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La guillotina-piano por Josep Izquierdo

La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.

Selfie I: prólogo

En las semanas finales de Libro de Notas comparto con ustedes algunas reflexiones sobre esta columna, a modo de lo que las prestigiosas artes antiguas llamaban autorretrato, aunque probablemente se parezca más al reclamo de atención ajena que conocemos como selfie. Nunca he pretendido que esta columna tuviese un ser. Esto es, no he tenido nunca intención de que el lector supiese exactamente qué se iba a encontrar, más allá de una determinada actitud, que, como potencia y no acto, a veces se ha materializado satisfactoriamente para mí, otras satisfactoriamente para ustedes (sin que ambas hayan necesariamente coincidido, ni sus razones), y, claro, otras insatisfactoriamente para ambos. La guillotina-piano ha sido hasta ahora lo que el devenir de cada una de ellas ha querido que fuera, y sólo en este momento, en que las circunstancias obligan a echar la vista atrás, aprecio en su decurso la misma extravagancia, el mismo vagar afuera de lo que es común que caracteriza mi curiosidad por lo divino y lo humano. Con ello, probablemente, haya cumplido la advertencia de Montaigne a sus lectores más de lo que era consciente: que hablaba de mí, y nada más. Puede que el único concepto común a todos los intentos que he perpetrado haya sido el de la crítica, se interprete como se interprete. Desde mi perspectiva, la cultura es un concepto que engloba el conjunto de la actividad humana, incluida la biológica en la medida en que siempre se expresa a través de nuestras formas culturales. Han circulado por esta columna disciplinas y saberes que convencionalmente denominamos arte, ciencia, literatura, sociedad, política, historia, filosofía, por nombrar sólo las más habituales. Al menos, siempre han estado detrás de los acontecimientos puntuales que podían provocar la escritura de un artículo concreto. Puede interpretarse, al modo ilustrado, como la búsqueda de la razón que todo acontecimiento humano oculta, es decir, la búsqueda de causas y consecuencias. Pero si esa hubiese sido mi perspectiva, habría acabado asumiendo roles que hubiesen constreñido mi análisis. Creo que mi búsqueda (si ese sólo término no basta para definir mi actividad) se acerca más al concepto de sospecha. Y, cómo no, esa actitud es una actitud intelectual y vital: de qué modo afrontar la sospecha sobre todo y sobre todos sin caer en el complotismo o el conspiracionismo por un lado, o en el determinismo por otro. Una labor de equilibrismo, que no implica en absoluto que intentase ser equilibrado.


En el ejercicio de esta actividad (¿criticismo?¿columnismo?¿opinionismo?¿análisis del événement-trouvé?) siempre ha existido en mi una duda: ¿qué coño estoy haciendo? No sería capaz de vivir sin ella. Leo constantemente blogs y columnas, artículos y libros admirables de gente admirable que sólo habla de lo que sabe. No hay ironía en ese enunciado. Periodistas que hacen periodismo, profesores de derecho que explican y se explican el mundo desde el punto de vista legal, practicantes y estudiosos de la literatura que hablan sobre literatura, artistas y críticos de arte que hablan de arte, filósofos o historiadores de la filosofía que hablan sobre ella… Y todos opinan sobre lo que saben. No sigo, ya se hacen una idea. En un mundo en red disfuncional como el que habitamos, la tendencia de los nodos a convertirse en nichos hace que si tu objetivo (tu target) está claramente delimitado, sea más sencillo encontrar un público fiel. La identidad vende, y con ello no me refiero al concepto político o sociológico, sino al simple hecho de ser alguien de una pieza, sin matices, sin recovecos, sin dudas: retratable, o autorretratable. Probablemente sólo haya detrás una cuestión de carencia y deseo, de carencia del ser y deseo de ser, pero ello no le quita verdad. Aunque vivamos en un mundo de sospecha constante sobre todo y sobre todos, ninguno de nosotros acepta, en su fuero interno, ser sospechoso. Pero mi pensar, mi pensar en el mundo y mi pensar sobre mí mismo y sobre el mundo tiene como premisa que, a fuer de ser honesto, el primer sospechoso soy yo y mis opiniones.


No sé si esta actitud mía es pura nostalgia de un tiempo intelectual perdido, en que la amplitud del pensamiento era más valorada que su especialización. Nostalgia implica un sentimiento de pérdida que no tengo. No creo, por otro lado, que nuestra admiración por ese tópico cultural que es el hombre renacentista se corresponda por la valoración que de ellos tenía la sociedad de su tiempo. Un especialista es un especialista aquí y ahora, en la edad media, en la Grecia clásica o en una aldea neolítica: hombres y mujeres útiles, necesarios a la comunidad. La mayoría de los hombres renacentistas que hoy admiramos por su multidisciplinariedad, sólo fueron apreciados en su tiempo porque, además, eran especialistas en algo: pintores, ingenieros, orfebres, músicos, políticos, hombres de leyes, médicos… Puede que nuestra admiración por ellos mantenga esa relación entre deseo y carencia que mencionaba antes. En un tiempo en el que somos conscientes de la imposibilidad de saberlo todo, fantaseamos con ello con más fuerza que antes, si cabe: es una de las interpretaciones posibles al éxito de redes sociales como Twitter, sin ir más lejos. Puede que en ese sentido yo mismo sea menos singular, bastante menos singular de lo que pretendo, y que sólo esté aquejado de un cierto flaneurismo intelectual que hibrida a Montaigne con Benjamin y Sebald, paseando por el mundo y por su reflejo mediático en el fondo de la cueva en que anda metido.


En cualquier caso, las próximas columnas antes del cierre las ocuparé en un ejercicio de autoanálisis que espero no les aburra. Tras más de seis años con ustedes y más de 270 artículos publicados en esta columna, alguna conclusión puede deducirse, algún pasaje merece destacarse, y también alguna solemne cagada. Llámenlo antología, florilegio o vanidad, pero me es necesario para iniciar una nueva etapa de La guillotina-piano fuera del paraguas protector que la extrema amabilidad y paciencia de los editores de Libro de Notas han tenido conmigo, y me apetece compartirlo con ustedes. Y, en cualquier caso, me parece el cierre adecuado para la primera etapa de esta columna, que continuará en una segunda en lugar y tiempo que les anunciaré próximamente.

Josep Izquierdo | 15 de noviembre de 2013

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