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La guillotina-piano por Josep Izquierdo

La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.

¿Algo se mueve en la política cultural española?

Hace un par de semanas, El País anunciaba los términos en que se dirimirá, tras las elecciones, la batalla por el control de la difusión cultural en el exterior entre el Ministerio de Exteriores y el Ministerio de Cultura. Si la pregunta es quién debe hacerlo, si A o B, voto decididamente por B. Si ustedes leen atentamente el artículo, deducirán, como yo, que las razones que tiene Exteriores para mantener el control sobre la acción cultural exterior son: a) que tiene el control sobre las acciones culturales en el exterior; b) que tienen una gran vocación. Sobre b), sin comentarios. Creo que este análisis del Real Instituto Elcano Hacia una nueva política de cooperación cultural, de diciembre de 2006, es muy revelador: “se podría plantear un debate sobre el modelo institucional de nuestra presencia cultural en el exterior, pero implicaría un largo proceso, con graves dificultades funcionales y cambios legislativos, que se si se han de realizar, se han de hacer desde el estudio profundo del ámbito y una negociación de futuro de acuerdo con las dinámicas internacionales. Por todo ello hemos optado por establecer una política definida y fundamentada, a partir de la realidad de los diferentes agentes y estructuras de los que disponemos en estos momentos.” Como no estamos dispuestos a hacer las cosas bien, pues vamos a hacer lo que podamos con lo que tenemos. Es muy pragmático, sin duda, pero revelador no sólo de la falta de liderazgo de Exteriores en materia cultural, sino de una política exterior española en general desnortada, pudibunda y gazmoña. El mismo Real Instituto Elcano que publicaba el análisis antes citado (obra de un director general de Exteriores), acaba de publicar otro, este sí realizado por investigadores del instituto, y no deja de ser significativo que se publicara seis días antes que el artículo de El País, que pone en evidencia lo dicho, bajo un título aparentemente inofensivo, Los compromisos internacionales de España en materia de cultura, y en el que dice: “se echa en falta una mayor coordinación que ponga coto a la dispersión de esfuerzos; una definición clara y estable de los objetivos perseguidos tanto en términos generales como en escenarios específicos; una apuesta por la innovación que se abra a campos como la investigación científica y técnica, la cultura popular y sus medios de irradiación o las derivaciones del avance de Internet; un análisis más pormenorizado de las perspectivas políticas y económicas de la expansión de la lengua española; y un trasvase de protagonismo a los actores y receptores de esa proyección cultural, junto a una perspectiva más amplia de su radio de acción geográfico.” Encuentro en este rapapolvo sobre la acción cultural exterior alguno de los errores tradicionales de la política cultural española en general: descoordinación, carencia de objetivos, obsolescencia de medios, arqueologización lingüística, preeminencia del protagonismo institucional frente al artístico, y nuestra sempiterna vocación de capitanes de la tropa aragonesa, y que mis antepasados aragoneses me perdonen.

¿Lo quieren más claro? Repasen la lista de centros del Instituto Cervantes. ¿Cuál es la presencia del Cervantes en un país con treinta millones de hispanohablantes habituales, más veinte de deshabituados, y con un mercado de 250 millones, y cuyas potencialidades por el hecho de ser en estos momentos, nos guste o no, la primera potencia mundial en producción de contenidos culturales son ilimitadas? 4 centros. ¿Cuántos centros tenemos en China? Uno. ¿En Japón? Uno. Y gracias a Molina que arreglamos lo de Brasil, y ahora tenemos seis. Desde luego, es evidente que nadie hizo un análisis pormenorizado de las perspectivas políticas y económicas de la expansión del español.

Si a ello le unimos la obsolescencia del concepto tradicional de una acción cultural exterior, centrada hasta el momento en la divulgación de la alta cultura, e incluso, en este caso, con métodos muy dudosos en cuanto a la eficacia y la trascendencia de la política de exposiciones temáticas y de artista en la transmisión cultural masiva, podemos concluir que la dependencia de Exteriores de los organismos de promoción cultural exterior ha sido más una rémora que una oportunidad.

Alguno de ustedes, lectores, se preguntará por qué pienso que Cultura puede hacerlo mejor. En primer lugar, no creo que pueda hacerlo peor. En segundo, la dinámica que está adquiriendo el Ministerio con la llegada de César Antonio Molina me parece, de momento más esperanzadora. Aunque sólo sea porque parece que algo se mueve. La adopción por parte del Ministerio del Documento de buenas prácticas en museos y centros de arte es un primer paso, y con su aplicación al Reina Sofía ya son dos. Si le sumamos las novedades en la organización de ARCO 2008, un comentario sobre las cuales y aún sobre su mejora le pueden leer a Roger Colom, parece que la cosa empieza a discurrir por una vía sin retorno. Si esos cambios en el Ministerio, que hasta ahora se han materializado en Bellas Artes, se extendieran al resto de direcciones generales, habría que empezar a pensar en que por fin hemos encontrado un ministro a la altura de las circunstancias.

Aunque cabe insistir en que nada está solucionado todavía, que todo, incluso el nuevo camino emprendido, tiene problemas, disfuncionalidades y peligros. Pero son diferentes de los que nos aquejaban y de los que nos quejábamos hasta el momento. Sobre ello, más la semana que viene.

Josep Izquierdo | 15 de febrero de 2008

Comentarios

  1. Silvia Senz
    2008-02-15 17:37

    Este artículo debería titularse “Algo se mueve en la polñitica cultural en español”. Salvo que por español y en español se entienda lo mismo, como suele suceder.

  2. joseluis
    2008-02-15 18:15

    Abundando en lo que dice Silvia. Más aún, o tanto, como en el caso del Ministerio de Vivienda, absurdo mil veces en tanto que sus competencias están transferidas a las autonomías, ¿para qué la existencia del Ministerio de Cultura? Pues no sólo es que se ocupa de la lengua española solamente, es que apenas, de los Museos Nacionales, que casi todos están en Madrid, otra casualidad. Con fondos de todos los españoles se dota, y bien dotados, a los museos matritenses tras colocarles la etiqueta “Nacional” y felices ellos. Que si los demás algo queremos, nos lo paguemos.

    El parisiense Louvre, tras extenderse por todo el palacio, desalojando a varios Ministerios, abre sucursales en Lille y extranjero. ¿El Museo del Prado consideró quizás abrir sucursal en Sevilla o Lugo? ¿Quizá la Biblioteca Nacional? No, por dios, hubiera sido un escándalo. ¿Que la sede del Instituto Cervantes estuviera en Burgos o Valladolid, siquiera en Teruel o Soria, que también existen? Menos, menos. Y en todo eso estábamos, ¿para qué un Ministerio de Cultura? Para dar céntrico asiento a funcionarios y a politiquillos, que para otra cosa …

    Así, pese a que los del Ministerio de Asuntos Exteriores (y más de una vez he tenido contacto con ellos, de arriba abajo) tienen apenas más nivel que Torrente, y no precisamente de Ballester digo, pese a ello, soy partidario de que Exteriores se encargue de lo cultural en el extranjero. De lo cultural, he dicho, porque si se ciñe a lo castellano, pues que carguen con los gastos y los fastos la Comunidad de Madrid, la de Castilla-León y las que a ello se apunten, dejándonos como de costumbre a los demás en mitad de un descampado.

    Saludos.

  3. Cayetano
    2008-02-15 19:41

    No quisiera quitarle a nadie la ilusión pero me temo que la gestión cultural (pública o privada) hace mucho que está en manos de profesionales o tecnócratas. Quizás Josep Izquierdo no ignore que el perfil (aparentemente des – ideologizado) requerido para gestionar eso que llaman cultura es muy claro. Es una tendencia imparable desde hace más de diez años.

    La rémora son toda una serie de personas envejecidas que aún trabajan en determinadas instituciones, Una vez jubiladas y retiradas, es un asunto de ecosistemas, serán sustituidas por nuevos gestores … etc.. El tema de la “gestión cultural”, desde mi punto de vista e intereses, no mejorará. Perdón, no servirá para las nuevas generaciones.

    Es innegable la eficiencia del nuevo modelo de gestión, por poner unos ejemplos representativos: Vidarte, Miguel Zugaza o Miguel López Remiro . En mi opinión los cambios no os van a gustar demasiado, ni a Josep ni a Roger a no ser, claro, que os hagaís un hueco y os subaís al nuevo tren (aka carro) ideológico.

    En una palabra, entiendo un ministerio de educación que garantice la igualdad de oportunidades y el acceso a la formación – información. Pero nunca defenderé la existencia de Ministerios de Cultura, a no ser que se sustituya o integre en otro más adecuado “Agitación y propaganda”

    En fin …

  4. Josep Izquierdo
    2008-02-15 21:29

    Voy por partes:

    Sílvia: quise decir, y dije, española. En primer lugar, porque no hablaba de la política cultural argentina. En segundo lugar, ¿qué otro modo hay de nombrar la política cultural que desarrolla el estado español? Si esa política incluye en cantidad y manera suficiente la cultura en otras lenguas españolas, así como la orientación de la política lingüística y cultural del Instituto Cervantes, es harina de otro costal. Y materia de otros artículos. En todo caso, una nota de atención: dejar que el enemigo colonialice el vocabulario común es abandonar el campo de batalla de la creación de sentido.

    José Luís: simpatizo más de lo que pareces creer con tu idea de la inutilidad de un Ministerio de Cultura. Pero soy, creo, más pragmático: a pesar de tus deseos y los míos, existe. Es más: no creo que ningún partido político que tenga posibilidades de ganar unas elecciones en este país proponga su disolución en los próximos, digamos, treinta años. Clamar por su disolución me parece justo y necesario, aunque yo aportaría razones más cercanas a las de Cayetano que a las tuyas. Un ejemplo: a mí la descentralización museística no me parece, per se, una buena idea. Prefiero instituciones diferentes que realicen funciones diferentes más cercanas a las carencias y las necesidades locales, si hablamos del ámbito nacional.

    Cayetano: no me gustará, ya te lo digo. Y lo criticaré, no te quepa duda. Como decimos en catalán, “faena de matalafer, fer i desfer” (tarea de colchonero, hacer y deshacer). Pero prefiero mil veces cabrearme por lo que hace Todolí en la Tate o Borja-Villell en el Reina Sofía que por lo que hace Consuelo Císcar en el IVAM. Vamos, que prefiero discutir por el sentido de las cosas que lamentar su absoluta carencia. En Cultura y Mi(ni)sterio ya abogaba yo por la disolución del ministerio, y, además, no te quepa duda de que asumo las palabras de Arístides Segarra en Contra la cultura, muy cercanas a las tuyas, como si fueran mías.

    Un saludo

  5. Silvia Senz
    2008-02-16 13:05

    Me parece, Josep, que es absolutamente imposible, en el caso que tú comentabas, no identificar español con lengua española, pues es a la promoción exterior de esta última a lo que se dedican las políticas culturales de las que tratabas. Así que no es harina de otro costal de ningún modo.
    Por otra parte, hay campos de lucha semántica que ya se dan por perdidos, teniendo en cuenta que esa lucha no ha conducido nunca al puerto compartido deseado. Lo único que cabe es precisar qué es y qué no es español, viendo cómo lo entienden quienes tienen la sartén por el mango.

  6. elef
    2008-02-17 20:45

    muy cierto, algo se mueve en la política cultural española. El colon o intestino grueso, que como pasa siempre que se burocratizan estos temas producirá gigantescos y aromáticos resultados. El mejor laxante conocido es el dinero público, y eso lo demuestran tantas y tantas campañas publicitarias internas en favor de nuestra cultura oficial, que consiguen justo lo contrario de lo que pretenden o dicen pretender.

    En realidad no se por qué tendría que haber una política cultural, cuando entre burócratas y cultura lo que debería haber es orden de extrañamiento.


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