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Máquina de perspectiva por Julio Tovar

El 11 de cada mes es la cita con la historia, o mejor, con sus máscaras. Tal como Jorge III observa al pequeño Napoleón en la ilustración de la cabecera, Julio Tovar —cuya única religión es el culto a Clío— , cogerá su microscopio para radiografiar el pasado, capa por capa, y diagnosticar los cambios en esos bichillos tan entrañables llamados hombres.

La muerte de la ciudad

“…vendéis el pescado podrido por tan grandes precios y hacéis con vuestra carestía que una ciudad como ésta, que es la flor de Tesalia, se torne en un desierto y soledad (…)”

Lucio Apuleyo, La metamorfosis o El Asno de oro (Traducido por Diego López de Cartagena), Madrid, Espasa Calpe, 1920

La caída del Imperio Romano ha llegado al imaginario popular gracias a la novela o el cine como una serie de invasiones continuas, con la imaginería propia de la novela gótica, donde los bárbaros van poniendo en entredicho la limes, las fronteras. La realidad, las fuentes reales, nos ofrecen una crisis más progresiva, particularmente socioeconómica, que llevó a una progresiva feudalización que se adelanta casi en cien años a la caída de Roma.

Así, la crisis del siglo III es el punto de no retorno por el cual las ciudades comienzan a ser abandonadas, vía presión o crisis del comercio (especialmente en la parte occidental). Esto fue fundamental, ya que la ciudad era el nervio, la célula de la sociedad para Roldán Hervás, de la participación política y la economía del Imperio. Afirma González Bravo:

“…la ciudad era (…), ante todo, un centro administrativo y político, en la que residían las autoridades locales o provinciales, los grandes propietarios también, y en la que se hacían públicas las órdenes del emperador”

El propio sistema de pactos que constituye la ciudad romana, originariamente con los sabinos y donde viene el propio nombre —cives—, es relatado de este modo por Tito Livio en su Urbe Conditia:

“…ambas naciones se unieron en un único Estado, el poder efectivo se compartió entre ellos y la sede del gobierno de ambas naciones fue Roma. Después duplicar así la Ciudad, se hizo concesión a los Sabinos de la nueva denominación de Cuiritas, por su antigua capital de Curas.”

La civitas era el cuerpo social de la cives, la ciudad, y representaba a los ciudadanos unidos por una ley común (Coetusque hominum jure sociati…). Existían dos tipos de ciudad: los municipia y las colonia, siendo la segunda la de estatus superior, casi siempre adquirida por pactos en guerra y que incorporaban estatus determinados y precisos.

Para Gibbon, en su obra seminal sobre Roma, esta desaparición de las ciudades va unida a la pérdida de la virtud cívica a consecuencia del cristianismo, que defendía una vida en la pobreza y condenaba el comercio (razón de la ciudad en primer término). El clásico inglés además cita a Vegetius, que adelanta las tesis de la escuela austriaca en el siglo XX, estableciendo cómo la progresiva presión fiscal llevó a una huida al campo, consolidando las que serían llamadas villas rurales de potentados donde se desarrolló un tipo de dependencia protofeudal.

Más denso, Montesquieu, afirma que la decadencia de Roma se debió a las guerras contra los pueblos itálicos y su posterior asimilación, que inutilizaron la uniformidad legislativa:

“…cada ciudad llevó á ella su genio, sus intereses particulares, su dependencia de algún gran protector. Dividida la ciudad en partidos, ya no formó un todo uniforme; y como el derecho de ciudadano era una especie de ficción; como no tenían estos los mismos magistrados, las mismas murallas, los mismos Dioses, los mismos templos,  y las mismas sepulturas; Roma fue mirada con ojos diferentes, no hubo el mismo amor de la patria, y las virtudes romanas desaparecieron.”

Esas virtudes, representadas en el viejo panteón, pueden resumirle en la famosa frase de San Agustín respecto a la caída de Roma:

“Si no ha sido salvada por sus dioses tutelares, eso es porque sus dioses ya no están allí: mientras estuvieron presentes salvaron la ciudad”

Pero, ¿cómo se llegaron a despoblar unas ciudades que eran la envidia de los Imperios rivales en los siglos anteriores?

Crisis

No existe una visión unificada sobre la decadencia de la ciudad, pero sí podemos rastrear rasgos, primero, en las teorías sobre el sistema económico romano y su defunción. Los economistas austriacos del siglo XX consideran la manipulación de la moneda, los máximum en los precios, una construcción económica falsa que hubo de arruinar a los mercaderes en las ciudades, forzando su despoblación.

Se defiende, también, que un exceso de burocratización e impuestos forzaron a gran parte de los esclavos o clases bajas a aceptar la dependencia de los potentados en regímenes de servilismo. El propio cristianismo, y su condena de la esclavitud, habría dinamitado también esa clase trabajadora que era la fuerza productora de la economía romana.

Para el antropólogo Tainter:

“…las tierras empezaron a estar progresivamente desiertas. Enfrentado con los impuestos, los pequeños arrendatarios podían abandonar su tierra para trabajar en la de un vecino, que estaría en respuesta honrado de un trabajador agrícola extra.”

Ermatinger nos recuerda como la economía romana pasó de un mercado mundial a uno regional, sobre todo por los reverses políticos-económicos, que llevarán a este primer apogeo de las villas y estados respecto a las ciudades. Pero la imagen es engañosa: en el siglo III hay más de 1000 ciudades…con predominio en oriente. La necesidad de controlarlas llevará a un aumento progresivo de la burocracia, y se pasará del dominio del impuesto agrícola al del comercio con Constantino. Como recuerda Heather en su reciente síntesis sobre la caída del Imperio Romano:

“…en año 249 d.C. el sistema burocrático seguía contando únicamente con 250 altos funcionarios en todo el Imperio. Para el año 400, sólo 150 años más tarde, había seis mil.”

Alföldy hace un resumen claro sobre este viraje económico, y afirma que la batalla de Adrianópolis del 378 es el inicio irreversible de la decadencia económica de la ciudad (las ciudades comienzan a incluir bárbaros en sus límites):

“…las relaciones campo-ciudad dejaron de basarse, como en el alto Imperio, en la fuerza de los centros de producción urbanos, para reposar sobre la creciente importancia de las fincas rurales; significativamente, ya desde el siglo IV las grandes haciendas pasaron progresivamente a cubrir su demanda de productos manufacturados recurriendo a la producción propia, y no tanto la comercial.”

Las reformas de Constantino fueron continuadas por Diocleciano, que incluyó cambios económicos tanto en la agricultura como en la población. A finales del siglo IV dos tipos de fenómenos llegan a ser irreversibles: los potentados y las villae rurales; y el debilitamiento de los gobernadores provinciales y su escasa actuación en las provincias. Los soldados, unidos en principio a un cuerpo cívico y a los diversos órdenes sociales de la urbe, van acabar siendo mercenarios de los generales, contribuyendo especialmente en el occidente a la parálisis social del Imperio. Existe una polémica entre Mickwitzh y Mazzarino sobre cómo se llegó a pagar a los soldados en esta antigüedad tardía, si en especie o en oro, lo que demuestra el grado de decadencia económica de Roma.

En todo caso, el viejo sistema cívico curial, que enlazaba los notables de las ciudades con el propio sistema Imperial, verá al final del Imperio a los curiales convertirse en hereditarios, quebrando la representación. Los curiales fueron los principales beneficiados de la excesiva burocratización del Imperio, aunque Constantino pretendió que mantuvieran descendientes en la curia local para evitar la despoblación administrativa. Así, el viejo sistema social romano en la ciudad, que incluía incoale, residentes, libertos y esclavos se va a reducir en el bajo Imperio a honestiores y humiliores, que poco a poco van a devenir en regímenes servilistas, donde los últimos actúan como campesinado dependiente de una nueva aristocracia hereditaria. Continúa Alföldy:

“…los propietarios de los latifundios fueron aún más claramente que antes la capa rectora económicamente determinante en la sociedad tardo romana, en tanto que la gran masa desposeída de la población baja se hizo cada vez más dependiente de ese estrato de terratenientes.”

Un contemporáneo, Salviano de Marsella, nos confirma como los pequeños propietarios “…huyendo de los recaudadores de impuestos abandonan sus tierras porque no pueden mantenerlas, y buscan ricas y grandes posesiones para hacerse colonos de sus propietarios” en su tratado sobre el gobierno. Los autores del tiempo, de la literatura bajo imperial, son conscientes de la decadencia y ésta es referida tanto por Eusebio de Cesarea, Juliano, Símaco o Sinesio.

Pero ¿fue un proceso uniformado y constante? Más bien, se acompañó con un viraje muy determinado de poder a oriente donde la crisis urbana fue menor, y donde algunos autores afirman que Bizancio mantuvo el corpus estatal romano. Desaparecerá, entonces, en occidente esa clase media burguesa que construyó las teorías de Rostovzeff y que era el nervio de las ciudades. Un estudio sobre Ampurias de Entero García, para el siglo III, ve cómo se abandonan las viejas termas y un anfiteatro y su vuelve sólo al núcleo de población original. Una adaptación a un marco rural, en fin, donde la plaza de una ciudad había dejado hace tiempo de ser ágora de política.

Retiro

Para Fernández Urbiña la tesis de Roztovzeff es difícil de demostrar, pero lo cierto es que ese viraje de la ciudad al campo es la constatación de una crisis social mucho más amplia. Quizá los métodos productivos ya no eran rentables con una burocracia expansiva que no tenía ya las victorias militares de antaño; quizá la propia aparición del cristianismo —como afirma Gibbon— aniquilo esta virtud cívica tan querida por Tito Livio.

Pero, en definitiva, el propio sistema de ampliación de la ciudadanía hizo muy difícil mantener la estructura de poder de las viejas ciudades. De Coulanges, en un bonito libro muy leído en el siglo XIX en Francia sobre la ciudad antigua, recogió esta teoría —ya defendida por Montesquieu—:

“…luego hizo en entrada en ella clase plebeya; más tarde los latinos, los italianos, y por último, los coloniales. No bastando la conquista para verificar un cambio tan grande, había sido necesaria una transformación lenta en las ideas, concesiones prudentes pero continuas de los emperadores, y que se acomodasen en aquel sentido los intereses individuales. Entonces desaparecieron poco a poco todas las ciudades; y la ciudad romana, la última que quedaba en pie, se transformó hasta convertirse en una reunión de grandes pueblos bajo un solo dominador. Así cayó  el régimen municipal.”

Y más poético el historiador Amiano hizo la metáfora perfecta de ese cambio tranquilo, lento, en el cual la vieja águila pliega sus alas en su ocaso:

“Este pueblo, desde su nacimiento hasta el final de la niñez, en un periodo que comprende casi trescientos años, soportó guerras en torno a sus murallas. Después, entrando ya en la adolescencia, tras las múltiples calamidades de la guerra, cruzó los Alpes y el mar. Llegada ya la juventud y la madurez, de todas las zonas que comprende el vasto mundo se trajo laureles y triunfos y, en los comienzos ya de la vejez, venciendo a veces tan sólo gracias a su fama, se retiró a una vida más tranquila.”

Bibliografía

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Julio Tovar | 10 de abril de 2013

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