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Kliong! por Carlos Acevedo

Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.

Los jóvenes sólo pueden elegir entre lo impuesto y lo prohibido

Y los beatniks, en principio, optaron por lo segundo. A partir de esa elección se podría dibujar buena parte de la cultura del Siglo XX. Es más, a veces pienso que la historia cultural del Siglo XX tiene mucho que ver con llevar esa elección al límite, desde los autores finiseculares hasta el no-wave pasando por el dandismo reinterpretado, la elección de lo prohibido ha sido una característica fundamental del legado cultural del Siglo XX. Lo que en un principio se entiende como contracultura, un término perfectamente aplicable incluso a las vanguardias soviéticas, pasa a formularse como un medio para establecer una noción de realidad donde la gestión del tiempo se sucede de otra manera, donde la beligerancia constituye una característica esencial y donde, sobre todo, se reniega de aquello que se ha impuesto porque se considera que está todo por hacerse.

De alguna manera, el tedioso volumen guionizado por Harvey Pekar e ilustrado en mayor medida por Ed Pikor, intenta apuntar a eso pero en su formulación se pierde entre el recuento/la enumeración de anécdotas y la ilustración de las mismas, ofreciendo al lector una versión sesgada del medio. A ratos, The Beats (2011, 451 Editores) es poco más que un libro profusamente ilustrado, donde las viñetas corresponden al subrayado del bocadillo: no amplian información ni mucho menos logran generar ese fenómeno tan caro para algunos que es el “presentar lo viejo como parte constitutiva de lo contemporáneo a las nuevas generaciones”. Honestamente, y en mi nada humilde opinión, The Beats no da la talla para ubicarse en esa posición debido a que se ubica en el exacto meridiano entre el coñazo para el neófito y la medianía para quien tiene nociones claras acerca de quienes eran y que significan hoy, al menos en el ámbito literario, Ginsberg, Burroughs, Kerouac y ese largo etcétera eternamente pospuesto.

Tiendo a pensar que tamaño fracaso obedece a que Pekar murió mientras lo acababan, a que no tuvo tiempo para revisarlo. Es una idea, una intuición: tendría que verificarlo y me da un poco de pereza. Aún así, no es excusa: Pekar deja de exponer elementos para proceder a enumerarlos, evocando así la farsa constitutiva de buena parte de los libros de música que tan bien se venden. Construye un volumen bajo una premisa clave: ciertas circunstancias y ciertas casualidades un valor esencial que contribuye a la existencia de algo que quebró el placentero devenir de la literatura y el tiempo. La farsa está en que no hay posibilidad de repetición, independiente de las circunstancias y casualidades.

Pero no todo iba a ser tan malo: a partir de la página 122 un grupo de autores se reparten el pastel y deciden retratar todo aquello que a Pekar se le quedó en el tintero. Desde la librería City Lights, lugar mítico sin el cual, y esto puedo afirmarlo sin ningún pudor, la cultura no sería tal como nosotros la entendemos (que quede claro que este mayestático refiere a mis amigos y yo); hasta el retrato de la mujer Beat hecho desde la crítica de género, pasando por una breve hagiografía de autores que, digamos, pasaban por ahí, tales como Gary Snyder y Lamantia; páginas donde el talento de autores como Lance Tooks y, sobre todo, de Summer McClinton brillan, pero no sólo por su resolución técnica, sino por la voluntad de incorporar innovaciones, por probar a ver qué pasa si pasa tal o si cual, por buscar la libertad que sólo permite la experimentación, independiente de las páginas o el espacio que les han dejado.

Paradójicamente, y a partir de la declaración de intenciones de Buhle, editor del álbum, y el propio Pekar en la introducción, este volumen es en gran medida uno de esos que invitan a alejarse de lo que pretenden retratar como importante. De hecho, obligan a preguntarse si en realidad todo esto de los beatniks no es más bien un ejercicio de nostalgia, una exageración. Un poco como Howl (Rob Epstein y Jeffrey Friedman, 2010) una de las pocas obras que logra despertar odio hacia lo que pretenden homenajear, en este caso particular: logra que se te quiten las ganas de conservar una copia de Aullido de Allen Ginsberg siempre a mano. Casi como The Beats.

Carlos Acevedo | 16 de agosto de 2011

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