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Kliong! por Carlos Acevedo

Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.

No hay que confundir oscuridad con modernidad

El contexto no deja de ser llamativo. Hablo de, más o menos, el año noventa y cinco. Eramos adolescentes, nos aturdíamos escuchando a Dead Kennedys e intercambiábamos tebeos. También quedábamos para ver The Ren & Stimpy Show y pelis que (ahora) reformulan Tarantino y Rodríguez. Bien. El caso es que es en ese contexto en el que tuvimos la oportunidad de desconcertarnos con Vacaláctica y Elvis Christ, sendas miniseries de animación que Dario Adanti junto a Bárbara Perdiguera realizaron para MTV. Y cuando nos desconcertamos, dimos cuenta de nuevas posibilidades. Una de ellas, importantísima a esa edad, estribaba en diferenciarnos de nuestros padres. El absurdo nos permitía abordar la risa como un terreno donde cifrar nuestras vigencias.

Recuerdo este desconcierto que deviene en risa y forma identitaria cuando cierro Toda Aquella Caspa Radioactiva: la recopilación definitiva (Glénat, 2011), y si te lo consigno, avispado lector, es para decirte que puedes dejar de leer y acercarte donde tu tendero amigo y hacerte con él. Vamos, que no lo hago por mera nostalgia. Ni falta que hace: la obra de Darío Adanti, su búsqueda constante, no sólo aboga por crear la posibilidad de nuevas risas sino por pervertir los códigos del género al tiempo que enarbola lo esquinado como posible y se recrea en el tabu: tiras protagonizadas por un hijo de Dios que mal usa sus poderes durante la infancia, el cáncer al pulmón o la caída de las torres gemelas que acaban por subrayar que todo es susceptible de parodia. Pero no todo acaba allí.

Me explico: resulta que la obra de Adanti se basa en un flirteo en los límites y márgenes de lo que se entiende por humor gráfico. Un flirteo que deviene en riesgo constante. No ya en cuanto a la temática —que hoy es riesgoso, al menos legalmente, hasta violarse un trocito de caucho como representación de un climax dramático— sino en cuanto a la formulación del chiste: los códigos en la obra de Adanti acaban pervertidos, subvertidos o negados. Invita al lector a recrearse no sólo en el chiste en sí mismo, sino que también en su funcionamiento: el estiramiento o la eliminación de los resortes narrativos del humor, la cadencia de una punch-line que a veces siquiera busca la risa, etcétera, acaban por generar en el lector una actitud diferente. Adanti aboga por arrastrar al humor a un ámbito más abstracto y libre, permeable a nuevas interpretaciones y que, de manera sostenida, pone en jaque la percepción del lector que sólo busca colmar sus prejuicios.

Las tiras de Adanti aquí recopiladas abordan la incesante transformación que refiere la escisión entre imaginación y realidad. Entonces, y desde una visión de conjunto, es posible establecer y propugnar que el autor argentino es una suerte de mad doctor. Un profesor chiflado que en lugar de utilizar su sapiencia para adelgazar, prefiere engordar nuestra capacidad cognitiva valiéndose de diversas trazas que conforman una idea o lógica del humor entre lo esquinado y el absurdo.

Así, Adanti hace suyos cantidad de elementos de la cultura, así in yeneral, pero en lugar utilizarlos como un caramelito para el lector/espectador les otorga una carga semántica potencia la experimentación en base a lo ya conocido. Hablo, por ejemplo, de cuando recupera la sección de curiosidades que antaño compartían los periódicos para descolocar al lector, para fijar la risa en perspectivas que más que nuevas resultan sumamente llamativas porque dejan de referir la curiosidad para referir lo absurdo que existe allí fuera, en el cotidiano que no es común: lo que transita entre nosotros de la mano de la televisión o el periódico.

En Toda Aquella Caspa Radioactiva, Adanti nos consigna su codificación de la realidad y su búsqueda de la comicidad; un ideario con forma de parque temático propio, donde todos los elementos acaban por conjugar una clara noción autoral y, sobre todo, una perspectiva que apunta al disfrute como directriz unívoca.

Léalo y regálelo, avispado lector, que este volumen funciona también como curso acelerado para que el hombre contemporáneo aprenda o recuerde de una mala vez de qué iba/va esto de la risa.

Cosas del infierno de la mente. En este caso, de una claramente privilegiada.

Carlos Acevedo | 15 de marzo de 2011

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