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Kliong! por Carlos Acevedo

Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.

Hasta aquí la imagen era épica, o por lo menos extraña

En un mail, mi muy querido editor me preguntaba si pensaba o tenía pensado hablar de Sergio Bonelli por aquí. Esto fue la semana pasada. Le respondí que de momento no lo haría, pues me daba un poco de corte ponerme a escribir exactamente lo que pienso de éste señor cuando aún no habían pasado cuarenta y ocho horas de su muerte. Era tiempo para las hagiografías, las declaraciones de amor eterno a su trabajo y a su férrea disposición a mantener al fumetti en una condición perenne y masiva. A este punto, es bueno que sepa, avispado lector, que en Italia el cómic sigue siendo masivo o al menos sintiéndose masivo porque en cualquier quiosco están disponibles las historias que tanto le gustaron a nuestros hermanos mayores o, derechamente, a nuestros padres o a gente con la edad (mental o de la otra) de nuestros padres y abuelos.

No sé muy bien por qué, pero sigo pensando que aún no es tiempo para decir mi visión de éste señor, al que hace cosa de tres años o más vi reacio a responder preguntas relativas a la libertad creativa y hacia el giro autoral que había dado y sigue dando el cómic a nivel mundial. He meditado bastante sobre ponderar desde mi posición, sobre las cosas que comporta esa ponderación, y me he detenido ante el miedo de parecer moralista o verme en el bando de los que creen o creían que en la Novela Gráfica está o estaba el único futuro posible. Y añado la conjugación en pretérito porque ese futuro brillante y lleno de promesas o premisas se ha visto opacado por la ausencia de dineros públicos para mantener el muy mentado proceso de profesionalización del medio.

Mientras escribo esto caigo en la cuenta de que, además de resultarme incómodo hablar de un muerto, tampoco me parece correcto personalizar, pues, para muchos —aunque no para mí— la labor editorial ha de centrarse en una cosa: vender papel con dibujines y/o letras a como dé lugar, y hacerlo en números de varios dígitos por el bien de su santa iglesia o empresa, dos términos que suelo confundir. Sobre todo cuando hablo de fumetti o de tipos en pijama con los calzoncillos por encima de los pantalones.

Y digo que los confundo pues para muchos el fumetti rancio, que era en mayor medida el que editaba Bonelli, así como lo superheróico, son las únicas temáticas posibles, asemejando así a la cultura de masas con las peores facetas del culto monoteísta. Esa es una actitud que no entiendo y que espero no entender nunca pues soy muy panteísta con éstas cosas de la(s) cultura(s) y nunca he despreciado ningún género (o subgénero) a priori. Es más, y esto lo digo completamente en serio, suelo despreciar sólo los discursos que se quieren unívocos respecto a los géneros pues su construcción conlleva erigir jerarquías que poco y nada tienen que ver con su lectura o visionado. En ningún caso,quiero decir que sobre gustos no hay nada escrito, sino que apunto que seguramente hay algo que el orador o ensayista no ha leído.

Hace un rato, tratando de que no me pillaran en un renuncio, es decir, mientras leía, me encontré con ésta cita de W.H. Auden. Cita que me tiene loco perdido pensando en cuánto de razón hay en ella y cuánto hay de simple mito de la edad de oro o de trasfondo reaccionario (en el sentido más noble del término, claro). Ahí va: “Los medios de comunicación masiva no ofrecen arte popular, sino diversión para ser consumida como una comida, olvidada, y luego remplazada por un plato nuevo. Esto es malo para todos; la mayoría pierde todo gusto propio, y la minoría se convierte al esnobismo cultural”.

Luego hay otra, que aunque refiere a algo diferente también viene al caso: “Un ensueño es una cena donde se comen imágenes. Algunos somos gourmets, otros glotones y la mayoría devora sus imágenes precocidas de una lata, tragándolas enteras, distraídos y sin saborear”.

No deja de ser curioso que Auden aluda a la metáfora con la comida para referir el uso y disfrute de los testimonios de una cultura, pero aún así es consecuente pues a lo largo de toda su obra expone un vitalismo en las más variadas facetas que permite la palabra escrita y, además, lo hace sin perder jamás el escepticismo y la precisión de quién ha ampliado su lengua nativa. La pregunta que me traen ambas citas de Auden estriba en saber por qué hemos de comer siempre lo mismo y en base a qué presupuestos. Sobre todo, en base a qué riesgos futuros. Una pregunta que no se me ocurrió hacerle a Bonelli hace cosa de tres años o más. En fin, que descanse en la paz que se haya procurado.

Carlos Acevedo | 04 de octubre de 2011

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