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La guillotina-piano por Josep Izquierdo

La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.

Teorías del todo y cultura comparada

No resulta sencillo describir, y menos dar cuenta razonada, del impacto intelectual y emocional que me está produciendo la lectura de “los alemanes”, a cuya cabeza hay que situar a Peter Sloterdijk y Boris Groys. Puede que esto de “los alemanes” les parezca una generalización intolerable, pero las generalizaciones son tan vanas como necesarias, fruto de un exceso material de energía, en un sentido económico batailleano. “Los alemanes” es una expresión que me permite recolocar bajo su égida a diferentes autores que hasta el momento han sido protagonistas de mis reflexiones. Por vicio o por pereza intelectual siempre leí a Walter Benjamin como si fuese un judío francés, confundiendo así lo que quería con lo que era, y como si su infancia berlinesa hubiese sido un accidente del destino. Y a Sebald como un atrabiliario paseante de campiña inglesa, armado con un cuaderno de campo y una cámara desechable. Sólo ahora, con la lectura de los dos primeros, percibo cuánto hay de alemán en ellos: no sólo, y ni siquiera principalmente, ese no estar a gusto en su piel alemana. En realidad, puede que fuese eso lo que tanto me gustaba, si se me permite la expresión, su ajenidad al ser.

Porque la primera impresión en la lectura de Sloterdijk y Groys es, precisamente, de ajenidad intelectual. No se parecen a nada que haya leído antes, e incluso a nada que haya pensado antes, por lo menos de esa manera. Ésta es una de las principales razones de mi fascinación actual: uno cree, o yo creía, estar suficientemente preparado para encajar en mis esquemas, en mi mundo intelectual, las lecturas nuevas de los nuevos alemanes, y descubro con pasión mal disimulada que mi pequeño mundo no es ya inamovible, que mi curiosidad por saber más y por saber diferente, la única droga social que todavía consumo y de la que espero no quitarme nunca, parece tener una capacidad de producción ilimitada.

Dos rasgos fundamentales de la nueva filosofía alemana me parecen especialmente significantes y definitorios: la ambición y la carencia de hipotecas. No es poco en tiempos de crisis subprime. La ambición les lleva desde la destrucción de los fundamentos del psicoanálisis, que cada vez más parece descubrirse como una forma especializada de neurosis propia y, si la destrucción se lleva a cabo, exclusiva del siglo XX, hasta la propuesta de paradigmas nuevos para la comprensión de lo humano como fenómeno y de sus interacciones como economía de las diferencias invisibles. Como dijo Roger Colom en un post de su Paseante Extranjero, construyen una nueva teoría del todo, ¿puede haber algo más ambicioso?

En cuanto a la carencia de hipotecas, id est su falta de sujeción a los paradigmas ideológicos que hemos heredado del siglo pasado, creo que en realidad es la respuesta a una pregunta mayor: ¿por qué la filosofía alemana está mejor preparada para dar cuenta del nuevo siglo? Roger ensaya una respuesta que rubrico, y que me ha llevado un poco más allá. Alemania ha ideado con su propia mente y ha vivido en carne propia las dos revoluciones del siglo pasado, la comunista y la nacional-socialista, que es tanto como decir que ha vivido en carne propia sus fracasos. En términos de Sloterdijk, podríamos decir que su banco nacional de resentimiento ha sido gastado con una prodigalidad sin parangón en el devenir humano. Han trazado sobre su propio cuerpo los límites de lo posible y lo imposible, de lo pensable y lo impensable, de lo que se puede y de lo que se debe hacer. Un pensador alemán hoy en día puede vivir, y si piensa, vive, más allá de la historia. Dice Groys que “el nacionalsocialismo fue indiscutidamente una producción original alemana; por eso constituye algo así como un “pasado alemán” y, como consecuencia, es posible una “superación del pasado”. El marxismo, sin embargo, no es una producción original rusa; por eso, la dominación del marxismo [sobre Rusia] no constituye un pasado ruso, sino que representa un episodio más del sometimiento de Rusia a ideas extrañas, adoptadas.” Aunque Groys no lo diga, tampoco Sloterdijk, el marxismo es también un invento alemán, y por tanto también constituye algo así como un “pasado alemán” (ideológico, pero también político en la República Democrática Alemana, que fue publicitada como la versión más pura y más exitosa del marxismo real durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX). Y como consecuencia, llevando el razonamiento de Groys a su extremo, es posible una “superación del pasado”. Puede que sea ésa la tesitura en la que se encuentre la filosofía alemana en estos momentos: está ya “después del pasado”, en un nuevo lugar al que los demás estamos llegando lentamente, o simplemente quedándonos por el camino, convertidos en estatuas de sal de tanto mirar hacia atrás, o de soslayo.

Y ya que utilizo la primera persona del plural, hablemos de nosotros. Porque la tesis de Groys sobre la “no historicidad” de la historia rusa, sobre el “vacío extrahistórico” en el que Rusia debe volver a constituirse en un acto reiterado de autoinvención y búsqueda, es que lo ruso es aquello llegado de fuera, mal digerido y a su vez “exportado” como auténticamente ruso, léase el marxismo, o un ejemplo literario que utiliza el mismo Groys: “Raskolnikov leyó un libro sobre Napoleón. Reflexiona qué podría significar ser Napoleon en Rusia y llega a la conclusión de que ser Napoleón en Rusia significaría matar a su anciana vecina. Se trata de una conclusión extremadamente peculiar si se considera que fue Napoleón precisamente quien intentó fundar el Estado de derecho moderno. Pero es justamente la peculiaridad de esta conclusión lo que interesa a Dostoievski, dado que en ella ve el malentendido que considera genuinamente ruso. Y Dostoievski vende este malentendido, a su vez, a Occidente. La mercadería occidental dañada es enviada de vuelta a París como auténticamente rusa.” Desde esta perspectiva, a mí se me figura España como una contrafigura demediada de Rusia, en la que su común situación en la periferia física e intelectual de Europa no es baladí, antes bien una buena razón para tomar la comparación en serio. España dejó de ser España tras la guerra de sucesión, en el siglo XVIII, a partir de la cual prácticamente todo lo que constituye España proviene de afuera, y no es una construcción genuinamente española, por utilizar las mismas palabras de Groys para Rusia. La estructura de dominación tras la guerra de sucesión es tomada de Francia (Decreto de Nueva Planta), y la iglesia controlada a través del regalismo con el objetivo de relajar su “trentismo”. La pacificación interna contribuyó sobremanera a la pérdida de las colonias, en buena medida debido a que la estructura gobernante, a imagen y semejanza de la francesa, no era suficientemente flexible y ambiciosa como para gobernar un imperio. Si Groys dice de Rusia que “reconocieron muy pronto que en el pasado y en el presente rusos no hay nada original”, en España hemos tardado mucho más en reconocer que lo que había de genuinamente español en España es ya irrecuperable: América, por ejemplo; o un modelo de gestión foral que sólo tarde y mal se ha recuperado a través del moderno estado de las autonomías. ¿Y la imagen de la España mora y gitana, la imagen de España en Europa durante tanto tiempo, no fue el fruto de una operación “a la Raskolnikov”, en la que la mercancía europea romántica (las ideas clave de libertad, igualdad y fraternidad) son dañadas en su aplicación al tipo español, del que el paradigma es la Carmen de Merimée, libre, mujer y gitana, y devueltas a Europa como “lo auténticamente español”?

Si la representación de Rusia como un proyecto inconcluso dominó completamente la autorreflexión rusa durante los siglos XIX y XX, otro tanto podría decirse de la autorreflexión española durante esos mismos siglos, e incluso sus únicas excepciones en ese proceso son comparables: Stalin y Franco quisieron establecerse (y en cierta medida lo consiguieron) como la culminación de las historias respectivas, como acabamiento perfecto de ese proyecto inconcluso. El resultado, según Groys, es que “Rusia está extremadamente orientada hacia el consumo. Se quiere consumir y disfrutar todo cuanto hay, y se piensa poco en una producción cultural orientada a la exportación.” Puede decirse lo mismo de España y su abandono de una producción cultural orientada hacia su mercado natural, a aquel que una vez formó parte de su esencia, Latinoamérica.

Josep Izquierdo | 13 de febrero de 2009

Comentarios

  1. slothrop
    2009-03-15 22:01

    Hace falta humor para, en primer lugar, leer a Sloterdijk, y, en segundo, para tomárselo en serio. Yo he tenido humor sólo para lo primero, aunque no mucho, lo suficiente como para aprender lo que Sloterdijk enseña: no ya cómo no se debe pensar (él sabrá de qué diablos se trata), sino cómo no se debe escribir lo que se piensa.


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