Libro de notas

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Máquina de perspectiva por Julio Tovar

El 11 de cada mes es la cita con la historia, o mejor, con sus máscaras. Tal como Jorge III observa al pequeño Napoleón en la ilustración de la cabecera, Julio Tovar —cuya única religión es el culto a Clío— , cogerá su microscopio para radiografiar el pasado, capa por capa, y diagnosticar los cambios en esos bichillos tan entrañables llamados hombres.

La pira de la política

“…Santo Tomás, respondió, con argumentos más o menos sutiles, que el verdadero padre no es el íncubo, sino el hombre.”

Joris-Karl Huysmans, Allá Abajo, Madrid, Ed. Montesinos, 2001, pág. 147

El siglo XVII fue un periodo conocido por sus luchas religiosas, instigadas por la contrarreforma y sus enemigos protestantes, y que habría de desembocar en la guerra de los 30 años, verdadera “guerra mundial moderna” que anticipa muchos de los poderes contemporáneos en el continente. Ahora bien, detrás de todos esos conflictos religiosos a gran escala se pueden rastrear fenómenos colectivos de quema de brujas, un tanto tardíos fuera del medievo, pero que dominaron las primeras décadas del XVII. Como afirma Burke con sagacidad:

“…durante este periodo los reformistas católicos luchaban en dos frentes: contra los protestantes —cuyas reforman habían ido demasiado lejos— y contra la inmoralidad y la “superstición”

La contrarreforma hizo de la “recatolización” de los europeo uno de sus proyectos más queridos, especialmente en una Francia que había sido desgarrada durante cincuenta años por las guerras de religión. A este nuevo proyecto católico de reconstituir una masa de fieles, se unirán los proyectos políticos de Monarquía Autoritaria, que es precisamente a inicios del siglo XVII cuando comienzan a emerger en el reino de San Luis.

Muy pronto, tal como comenta Giordano en relación a la alta edad media:

“…La lucha contra el paganismo, tanto el oficial como el de la mitología popular, era empresa no sólo de las autoridades eclesiásticas, sino también de las políticas”

En ese sentido, el proceso de Loudun supone casi un modelo de intervención política disfrazado de ardid religioso. Lo que suponía, en inicio, unas posesiones demoniacas aisladas en un convento de ursulinas cerca de Poitiers acabó en un proceso político de repercusiones internacionales. Foucault, gran estudioso de la divergencia, supo ver el cambio de paradigma de este suceso para aquel tiempo:

“Y entonces, [el legislador] como no tenía medios para controlar esos efectos del nuevo mecanismo de poder vigente, reinscribió en los viejos procedimientos de control, característicos de la cacería de brujas, el fenómeno que tenía que comprobar y sólo pudo dominarlo con la condición de retranscribirlo en términos de brujería.”

Pero, ¿qué sucedió en Loudun, una población menor y en un entorno bastante rural para que interviniera la emergente autoridad real?

Peste y superstición

El convento de las hermanas ursulinas en Loudun era una fundación temprana, finales del siglo XVI, y acogía a las segundonas de la aristocracia que no habían podido proveerse de una dote para el matrimonio y acababan tomando los hábitos. Loudun, además, había sido parte de las guerras de religión y era zona conocida por una tradición de posesiones demoniacas. El carácter rural de la zona, muy alejada del núcleo urbano parisino – flamenco, suele ser siempre un núcleo de paganismo camuflado en ritos sincréticos. Como cita Caro Baroja:

“Sin duda, influía la vida aislada de los caseríos, de los montes, el mismo ambiente natural, etc. Esto también se repite en las montañas del Tirol, en Italia del norte, algo en las zonas montañosas de Italia central, los Apeninos…”

Si bien Loudun era una ciudad emergente, vinculada al comercio del Loira, para 1632 tuvo una epidemia que se llevó a 3.700 de los 14.000 habitantes. En esta epidemia sobresale el padre Urban Grandier, que asistió a los malheridos y afectados, ganándose el respeto de sus allegados. Nacido en Mayenne, para 1590 era párroco en la iglesia de Sainte Croix. Era el prototipo de libertino, habitual en esta emergente cultura cortesana en Francia, y cuyas escapadas mundanas describió con verdadera fineza el historiador liberal Michelet:

“Majestuoso y fastuoso, este personaje aparecía como un padre de la Iglesia por las calles de Loudun, mientras que por la noche, menos ardiente, se deslizaba por los senderos o por las puertas posteriores. Todas se pusieron a su disposición. La esposa del abogado del rey no fue insensible a sus encantos, más aún la hija del procurador real, con la que tuvo un hijo. No era bastante. Este conquistador, dueño de las mujeres, utilizando siempre su ventaja, empezó el asalto a las religiosas.”

Los escritos del tiempo confirman la atildada descripción de Michelet, poniendo énfasis en su capacidad de persuasión, su oratoria, y su elegancia. Una pieza fúnebre, publicada en 1629 en homenaje al tesorero general de Francia en Poitiers, nos deja ver trazos de talento literario:

“Una muerte en la verdad repleta de lamentos, pero una vida todavía más fecunda en consuelos. Para un hombre no se debe lamentar que esta edad extrema haya sobrepasado los términos ordinarios de la vida del hombre, que además elevó su reputación por encima de los más ambiciosos deseos, y quién, por la constancia de su vida en la bondad y las circunstancias de su muerte, nos ha dado pie a desear, a tener esperanzas y creer que su alma vive feliz en el cielo mientras su cuerpo está en el pecho materno…”

Otros escritos del susodicho fueron más polémicos, y se la acusó de escribir un anónimo contra Richelieu y pergeñar un tratado contra el celibato en los párrocos. Este primer escrito y su relación con Philippa Trincant, hija del solicitante regio en Loudun, actuarán como un resorte en el proceso político que derivará en un juicio religioso. Pero ¿cómo empezaron las posesiones?

Las rosas del diablo

Jeanne des Anges era la madre superiora del convento de ursulinas de Loudun, e intercedió ante Grandier para ser el confesor del convento, declinando este último. Las posesiones, poco después de esta negación, comenzaron a sucederse entre las hermanas, con escabrosas connotaciones sexuales y hablando extraños idiomas.

Aquí es donde las teorías de los historiadores divergen: la historia oficial católica acusa al libertino Grandier de haber poseído a las monjas del convento con un ramo de rosas lanzado extramuros; la realizada por comentaristas e historiadores modernos, encabezados por Huxley, construyen esto como una mascarada de Richelieu para acabar con un rival político y torpedear las libertades provinciales de cara a consolidar el autoritarismo. Lo cierto es que Grandier ya había sido arrestado por libertinaje el 2 de junio de 1630, pudiendo salir en libertad gracias al Obispo de Poitiers. Todo ello debía ponerle sobre aviso del proceso político que podía venir por estas circunstancias, pero continuó siendo un jactancioso en Loudun, volviendo coronado en laureles y a caballo.

El hecho es que para 1632 Jeanne Anges y dieciséis monjas ursulinas fueron poseídas por los demonios. El primer padre en interceder, Jean Joseph Surin, perdió el conocimiento y acabó realizándose autolesiones. Anges afirmó estar poseída por los demonios Asmodeus y Zabulón, acusando poco después a Grandier de convocar al adversario, al diablo, para tomar el cuerpo de las monjas. Las jaculatorias, actitudes sexuales y descripciones de las posesiones dieron pie a que ya en el siglo XX Freud, interesado en los casos de brujería como paralelos a la relación psicoanalista – paciente, pudiera pensar en muchos de ellos como casos de histerismo femenino.

Levack, experto en la caza de brujas de este periodo, nos recuerda que existen dos métodos de posesiones: la directa, donde el demonio posee directamente, y la indirecta, convocada por un brujo. Giordano, también, nos recuerda como los monasterios son siempre centros de posesión preferente para los diablos, y como una moral opuesta a la Iglesia puede ser considerada demoniaca:

“Todo lo que el hombre hace en disconformidad con la disciplina eclesiástica es diabólico, especialmente cuando, para superar sus dificultades o para vencer los males físicos o morales, en vez de pedir ayuda a la Iglesia y a sus ministros, confía más en la consulta de magos y adivinos, ministros de Satanás, colaboradores e intermediarios de los diablos.”

Así, el caso de Loudun mezcla tanto el contexto preciso como los hechos esperados. Grandier, en su libertinaje, no podía ser un rival político en tanto en cuanto hubiera una persecución religiosa determinada. Los antagonistas serán, en este caso, el Padre Mignon y el Padre Pierre Barre, párroco de Chinon, que iniciaron el proceso. La última baza de Grandier, luego de la intercesión inútil ante el Bailío de Loudun, fue el arzobispo de Poitiers que conseguirá paralizar el proceso el 21 de marzo de 1633.

Aquí es donde el proceso deviene en político con la aparición de Jean de Laubardemont, familia de Jeanne de Anges, que bajo la protección de Richelieu pudo reabrir el proceso a través de una Comisión Real con el objetivo de juzgar los actos de Urbain Grandier.

El proceso

El juicio fue dirigido por el padre capuchino Tranquille, el franciscano Lactance, y el jesuita Jean-Joseph Surin de manera pública, contando las sesiones con innumerables espectadores. La figuración prefigura un retablo barroco donde pudo contagiar al pueblo una histeria colectiva, generando una animadversión contra el libertinaje de Grandier.

Anges fue poseída por un tercer demonio en el juicio, y llegó a pasar por un embarazo psicosomático. El resto de hermanas, en las actas, llegaron a afirmar más de veinte demonios en sus descripciones de posesión. Grandier quiso exorcizar en el propio acto a las monjas, utilizando el griego —que debían conocer al estar poseídas— pero Anges se negó a hablarlo por no estar en el pacto original. Este pacto original se demostró en una nota escrita al revés, con la firma de Grandier, los demonios y las monjas, que los historiadores han demostrado a posteriori que fue escrita por la propia Anges.

La condena estaba hecha, y el 7 de diciembre de 1633 Grandier fue enviado al Castillo de Angiers, en el Loira. Fue trasquilado, encontrándosele, según la versión de los inquisidores, marcas del diablo. En la tortura, a través de la bota malaya, Grandier acabó con las piernas destrozadas, pero siempre negando su posesión a las ursulinas de Loudun. El Dr. Forneau notó a favor de Grandier que las torturas demostraban dolor, lo que hacían imposible una posesión o un pacto con el diablo.

Aquí es donde la condena política se hizo final y cuando las monjas, algunas, quisieron defender la inocencia de Grandier, Laubardemont las acusó de ser agentes de satán y proclamó que cualquier defensor de Grandier sería opositor a Luis XIII. Con 72 testigos en contra y casi todos los opositores al proceso fuera del país, la condena estaba hecha: el 18 de agosto de 1634 fue declarado culpable.

Muerte y juicio

Se le prometió un último parlamento y ser colgado antes de su quema viva ante el populacho. Todo esto se impidió en la práctica, ya que se lanzó agua sagrada para que no se oyeran sus palabras y la horca estaba sin colgar. Fue así, quemado vivo, lanzando sus cenizas fuera del país y acompañado, dicen aquellos que lo juzgaron, por una gran cantidad de moscas de su señor Belcebú. Todos los acusadores murieron poco después bajo delirios o fiebres, bajo la condena que Grandier les había hecho en la pira.

Los exorcismos en Loudun duraron hasta 1637, cuando hubieron de finalizar bajo la presión de la Duquesa de Aiguillon, sobrina del Cardenal Richelieu, que informó de numerosos fraudes. La propia Jeanne des Anges no llegó a estar liberada del demonio, y sólo pudo acabar con su condena gracias una peregrinación a la tumba de San Francisco de Asís. Llegó, en París, a visitar a Richelieu y Luis XIII para 1638, y publicó un libro sobre sus vivencias, siendo santificada en el tiempo.

¿Cuánto hubo de verdad en las posesiones y cuánto de proceso político? Los autores modernos han respondido a través de lo político de manera unilateral, pero lo cierto es que bajo la doctrina eclesiástica la propia actuación libertina de Grandier era demoniaca. Como vio bien de manera aguda Michel de Certeau, historiador y jesuita que estudió detenidamente el hecho:

“…traté de analizar cómo los desplazamiento realizados en el teatrito durante algunos años tenían valor de síntomas respecto al trabajo que cambiaba en ese momento el cuerpo entero de la sociedad. Loudun es a la vez metonimia y la metáfora que permiten captar cómo una “razón de estado”, una racionalidad nueva, sustituyen a la razón religiosa.”

Sólo entendiendo la religión como un pilar del estado francés, con sus doctrinas, podremos comprender plenamente que Grandier más que un mártir de una nueva libertad jugó a profeta en una partida con las cartas marcadas. Sólo ahí resultan sabias las palabras de Jean Bodin, el gran demonólogo francés :

“…pero hay algunos hombres que no son buenos ni malos, y se acomodan ellos mismos a unos u otros, así que podemos decir que el alma intelectiva del hombre está en medio de los ángeles y los demonios.”

Bibliografía

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Julio Tovar | 11 de enero de 2013

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