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Leve historia del mundo por Marcos Taracido

Marcos Taracido es editor de Libro de notas. Escribió también las columnas El entomólogo y Jácaras y mogigangas, así como otros artículos de opinión. Leve historia del mundo se dejó de actualizar en agosto de 2006. Una selección y reordenación de estos textos se ha convertido en un libro, en papel y en pdf: Leve historia del mundo y el cómic Tratado del miedo.

Las borras del café

Había sufrido un grave problema estomacal en el pasado, y desde entonces, antes de tirar de la cadena, observaba siempre sus heces en busca de las señales sanguinolentas de la enfermedad. Un día hubo algo en el morfo excrementicio que llamó su atención; al principio fue un leve déjà vu, pero pronto distinguió con claridad una figuración: la cara de hombre horrorizado cuya pierna derecha estaba aplastado por una especie de roca inmensa. Una incierta e imprecisa inquietud le acompañó hasta el día siguiente, cuando en las noticias anunciaron que un gigantesco bloque de hormigón se desprendió de una camioneta y aplastó la pierna de un viandante. Corrió entonces al váter y tras un leve esfuerzo contempló el depósito: la pieza mostraba el instante justo en que un individuo apretaba el gatillo de un revólver que volaba la tapa de los sesos de una joven mujer desnuda. El telediario matutino dio la noticia: hallada muerta una prostituta con un disparo en la sien. Las semanas siguientes fueron una sucesión de escenas fecales de muertes o atrocidades que se confirmaban ineludiblemente en los Medios de Comunicación un día después: un niño arrollado por un tren, decenas de personas sepultadas por el derrumbe de un edificio, una mujer destrozada por un bulterrier, un hombre entrando en el hospital con los ojos en la mano… Tras una defecación percibió con nitidez cómo una enorme ola arrasaba una ciudad entera; en el cuadro nunca acertaba a ver elementos conocidos que pudiesen darle alguna pista de dónde o a quién podía sucederle la tropelía, aunque sí podía casi oír con angustia los gritos y los llantos, y en las variaciones de color entre el pálido y el oscuro había aprendido a descifrar las muecas, los gestos, los movimientos que vendrían. Pero en esta ocasión entendió con horror que aquellas elevaciones rocosas y ásperas correspondían a la nueva ala de atraque del puerto que podía ver desde su ventana. Tomado del pánico, abandonó todas sus posesiones y huyó de la ciudad en autobús, hacia el centro del país. Murió en el trayecto, entre fortísimos dolores de estómago, pues en el frenesí de las contemplaciones no captó las señales que en forma de sangre coagulada le anunciaban el rebrote de la enfermedad.

Marcos Taracido | 19 de mayo de 2005

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