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La guillotina-piano por Josep Izquierdo

La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.

Buenas prácticas para todos

El viernes pasado me alegré de la aplicación al Reina Sofía del Documento de buenas prácticas en museos y centros de arte por parte del Ministerio de Cultura. Si se ha producido con voluntad ejemplar o como la única salida posible a una situación desesperada, casi da igual, pues como efecto colateral de su aplicación, y de su resultado, el MACBA ya ha sacado a concurso su dirección. Parece que, aunque uno de los defectos del documento es su voluntarismo y la inexistencia de plazos para su aplicación (¿qué costaba dar uno razonable, digamos un mandato, cinco años, para obligar a todo el mundo a ponerse las pilas?) ya ha empezado a producirse un cierto efecto de carambola. Una de las consecuencias principales será, creo que ya está siendo, la deslegitimación progresiva de quienes no han sido elegidos mediante concurso, no tanto porque los críticos o los periodistas los señalen con el dedo, como por el mero hecho de que difícilmente los que han tenido que pasar por un proceso selectivo en el que habrán sido examinados minuciosamente su proyecto y su currículo, considerará a quienes no sus pares.

Hay, con todo, otro problema que no me parece menor, y que convierte al alabado documento en un hueso que se da a roer a los perros. Un hueso, eso sí, que conserva muchos restos de carne, no lo dudo. El documento de buenas prácticas sólo habla de museos y centros dedicados al arte contemporáneo (explícitamente, del siglo XX). ¿Por qué no los museos históricos? ¿Es que nos parece que están exentos de los problemas que aquejan a los museos y centros de arte contemporáneo? ¿Es que nos parece que los museos históricos tienen, per se, un proyecto museográfico coherente? ¿Una dirección menos sujeta a los vaivenes políticos? ¿Unos trabajadores a quienes el sistema funcionarial de acceso a los puestos de trabajo capacita suficientemente para desarrollar su tarea? ¿Unos patronatos cuyos miembros estén preocupados por algo más que no sea figurar como patronos en sus curricula de cátedra de historia del arte? ¿Que los políticos que los controlan no piensan en términos de “un visitante, un voto”, expresión que hizo famosa la malhadada Carmen Calvo?

Repasen ustedes la lista de directores del Museo del Prado desde los años noventa; las exposiciones históricas patrocinadas por el SEACEX, con claras intenciones de agitación y propaganda. Piensen ustedes cuantos museos han visitado cuyos criterios de exposición son, cuanto menos, erráticos. Recuerden si han oído hablar de la creación de nuevos museos con la única intención de colocar al último tonto útil defenestrado. Y a cuantos centros de arte contemporáneo se ha disfrazado como museos históricos (Museo valenciano de la Ilustración y la Modernidad), con la más que probable intención de no tener que someter sus actividades a una gestión independiente.

Pero no crean ustedes que el problema está en los políticos o en los historiadores del arte, exclusivamente. El documento de buenas prácticas, tan alabado, ha sido consensuado con la Asociación de Directores de Arte Contemporáneo, el Consorcio de Galerías de Arte Contemporáneo, el Consejo de Críticos de Artes Visuales, el Instituto de Arte Contemporáneo, la Unión de Asociaciones de Artistas Visuales y la Unión de Asociaciones de Galerías de Arte de España. A ninguno de ellos les ha parecido mal incluir un párrafo como el siguiente, sobre las funciones de los museos y centros de arte dedicados al arte contemporáneo: “Lo que los distingue de los museos históricos (centrados en la conservación y estudio de sus colecciones, su patrimonio material) es su irrenunciable tarea de incentivar y difundir la creatividad artística de nuestro tiempo (la actividad intelectual entendida como valor social, como patrimonio inmaterial) así como facilitar su recepción.” Si tanta gente está de acuerdo con esto, yo debo ser marciano si no veo por qué los museos históricos deben limitarse sus funciones al estudio y la conservación. ¿No deben generar discurso sobre el pasado? ¿No deben explicar de qué modo ese pasado se convierte en el presente? ¿Por qué no pueden también incentivar la creatividad artística en relación con sus fondos? ¿La tarea de difundir y facilitar la recepción de sus fondos y de todo lo que de ello se derive no les incumbe?

Josep Izquierdo | 22 de febrero de 2008

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