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Máquina de perspectiva por Julio Tovar

El 11 de cada mes es la cita con la historia, o mejor, con sus máscaras. Tal como Jorge III observa al pequeño Napoleón en la ilustración de la cabecera, Julio Tovar —cuya única religión es el culto a Clío— , cogerá su microscopio para radiografiar el pasado, capa por capa, y diagnosticar los cambios en esos bichillos tan entrañables llamados hombres.

Papel mojado

“Con el régimen parlamentario ha ocurrido siempre en España una cosa divertida. Mientras unos lo superaban, otros no habían llegado. En España indiscutiblemente, este régimen es un postizo.“

Ramón María del Valle- Inclán, “Entrevista de Francisco Lucientes”, El Sol, 20 – 11 – 1931

Las recientes protestas del movimiento 15M respecto a la ley electoral, D`Hont y el sistema proporcional en España han traído de nuevo a la picota la legitimidad del sistema electoral y sus leyes. Ahora bien, ¿es esto una novedad en la historia de España? Más bien, es un rasgo más de una tendencia paternalista, temerosa de su ciudadanía, que ha caracterizado la gran mayoría de la obra legislativa sobre elecciones en España. Los votos, en este país, alcanzaron tal nivel de mentira que casi todos los intelectuales de prestigio en los años 30 no los veían más que como “papel mojado.”

El caciquismo, el sistema de control del voto primigenio en España (mayoritariamente en la provincia), fue establecido como una usurpación precisa de la soberanía por Manuel Azaña que trazó su definición y desarrollo:
bq. “La oligarquía, como sistema, y el caciquismo, como instrumento —exclusión de la voluntad de los más—, son anteriores al régimen constitucional y al sufragio y han persistido con ellos; la oligarquía fue nobiliaria y territorial; hoy es burguesa y, en su núcleo más recio y temible, capitalista, aborto de la gran industria y de la finanza (…)

El cacique sirve con los votos, porque el sufragio es la maquina de poder legal; y acapara los votos subyuga al elector, porque el voto libre es su enemigo, la amenaza más terrible para su dominio.”

Otros autores lo vieron como un método de transición, una consecuencia de un país escasamente alfabetizado y poco acostumbrado a una ciudadanía responsable. Un sistema de dependencias y favores, principalmente económico, tal como afirma Varela Ortega:

“…el caciquismo es patronazgo; y éste, una forma de relaciones personales que cortaba a través de las colectividades, fueran clases o cualquier otra forma de organización social. Se trataba de relaciones cara a cara con gentes que tenían problemas personales y diversos.”

En definitiva, un fraude, pero un fraude con ciertas ventajas y que desarrollaba un sistema de dependencias clásico de la antropología social. Pero, ¿cómo surgió este fraude generalizado? ¿De dónde vienen estos problemas a la hora de votar y elegir a los partidos?


Gobierno sin electores

Las nuevas formas en la manipulación electoral, el control “moral” de los gobiernos, tiene como origen el doctrinarismo de la Unión Liberal de 1858 a 1863. Lo que se supone una superación de los métodos guerracivilistas electorales, que había dominado en la primera mitad del siglo XIX, serán sustituido por la llamada “influencia moral del gobierno” según frase célebre de Posada Herrera. En cierto sentido, como vio Yllán Calderón en sus estudios sobre Cánovas, es una respuesta de los doctrinarios, el primer partido de centro en la España del XIX, para controlar la emergente ampliación del sufragio. Ahora bien, la estrategia, interrumpida por la experiencia entre democrática y guerra civilista –en los últimos años- del Sexenio Democrático, se confirmará evidentemente con los primeros gobiernos de la Restauración.

Con el rasgo maestro: se convocaron Cortes con la legislación electoral derivada del decreto del 9 de noviembre de 1868 y la ley electoral del 20 de agosto de 1870 en base al sufragio universal. El engaño fue muy preciso, y en la práctica el Ministerio de Gobernación de Romero Robledo aseguró una mayoría clara. De este tiempo a 1907, se sucedieron varias leyes electorales y ,tal como estudió Alicia Yanini, serán casi siempre un método de obtener mayorías y establecer un turnismo perfecto, falso, pero que permitirá la gobernabilidad de manera precisa a costa de la soberanía. El llamado por Jover Zamora de manera precisa “antagonismo entre teoría y práctica constitucional”. O, como dijo Cánovas sobre el sufragio universal en el Sexenio:

“Yo no he creído en la posibilidad y recta aplicación a España de ciertos principios políticos; pero ¿son posibles? ¿Hace ver la práctica que sí lo son? Pues entonces yo los admitiría y reconocería. ¿No lo dice así la práctica? Pues entonces no puedo admitirlos, porque la práctica misma me confirmaría en que no son posibles. (Rumores)”

El sistema tendrá su radiografía en libro de Joaquín Costa, Oligarquía y Caciquismo, biblia del primer regeneracionismo:

“…los factores que integran esta forma de gobierno y la posición que cada uno ocupa respecto a los demás. Esos componentes exteriores son tres: 1º, los oligarcas (los llamados primates, prohombres o notables de cada bando que forman su “plana mayor”, residentes prohombres o notables de cada bando que forman su “plana mayor”, residentes ordinariamente en el centro); 2º, los caciques, de primero, segundo o ulterior grado, diseminados por el territorio; 3º, el gobernador civil, que les sirve de órgano de comunicación y de instrumento. A esto se reduce fundamentalmente todo el artificio bajo cuya pesadumbre gime rendida y postrada la Nación.

Oligarcas y caciques constituyen lo que solemos denominar clase directora o gobernante, distribuida o encasillada en “partidos”. Pero aunque se lo llamemos, lo es; si lo fue, formaría parte integrante de la Nación, sería orgánica representación de ella, y no es sino un cuerpo extraño, como pudiera serlo una facción de extranjeros apoderados por la fuerza de Ministerios Capitanías, telégrafos, ferrocarriles, baterías y fortalezas para imponer tributos y cobrarlos.”

Ahora bien, hemos visto una intuición del “maestro de fantasmas”, según expresión célebre de Ortega y Gasset sobre Cánovas, que parece demasiado presuntuosa ¿Por qué esos principios no pueden aplicarse? Por dos elementos consustanciales a la España del siglo XIX: su carácter agrario (un 80% para 1860) y unas tasas de analfabetismo impropias de un país europeo (elevadas a cerca del 60 – 70 % a mitad de siglo). La consecuencia directa será, claro, la ausencia de cuerpos electorales y como consecuencia ciudadanía. De ahí que se camuflara esta ausencia de soberanía real con el caciquismo, forzando el turno con la definición pensada de la soberanía de las “Cortes con el Rey” en 1876.

De nuevo, Cánovas:

“El cuerpo electoral en España no existe; como no existe el cuerpo electoral, todo movimiento político debe partir de la Corona; en España, pues, no hay más que un Poder, el de la Corona; y la Corona, para cambiar los ministerios y para cambiar de mayoría por medio de los ministerios no debe tener más que estas reglas: el que se reúnan unos cuantos políticos, pocos o muchos, que le digan que sus adversarios no merecen poder y que ellos lo merecen largamente; esta es la tesis.”

Sin votantes, ¿cómo crearlos? Controlando las listas electorales. Cita Valentí Admirall:

“Para que los lectores extranjeros puedan hacerse una pequeña idea de lo que ocurre, citaremos el caso de un general de brigada, candidato ministerial por el distrito de Berga, que obtuvo más de un millón y medio de votos, a pesar de que el distrito sólo contaba con varios miles de habitantes…”

Un sistema que es, claro, una ficción, pero una ficción que permitió estabilidad y un crecimiento continuado hasta las últimas décadas del siglo XIX. La imagen literaria, permanente en el siglo XIX, hará fortuna tanto en los retratos de Clarín en la Regenta como en el propio Madrid Cómico que dirigía. Como muestra, he aquí esta parodia del semanario cómico que hizo Luis Taboada:

“(Federiquín) se presentó apoyado por su mamá, que tiene muchísima confianza con la señora de un ministro, y para darle el triunfo (…) ha habido necesidad de prender á un alcalde, maniatar á un sacerdorte, reventar á un juez y sofocar los gritos de la alcaldesa, que quería coger al candidato por los fondillos del pantalón y tirarle desde el puente abajo.Pero Federiquín salió victorioso, gracias á los palos repartidos y el apoyo de un cacique, hombre de pelo en pecho, que entraba en casa de los electores con un bastón y les decía metiéndoles el puño en la boca:- Hay que votar al candidato del gobierno, ¿habéis oído? Si sé que votáis al de oposición, sus ‘rompo los morros. Conque, no digo más.”

La progresiva destrucción de este corsé electoral, intuido en las elecciones a finales del siglo XIX en las capitales (imposibles de controlar electoralmente), y confirmado con las reformas de Maura a inicios del XX acabarán, curiosamente, con el progresivo restablecimiento de la soberanía nacional, de ahí la aparición de los nacionalismos emergentes, que en Barcelona aniquilaron a los viejos partidos turnistas. Todo desembocará, curiosamente, en la II República y su régimen unicameral: el eterno retorno del asambleísmo querido por ateneístas químicamente puros, como definía Josep Plá a Manuel Azaña.

El régimen republicano, dinamitado en 1936, dio paso a casi treinta años de dictadura donde la discusión del sufragio, articulada en el viejo pensamiento de Charles Maurras y conceptos como la democracia orgánica, no tendría lugar. Todo ello cambiaría con la transición a la democracia, primer sistema homologable al europeo en garantías legislativas…¿o no?


Electores sin gobierno

El 29 de abril de 1985, el demócrata cristiano Óscar Alzaga toma la palabra en el club Siglo XXI en Madrid. Esta vieja gloria de UCD, opositor en su tiempo a la ley del divorcio, declama contra la mayoría absoluta del PSOE afirmando que “nada hay más tercermundista que un partido hegemónico”. La frase, de tono epatante en estos tiempos de techo electoral de derechas, esconde la mayor de las ironías: él fue el instigador junto a sus correligionarios de UCD de la ley electoral que habría, primero, que eternizar al PSOE hasta bien entrados los 90 y, segundo, construir un ámbito bipartidista apoyado fuertemente, como en la Restauración, en el conservador y manipulable voto provincial.

La fecha cero fue el 18 de marzo de 1977, cuando se aprueba el decreto ley que establece el sistema intermedio proporcional corregido en base a la ley D’Hont. La fecha no engaña: es una ley preconstitucional, ademocrática, que se establece en base a las negociaciones secretas entre el Gobierno de Suárez y la comisión de los nueve (que incluía a representantes de los partidos políticos en boga). La ley electoral resultante, un pacto entre el sistema electoral mayoritario (querido por la derecha) y el proporcional (por la izquierda), era en apariencia un resultado satisfactorio para las partes.

En la práctica, y dada la sobredimensión de las circunscripciones electorales de provincias, permitía obtener diputados con menos votos debido a la fragmentación: un índice del 6.9 de proporcionalidad. No tanto una estafa, como una pequeña corrección. Mucho más tarde, catedrático en la UNED, Alzaga confirmara el artificio:

“El sistema electoral español es absolutamente original, e infinitamente más original de lo que parece a primera vista, y es bastante maquiavélico. Es original. Lo es porque el procedimiento se basa en la Ley de 1908, y es bastante maquiavélico porque la ley actual es esencialmente una reproducción del Decreto-ley del 77, y tal Decreto, formalmente pactado por el Gobierno predemocrático con las fuerzas de la oposición, fue elaborado por expertos, entre los cuales tuve la fortuna de encontrarme, y el encargo político real consistía en formular una ley a través de la cual el Gobierno pudiese obtener mayoría absoluta.”

Todo es proceso queda confirmado de manera inevitable con la frase de Pío Cabanillas en las elecciones de 1977: “Todavía no sé quiénes, pero ganaremos”.
En cierto sentido, una vieja copla del citado Madrid Cómico fue profética con este maquillaje electoral:

“Lo que antes eran mesnadas
de vasallos aguerridos
en los tiempos actuales
son manadas de políticos
que escalan el presupuesto
en vez de escalar castillos.

…Y cuanto no hemos variado
en el tiempo transcurrido,
presumo que el siglo ciento
seguirán siendo lo mismo.”


Bibliografía

ADMIRALL, V. , España tal como es, Barcelona, Anthropos, 1983
ANDRÉ-BAZZANA, B. Mitos y mentiras de la transición, Barcelona, El viejo Topo, 2006
AZAÑA, M. , Plumas y palabras, Barcelona, Editorial Crítica, 2002
CARR, R. , España: 1808 – 2008, Madrid, Ariel, 2009
COSTA, J. , Oligarquía y caciquismo. Colectivismo agrario y otros escritos. Madrid, Alianza Editorial, 1979
GALLEGO, F. , El Mito de la Transición, Madrid, Editorial Crítica, 2008
JOVER ZAMORA, J. M. , La civilización española a mediados del S. XIX, Madrid, Austral, 1991
LAGO, I . , RAMÓN MONTERO, J. , “Todavía no sé quiénes, pero ganaremos’: manipulación política del sistema electoral español” en Working Papers Online Series , 2005
RAMÍREZ RUIZ, R. , Caciquismo y endogamia, Madrid, Universidad Rey Juan Carlos, 2008
VARELA ORTEGA, J. , Partidos, elecciones y caciquismo en la Restauración (1875 – 1900), Madrid, Editorial Marcial Pons, 2001
VVAA, Estadísticas Históricas de España: Siglos XIX – XX, Bilbao, Fundación BBVA, 1989
VVAA, (Alicia Yanini, Democracia representativa en ciernes…) Europa, Espanya, País Valencià, Valencia, Universidad de Valencia, 2007
VVAA, Historia Contemporánea de España – siglo XIX, Barcelona, Ariel, 2008
VVAA, Las máscaras de la libertad, Madrid, Marcial Pons, 2003
VVAA, Spain After Franco: The Making of a Competitive Party System, California, University Press, 1988
YLLÁN CALDERÓN, E. , Cánovas del Castillo: Entre la Historia y la Política, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1985
Revistas y periódicos
Diario de sesiones de las Cortes, legislatura de enero de 1872, 24 de enero
de 1872
El Madrid Cómico, 03 – 03 – 1900
El Madrid Cómico, 11 – 03 – 1893
El País, 30 – 4 – 1985
Revista de Occidente, número 50, 1985
Revista Ayer, El sufragio universal, Madrid, 1991, Marcial Pons

Julio Tovar | 12 de febrero de 2012

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