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Kliong! por Carlos Acevedo

Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.

Lanzar un oso pardo en una tina de agua hirviendo

Para hablar de 1-Hervir un oso (Belleza Infinita, 2010) lo suyo es empezar aclarando que si lo que espera usté, lector, es humor prefabricado, ese humor sanísimo que funciona con punchlines concretas y una noción transparente del formato y sus características, no tiene sentido que siga leyendo. No, en serio. Porque si usté, avispado lector, coge un libro de humor sabiendo lo que ha de esperarse, es muy probable que no esté dispuesto a recibir lo que Miguel Noguera y Jonathan Millán quieren ofrecerle. Ni hablar de lo que yo mismo quiera contarle al respecto. Obviamente, no quiero ser prejuicioso ni tildarle a usté de conservador, pero el caso es que con esto del humor las cosas funcionan de una manera particular: es imposible convencer a alguien de que algo es gracioso o risible si no le hace gracia o no le provoca risa. Aunque, ya puestos, es discutible que la labor de Noguera y Millán sea reducible, simplemente, a un ánimo lúdico festivo.

No me refiero, por supuesto, a que lo de estos insignes muchachos sea eso que se suele llamar humor inteligente, ese eufemismo para distanciarse de ese otro humor donde cabe todo, desde la escatología hasta los estados de máxima tensión resueltos como una tontá, si no que me refiero, más bien, a las infinitas posibilidades de lectura que contiene esta obra. Porque, además, esta es una obra que se manifiesta como extremadamente compleja al intentar posicionarla en una tradición. No porque no tenga puntos en común con otras obras, que los tiene, si no porque el humor, al menos en el occidente conocido, se ha opuesto de manera diametral a un ideal de cultura que más tiene que ver con la mística que con la realidad; básicamente porque no hay nada más serio que lo sublime y nada menos sublime que la realidad. Respecto a esto Luis Carandell afirma que «la labor de un humorista y, en definitiva, la de un escrito no consiste en decir, como en las películas americanas, la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad”. Ese es trabajo de escribidores o de escribientes, no de escritores». Quizá por esto último el humor gráfico deba ser entendido a la vez como un documento histórico, una radiografía sociológico-política o un fenómeno estético de amplio espectro que funciona, por sí misma, como manifestación artístico literaria. Porque a pesar de que el discurso cómico se construya alejado de nuestra realidad, siempre está hablando de nosotros. Ese es el caso de este excepcional volumen: una obra que es etiquetable bajo una multitud de paradigmas, excepto el de humor-no-gracioso, pero es porque tal definición es impracticable: el humor es todo aquello que de forma consciente hacer surgir la comicidad, sea a partir de una idea o de la escenificación de una situación. Vamos, que para enfrentarse a este volumen las monsergas han de estar restringidas.

La mención de la idea al hablar del humor tiene particular interés al refererirse a Noguera, ya que, a partir de un enunciado concreto, una idea, y de su desarrollo, o no, el tío ha levantado un espectáculo unipersonal que lleva por nombre UltraShow. Un espectáculo cuya principal mecánica es la de un tío que va soltando ideas acerca de cualquier cosa y en las cuales todo tiene cabida. En el UltraShow no hay ningún tipo de límite, ninguno. Salvo el propio Noguera, claro.

Entonces, este volumen no es ni más ni menos que la traducción de esas estupendas y desequilibradas ideas a un lenguaje cercano al Humor Gráfico gracias a los dibujos de Jonathan Millán (ilustrador sobrio y de gran capacidad de abstracción aunque con un dejo del gran Miguel Brieva). En 1-Hervir un oso nos encontramos con una traducción de lo oral a lo escrito, aunque sin la perdida de simultaneidad que convoca la ausencia de énfasis porque el dibujo funciona ampliando el texto, ya que una idea no puede prescendir de una imagen.

El quid de la cuestión, el por qué deberías, lector, asomarte a este volumen está, quizá, en el hecho de que este par de jóvenes construyen, como hiciera en el pasado Alfred Jarry con la Patafísica, un rechazo a las evidencias acerca de lo que hacemos maquinalmente, acerca de lo que nos rodea. Porque, efectivamente, Millán y Noguera realizan una labor que explora el trasunto cotidiano como quién busca una realidad misteriosa y fantástica, además de funcionar como un ejemplo perfecto de lo que ha de hacerse con cualquier proyecto humorístico que destile valentía: empezar con él y tirar millas, siempre hacia delante y con sonoras carcajadas. Bravo.

Carlos Acevedo | 27 de abril de 2010

Comentarios

  1. Alberto
    2010-04-27 19:50

    Yo sí que creo que se puede convencer a alguien de que algo tiene gracia o es divertido, hay determinados tipos de humor que se “aprende” a apreciar.

    En español se me ocurren dos casos claros: el de Faemino y Cansado y los Chanantes/Muchachada Nui. En ambos casos he visto repetidas veces (yo mismo lo he vivido) un primer acercamiento desde el desconcierto, pasando por el “esto no tiene ni puta gracia”, la sensación de tomadura de pelo y, por supuesto, ese momento en que miras al que SÍ se ríe pensando “peroperopero… ¿eres imbécil?”. Uno tiene que entrar en los nuevos códigos humorísticos que se les propone y aprender a conocerlos y apreciarlos, hasta llegar a reirse a carcajadas con ellos. Reconozcamos que ni Monty Python fue un humor fácil en su momento ni Faemino y Cansado ni los Chanantes, y sin embargo han logrado triunfar con un humor que requiere más “trabajo” al principio por parte del receptor.

    Lo que sí que creo es que es imposible convencer a alguien que se parte de risa con algo de que ESO no es gracioso.

  2. Carlos
    2010-04-28 02:32

    Vale, pero tú piensa en la sospecha propia de todo proceso de aprendizaje/acostumbramiento. La sospecha existe en términos de “esto a mi para qué cojones me va a servir” o bien en términos de “hostia, de lo que me estoy perdiendo”.

    Pero, más alla de eso, el momento en el que la persona se convence de que el disfrute para el que hace oposiciones es real, es porque le hace gracia. No antes, ni porque hayan servido los argumentos que lo llevaron a aprender/acostumbrarse.

    Lo que pasa es que usté una fe infinita en la humanidad.

  3. Dr Zito
    2010-05-19 04:35

    Apuntenme con Alberto en lo de la fe en la humanidad. Pero dire algo mas. A mi antes el gin tonic, oiga, que no. Pero a fuerza de tomarlos y buenos, los aprecio de verdad.

    Y ahora en serio. Fenomenalmente visto lo de que Noguera nos empuja a ver bajo una nueva luz aquello que asumimos y haemos a diario de forma maquinal. Es el nuevo humor subversivo?


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