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Mondo Píxel PG por John Tones y Javi Sánchez

Mondo Píxel PG supone, como el Parental Guidance de su título indica, un punto de vista alternativo y guiado acerca de los videojuegos. Cada viernes, John Tones y Javi Sánchez, miembros del hervidero de visiones con seso sobre lo interactivo Mondo Píxel, contarán en LdN cómo se ha convertido el ocio electrónico en una volcánica explosión de inquietudes pop. Sus ramificaciones en cine, tebeos y música, su influencia en nuestra vida diaria, su futuro como forma de ocio y olla a presión cultural. Cada semana en Mondo Píxel PG.

A jugar se va llorado de casa

Como ya saben que nos gustan los axiomas y los sofismos, vamos con uno calentito: el mayor problema de la aceptación social de los videojuegos son los jugadores. En concreto, los que se autodefinen como jugadores en su vida diaria. Permitan que lo razonemos un poco antes de pasar a los insultos hacia nuestras muy insultables ideas. Para empezar, pensamos que es igual de asno el que se define como jugador (y no digamos el cenutrio que se autocalifica de hardcore gamer siendo oriundo de Villamierda de la Meseta), que el que se califica como cinéfilo, el que presume de lo muy leído que es, el que asienta su autoestima en lo tope connoiseur que es de cualquier cosa, etcétera. Ya saben, esa gente que lo primero que hace es juzgarte por cuánto sabes tú de lo suyo, cuánto hay, hasta qué punto te acercas a su baremo cultural, etcétera. Ustedes ya saben de quiénes hablamos, etcétera.

En el caso de los jugadores, además, existe un pequeño agravante a la hinchada de pecho y paseo de cornamenta del machoalfismo cultural: el videojuego, por definición, es un terreno competitivo. Si en los orígenes de esta columna hablábamos de cómo las redes sociales se estaban convirtiendo en un sistema de puntuaciones y logros que hacían que tal persona fuera mejor que tal otra por el número de followers/amigos/agregados/favoritos, también contábamos que eso en videojuegos existe desde el primer día que se asignaron puntuaciones. Tanto “en” como “a” los juegos. Parte de la cultura del jugador es “ser mejor que el otro”: tengo más puntuación, he matado más, te he pasado los testículos virtuales por la cara (esto nos daría para otra columna, con la manía actual de hacer videojuegos en los que no se puede perder: que a corto plazo te dan clientela, pero no puedes prometer a tus clientes que van a ser como tigres y darles la parafernalia y el desafío de un gatito castrado hogareño).

Ojo, que tampoco es que nosotros nos salvemos: Sánchez quiere tener nietos algún día para contarles que su abuelo no estuvo en Vietnam, pero a ver qué marine se acabó Ninja Gaiden en máxima dificultad, etcétera. Y tampoco resulta muy difícil verlo con todas las afectaciones de su yo de ocho años cuando está cerca de una recreativa con juegos de lucha, especialmente si hay alcohol de por medio. Pero, por razones profesionales evidentes, nos las hemos visto tan a menudo con los grados máximos de estas especies (que ni siquiera saben escribir correctamente hadouken o acentuar pronombres, pero eh), que la expresión “batir el record mundial de Combat School” (un juego muy técnico, muy viejo, que requiere habilidades que no tuvimos ni antes de poder utilizar la lejana juventud despendolada como excusa) ya es un meme interno de la redacción. Uno con el que nos animamos cuando miramos nuestras cuentas bancarias: según ciertas pandas de berzas con patas, uno no puede denominarse jugador sin ser capaz de esas proezas en juegos que peinan canas. Nosotros encantados: toda la etiqueta para esa gente. Y un sótano muy oscuro. Y a triunfar en el Spectrum, que no se diga.

Se lo podríamos contar de mil maneras, si algún lector es aficionado al cómic ya habrá visto o conocerá de segunda boca el fenómeno del fan leyéndole la cartilla al autor, desde el modo “camiseta mugrienta” a los analistas del ser y la esencia que tienen mareada con las lecturas de género a nuestra querida Mireia Pérez. Por eso nos ha hecho mucha gracia esta semana la que ha montado Arturo Pérez-Reverte en su tuiter, dedicando una tarde entera a salir del armario de los jugadores silenciosos para presumir de sus cualidades en Call of Duty: Modern Warfare 3, riéndose de sus propias capacidades a la hora de “matar rusos”. Pérez-Reverte, como @masaenfurecida o cualquier otra criatura real o imaginaria que practique el perdido arte de la ironía, cumple una bella función social: el detector de idiotas. Mientras media parroquia de tuiter se dedicaba a seguirle la gracia o, como en nuestro caso, admirar la forma en la que un neófito explicaba tan bien las complejidades del shooter bélico moderno (cielos, explicó los comandos de PC en 140 caracteres), la otra media poco menos que exigía que el escritor se personase en PSN o Xbox Live (a pesar de que jugaba en PC, pero lo dicho: detector de idiotas) a demostrar sus habilidades, a demostrar que no eran bravatas, a medirse con los que saben.

¡Que le dejen en paz! A nosotros nos pareció fetén que el autor se explayara sobre una de sus aficiones, como ya ha hablado de vinos, comidas, películas, otros libros, políticos lloricas o lo que le salga del tuiter. La retahíla del escritor, incluso, sirvió para que Sánchez se sintiera más aliviado por sus últimas semanas de comunicación virtual, en las que tuvo que hacer esfuerzos conscientes para no contar todo el día sus aventuras en el mundo de Skyrim (juego que encarna a la perfección esa esencia de “viaje imaginario” que Kieron Gillen le pide a los videojuegos), so pena de parecer “demasiado jugador”/“pelmazo”. Hemos defendido varias veces que ciertos juegos nos pueden gustar más o menos (o no ir dirigidos a nosotros en absoluto) pero que tendrán valores para quien los disfrute. Con un autor medianamente célebre hablando de sus exageradas masacres de rusos, uno del que nunca habríamos sospechado esa afición, llega un poco de esa normalidad que pedimos y defendemos: la de la persona que juega, sin más, sin tener que convertirlo en un modo de vida o una serie de medallas con las que presumir de actos que son puramente personales: pocos medios hay más difíciles de compartir, cuando la partida de cada uno es una experiencia personal e irrepetible.

Y, precisamente por eso, se han librado ustedes de que Sánchez, hoy, les contara cuatro páginas de lo que ha sido su mes en Skyrim. Máxime cuando ya existe Tom Blisell , un escritor especializado del que algún día les contaremos cómo escribió un libro sobre su doble adicción a la cocaína y los videojuegos. O mejor, y ya que hablamos de adicciones, nos permiten parafrasear a Dylan Thomas: un gamer es un tipo que juega tanto como tú y no te cae bien.

John Tones y Javi Sánchez | 09 de diciembre de 2011

Comentarios

  1. Álvaro Nevado "Holdy"
    2011-12-11 04:06

    Acepto el tirón de orejas, corregido queda. El famoso artículo de la HC número 14, de un enorme Marcos García, definitivamente me influyó demasiado:

    http://i123.photobucket.com/albums/o306/onevg/ArticuloSFIIHC14.jpg

  2. Fare
    2011-12-11 16:23

    “les contara cuatro páginas de lo que ha sido su mes en Skyrim.”

    Me gustaría dejar claro que a mí me gustaría leer eso. Y si es posible, lo mismo con Zelda Skyword Sword, del que espero mínimas pegas ante la avalancha de elogios que le han caído encima.

    Un saludo.

  3. DAVID
    2011-12-12 19:43

    Vengo de novato. Creo que se nota que aquí el autor no solo lee el twitter de Arturo Perez Reverte, sino también su columna, ¿me equivoco?
    Y con asiduidad, yo diría.

    Excelente disección de un puñetero gamer. Esos tipejos se cargaron lo que había de divertido en Counter Strike, Day of Defeat y cualquier juego que se haga medianamente popular.


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