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La guillotina-piano por Josep Izquierdo

La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.

El índice de la vida

Mis semanas comienzan los viernes por la tarde. La frontera está jalonada por el timbre de las 14:55, mi última clase, el breve paseo hasta casa, media hora en la cocina y una comida que procuro que sea poco abundante para que el cerebro no se resienta en las horas siguientes. Me siento ante el ordenador y les escribo. Bueno, me escribo en realidad: ¿quién dijo aquello de que uno escribe los libros que le gustaría leer? Lo mismo vale para los artículos. Debe ser por eso que tengo tantos libros sin escribir, algunos, incluso, con índices detallados. Porque no me apetece leerlos.


Me gustan los índices. Me gustan detallados. Los índices sumarios (aparentemente un epíteto, lo sé) me parecen una falta de respeto al lector. Si un libro no resiste el mínimo estriptís de un índice detallado previo a su coniugium con el lector, es porque tal vez no merezca la pena lo que hay que ver. Un bello y detallado índice previo ofrece promesas de placer que, si se cumplen, prolongan el éxtasis intelectual más allá de cualquier límite, algo que el sexo tántrico promete, pero raramente cumple, sujeto como está a la dinámica muscular, fisiológicamente finita, de la que se ofrece como promesa de escape. El índice detallado te permite fantasear y llevar a cabo las fantasías a partir de las promesas realizadas, leyendo simultáneamente el principio y el final, o entrando directamente in medias res, demorándonos en los preliminares o en los finales que han sido anunciados, o saltando de capítulo en capítulo recogiendo lo mejor de lo prometido, para, una vez reposado, reiniciar la lectura delectándose en cada mínimo detalle, cada párrafo, cada oración, cada cabello, si es útil para el placer. Un placer que, como olvidan frecuentemente sus talibanes, no alcanza sus cotas más altas sin dolor, sin morosidad y sin constancia.


Es peor, sin embargo, la irritante manía que domina en el área románica de colocar el índice al final del libro. Una ocultación sospechosa que convierte el acto de leer en un remedo castrante de los intercambios sexuales puritanos, con orinal y camisones agujereados ad hoc. ¿De qué sirve un índice al final? Aún ahíto, estoy más dispuesto a volver sobre mis pasos y abrazar de nuevo el cuerpo exangüe en un nuevo comienzo, que a que se me prometa aquello que ya ha sido mío.


Con la edad, hay veces (sólo a veces) en que con la promesa basta. En que el libro recién llegado a tus manos después de demorados deseos o inesperados encuentros merece una delectación morosa, y sólo leo el índice. Pospongo hacerle cumplir sus firmes promesas para que el deseo crezca con ellas, consciente de que la impetuosidad que dominaba mi juventud malgasta los placeres creyendo que siempre serán abundantes, o simplemente no creyendo nada en absoluto. Y no. No abundan. Es precisamente su paulatina escasez lo que hace de la relectura una necesidad para nuestras mentes, como una compensación por los cuerpos que ya no podemos revisitar. Y en los cuerpos, sus revisitaciones y sus relecturas, hay un poema de Kavafis que no leo sin pensar, cada vez, que también aúna los cuerpos y su lectura, su memoria:


Vuelve a menudo y tómame,
sensación amada, vuelve y tómame —

cuando despierta la memoria del cuerpo,
y un antiguo deseo vuelve a la la sangre;
cuando los labios y la piel recuerdan
y las manos sienten como que tocan otra vez.


Vuelve a menudo y tómame en la noche,
cuando los labios y la piel recuerdan…


He empezado a soñar con escribir índices. Con convertirme en un escritor de índices. Ajenos. Escribir los índices de libros que otros escribirán. Una suerte de estriper indicial, demasiado mayor para servicios completos. Y también he fantaseado con libros de índices, que contengan exclusivamente índices. De libros ya escritos y de libros por escribir, índices supervivientes de libros perdidos e índices remodelados de libros con malos índices. Y libros, con fines intelectualmente masturbatorios, que los mezclen sin indicar cual es cual. Como un postmoderno libro de pasatiempos, o una nueva forma de miniaturismo librario, o como la promesa de una futura biblioteca infinita.


Maldita andropausia.

Josep Izquierdo | 25 de octubre de 2013

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