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Kliong! por Carlos Acevedo

Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.

El sabría que era una transformación inexorable

1. Pertenezco a una generación que creció pensando que los periodistas son unos viva la virgen, pero no por el tópico que hace algunos años pretendió conjugar a los detectives e investigadores, sino que porque de jóvenes leímos El Loco Chávez y porque creímos que era la única profesión noble, entregados a la realidad que Trillo planificaba y que Altuna dibujaba. Allí, en ese universo, el orden de los factores no alteraba el producto, y todo estaba permitido siempre y cuando el producto fuera bueno. De pronto pienso que si más gente hubiera leído y releído y vuelto a leer el Loco Chávez el estado del periodismo no sería tan malo. Posiblemente, ni siquiera sería tema de discusión. Lo cual, ya puestos, no sería más que un alivio.

2. Me entero por internet de que Carlos Trillo ha muerto en Inglaterra y aunque no lloro, los vellos de los brazos se me erizan, el rostro se me desencaja aún más y la sonrisa del idiota que surfea por interné se me desdibuja. Los ojos se me inundan y no lloro, pero sí intento confirmar qué ha pasado. Lo mismo me pasó cuando murió Vonnegut. También con Cabrera Infante, Bolaño, Casavella, Ballard y Monicelli. Por nombrar a varios otros a los que vuelvo con fruición y casi a diario. Aunque la muerte de Monicelli la acabé festejando, porque la muerte digna y voluntaria se festeja y glorifica. Pero aquí y ahora, poco y nada se puede festejar.

3. Soy de los que al entrar al baño se pretende bajito y orondo, porque no renuncio a vivir allí lo que en el cotidiano reverbera como imposible. Básicamente, porque llega un punto en que se ha de renunciar a ser Nemo, a habitar Slumberland. Ocurre que reverenciar así lo onírico acaba por ser impracticable. No así pretenderse gris y tímido, porque, reflejados en las pantallas o en lo que queda de los flashes, todos lo somos o lo parecemos.

4. Pienso en el final ambivalente de El último recreo. En él se festeja la pulsión sexual que ha matado a los adultos. En él, se festeja el dejar de ser niño en todos los sentidos posibles. También puede entenderse como un nuevo comienzo de la civilización, sin distinción de razas, pero yo soy muy poco sensible a esas lecturas. Sí pienso que habla de un nuevo comienzo, ya que las historias que conforman El último recreo tienen mucho más de finales que de otra cosa. Todas y cada de ellas. Excepto, el final, que permite más lecturas. Casi como toda la obra de Trillo, en El último recreo el último tercio apela a la confusión e invita a la relectura.

5. Se me solapan las necrológicas y me sobresalta la certeza de que, mirando el vaso medio lleno, la muerte de Trillo permite que su obra, extensa y variadísima, pueda ser revisitada. El cadáver tibio del artista permite que el reconocimiento sea mayor, que el patrimonio de toda obra total se agigante y eternice a base de tributos, honores y promesas de nombres de calles, plazas o estaciones de metro. Esto, en cualquier caso, tiene su lado malo. La obra de un muerto es siempre más maleable que la de un vivo, esté o no el cadáver tibio. Incluso, cuando el cadáver ya no exista seguirá siendo más maleable que en vida y entonces será hora de falsear los parámetros de aceptación de la obra en el momento en el que fue creada para sobredimensionar el tributo e ir nominando el paisaje de la ciudad con su nombre. Carlos Trillo, digo yo, mientras el cadáver se enfría, merece más que eso. Merece, sobre todo, ser leído sin apriorismos porque lo suyo, su trabajo, no sólo responde a un grupo determinado de cabeceras importantes, sino que obedece a una noción de lo que es el cómic que lo ha convertido en uno sus más preclaros estilistas. Pienso en gente del talante de Kurtzman, de Goscinny.

6. Lo último que leí de Trillo fue La Herencia del Coronel, historieta ejemplar acerca de la psicología del hijo de los torturadores un tipo condenado a pesar de no sufrir en carne propia los violentos desmanes de la época. Un tebeo jodidísimo, difícil, donde el talento de Lucas Varela acaba por completar un estupendo trabajo. En mi libreta apunté: “Para Trillo lo grotesco no sólo es un ámbito donde recrearse en la psicología del maldito o del hijo de puta a secas, sino que es también un territorio donde todo es posible. Para él, el relato ha de ser siempre popular y ha de tener claves al alcance de todos, porque, a excepción de sus relatos eróticos, Trillo escribe para todos. Varela, por su parte, dibuja para sí y de ahí su minuciosidad”.

7. Quizás mi historia favorita de Trillo es El último recreo. Y digo quizás porque el otro día, mientras leía La Invasión ha comenzado, novelón fantástico en todas las acepciones del término, recordaba a Cybersix, a las re-encarnaciones de Von Reitcher, al despiporre y al gusto por la maravilla por la maravilla y yastá. Es curioso cómo Trillo ha sabido trabajar en multitud de registros sin perder jamás una dimensión de verosimilitud, una justa medida donde su trabajo habla de su entorno, de la historia, de quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos. Lo hace sin afectación, además, con una soltura de cuerpo que ha generado héroes épicos y monstruos que, incluso, han intercambiado funciones. Eso es importante.

8. Pensaba en las mujeres de Trillo, en su culto incesante al erotismo. Incluso cuando no podía, o no debía, existía en sus historias una actitud que propugnaba una glorificación de lo erótico. No se trataba de un erotómano descarriado, no, sino de un esteta del erotismo y de la sensualidad. Trillo entendía las pulsiones del bajo vientre como un perfecto motor de la acción, como un impertinente motor narrativo que nada tenía que envidiar a otros, digamos, mejor vistos. Más que defender su honor, los personajes de Trillo defendían la posibilidad de encandilarse ante el cuerpo del otro. Así, a grandes razgos.

9. La muerte de Trillo es una lástima para cualquier lector que no crea en las categorías de Alto y Bajo, que desconfíe de la normalización. Básicamente porque Trillo sabía, y muy bien, que el movimiento se demuestra andando.

Carlos Acevedo | 10 de mayo de 2011

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