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Kliong! por Carlos Acevedo

Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.

Hombres que padecían la obsesión de la sinceridad porque pensaban que era lo contrario de la mentira.

En el primer número de American Splendor que editara Vertigo en Junio de 2008, hay una historia que llamaparticularmente mi atención hoy que Harvey Pekar cumple una semana y un día de muerte. En realidad, son una historia y una viñeta concreta. Una viñeta que no pertenece a la historia pero que sí, que forma parte de ella, porque todo en Pekar se formula como fractal, como parte importantísima que contiene todas las Claves de Continuidad Conceptual de una Obra que se entiende como Total porque desvela más de lo que revela gracias a la infinidad de matices que permite la ausencia de subrayado. En I’m No Help!, la historia que pretendo comentaros, Pekar relata el encuentro con un fanse de estos de ir a tocar la puerta de la casa del que suponen su maestro. En este caso se trata de un adolescente que pretende dedicarse al cine, que no ha leído la obra de Pekar pero que sí ha visto la peli de Shari Springer Berman y Robert Pulcini y que, claro, pretendía enrolar o algo a nuestro working-class-hero de los tebeos, que es lo que son casi todos los grandes autores de tebeos por mucha Novela Gráfica y moderneo que nos intenten colar. Pero el caso de la cosa es que luego de una primera llamada titubeante el muchacho este logra colarse en el porche de Pekar, logra robarle unos minutos de su tiempo y le comenta que lo único que le falta para poder contar una historia es tener una cámara de alta definición y que por no tenerla no puede labrarse un futuro como cineasta con flequillo y gafas de pasta y bla ble bli. Antes de esto, Pekar se evade, entra en casa y bebe agua. Hacia el final, el muchacho, que comenta que se ha leído un par de historias de Pekar, le pide que le firme un volumen de American Splendor y le dice a Pekar que escribirá. Si usté, avispado lector, ha leído a Pekar con detenimiento, sabrá que este ímpetu del alelado muchacho coprotagonista de esta historia tiene que ver con que la obra de Pekar tiende a una especie de democratización, tiende al “yo también puedo” por parte del lector.

La otra historia que me llama principalmente la atención tiene que ver con la actitud de Pekar ante la lectura de los otros de su tebeo Macedonia que editara Ballantine Books en 2006 y que termina con esta imagen que es una consigna en toda regla y que a mi no me sonrojaría suscribir. Me refiero, clarostá, al bocadillo.


(Pinche en la imagen para ampliarla)

Ustedes entenderán que uno se emocione con esto, sobre todo porque Pekar está hablando de lo que le pertenece, de la parte que le toca. De lo que le llevó a leer lo creativo como un territorio pleno de libertades, a entenderlo como un espacio donde todo cabe. De hecho, todas y cada una de las partes que componen su obra resultan una suerte de respuesta ontológica ante la vida. Una respuesta donde la verdadera panorámica está en el lugar donde el pone el ojo y no en todo lo que se desarrolla en ese entorno. American Splendor, por decirlo de otra manera, no sólo se escribe desde Cleveland si no desde todas y cada una de las descripciones que crearon el mapa de referencias que componen la mirada de Pekar, porque el paisaje que nos ofrece está precedido/filtrado por su paisaje mental. Aducir que lo único que ve este autor es lo que se desarrolla fuera de su cabeza es vaciarlo y desactivarlo, es equivocar el tiro y ubicarlo en otra instancia: en una donde su obra no es representativa del sentir de su época, donde no hay más que recuperación del nihilismo más chungo que es ese trufado de cinismo y eso, si me lo permiten, sería mentira. A Pekar hay que quererle y leerle, o viceversa, porque desde 1976 y hasta hace una semana y un día ha intentado hacernos partícipes de la sensación que evoca el sospechar que todo lo que nos han prometido es mentira cochina y que, en ese hastío que provoca la sospecha constante, hay algo que vale la pena transmitir.

Ocurre que American Splendor nos habla sobre la vida y sobre la renuncia, por eso Pekar se nos presenta como un narrador crítico y abnegado. De hecho, pretende involucrarnos al enunciar la farsa elemental que supone lo moderno porque es capaz de vislumbrar la crisis que convoca y desde allí intenta transmitirnos que sí, que en estricto rigor esto es lo que hay: algo ridículamente complejo a pesar de su aparente simpleza.

Carlos Acevedo | 20 de julio de 2010

Comentarios

  1. Novedades literarias
    2010-07-21 18:09

    ¡Muy buena reseña! Va link en Lo mejor de la quincena, saludos.


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