemos en cuenta que muchos de los actuales votantes nacimos para vivir, ya que tambien los sectores sociales ganaron la guerra civil ya que volbieron aganar a la trancición


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