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La guillotina-piano por Josep Izquierdo

La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.

Resentimiento y humanidades

Sé que el tema cansa, pero precisamente por ello encontrar argumentaciones frescas, desinhibidas y orgullosas, nada lloronas, es un acontecimiento. El tema es las humanidades y su supuesta crisis, o según a qué voceros del apocalipsis se le dé la palabra, su impugnación más radical, que implica su erradicación del panorama académico. Las he encontrado en una reseña publicada por una revista americana que hace tiempo que me ha llamado la atención, y que todavía estoy decidiendo por qué: puede que precisamente porque los adjetivos que he enunciado en la primera frase del artículo son los que reencuentro cada vez que les leo algo, aunque esté en desacuerdo con más de uno de sus posicionamientos estéticos, y porque no lo estoy con su actitud y su programa: n+1.

En Europa, el episodio más reciente en la consolidación de una actitud economicista contra las humanidades es el proceso de reforma de la enseñanza universitaria popularmente llamado Proceso de Bolonia, pero es sólo la última encarnación de un debate que se inició en los años ochenta con la emergencia del neoliberalismo y su resentimiento contra el predominio intelectual de los pensadores de izquierdas durante el siglo XX. Pero este es el relato políticamente correcto (para la izquierda intelectual, claro) de unos hechos que, como suelen, son mucho más complejos, y en los que la responsabilidad, a fuer de amigos de la verdad, no sólo recae en el resentimiento contra las humanidades de la derecha neoliberal, y puede incluso que sea anterior en una parte no desdeñable de la izquierda y su pasión por el cientifismo en las disciplinas humanísticas.

Uno de los argumentos relevantes del artículo es que, si no somos capaces de articular una respuesta atractiva y vital a las acusaciones de inutilidad, obsolescencia y elitismo que se lanzan contra las humanidades,  y dejar de manifestar nuestra impotencia o nuestra sumisión a las fuerzas invisibles que nos arrinconan, léase el capitalismo y los mercados, pues más vale que lo dejemos. Como dice el autor de la reseña, “sentir que el mundo es un lugar hostil e incomprensible, que nuestras necesidades permanecen insatisfechas y nuestros deseos inescrutables es, después de todo, una situación que las humanidades deberían ser capaces de abordar.”

Otro es la facilidad con que los defensores de las humanidades caemos en nuestras propias trampas retóricas, llevados por la ansiedad que nos provocan las impugnaciones economicistas de nuestras disciplinas, o, prefiero, de nuestras artes. O las humanidades nos preparan para enfrentarnos a la estupefacción moral necesaria para llevar a cabo programas de desarrollo económico que ignoren la igualdad o la compasión, o fabrican las mentes flexibles, abiertas y creativas que la innovación económica necesita, et tertium non datur. La caricatura de dos estudiantes que el articulista propone, formados según cada uno de estos argumentos y que acabarán siendo, respectivamente, un licenciado en alguna rama de las humanidades o un asesor de empresas, es reveladora.

Josep Izquierdo | 16 de abril de 2011

Comentarios

  1. Dr Zito
    2011-04-16 15:03

    Me agrada mucho que ponga sobre la mesa que las humanidades deben responder con argumentos al acoso al que se las esta sometiendo. Tambien deberian repensarse quizá ellas mismas para adpatarse.

    Solo quiero apuntar que el Proceso de Bolonia no es algo tan exogeno como creemos. Me temo que responde a una logica que, al menos en España, emana de la voluntad mayoritaria: La idea de “la universidad para todos” que se ha propugnado como republicana y progresista es erronea, tal y como la universidad se ha entendido en los ultimos siglos, y ha abocado a un cambio de base en lo que la sociedad queria que la universidad proveyera. Bolonia no es más que la respuesta, es la consecuencia, diseñada mas o menos mal después, de esa creciente demanda social de una universidad utilitaria.

  2. Aloe
    2011-04-22 15:30

    En España, las humanidades siguen ganando por goleada, y siguen teniendo el apoyo de los intelectuales, que a menudo no conocen otro ámbito y a las que consideran su territorio (donde mantienen su prestigio).
    Pero las objeciones de peso contra el predominio y prestigio de las humanidades-al- modo-tradicional no vienen del economicismo (cualquier cosa que signifique eso) sino de su oposición a la ciencia y su reluctancia a incluirla en su repertorio de saberes y su definición de lo que es cultura. Se sigue diciendo aquello de “yo es que soy de letras” para justificar que no se sabe ni calcular el área de un triángulo. Este es un ejemplo cotidiano, pero las consecuencias de ese feńomeno, y de la poca calidad de mucho de ese “humanismo” tienen consecuencias nada triviales.
    Otra objeción que yo haria (esta personal y poco popular) es que se llama economicismo a la exigencia de que lo que figura en los programas académicos sea demostrablemente útil. Bien, esto puede ser lamentable si hablamos de estudios universitarios especializados (y de utilidad definida muy tacañamente) pero en absoluto lo es si hablamos de currículos de enseñanzas generales y obligatorias.
    La enseñanza obligatoria debería tomar mucho más en serio su necesidad de justificar con razones incontestables (de necesidad imperiosa) la imposiciòn que hace sobre las familias, y la limitación de la libertad personal que supone. Razones del tipo “es conveniente”, “es cultura”, “da una formación”, son simplemente o peticiones de principio o completamente insuficientes. Y el concepto “utilidad” viene perfectamente al caso aqui, no es economicismo: si se trata de satisfacer una necesidad imperiosa, se trata de hacerlo mediante las herramientas más útiles para ello. Si no se trata de una necesidad imperiosa, la limitacion de la libertad personal que supone la imposiciòn obligatoria no está justificada.


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