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Kliong! por Carlos Acevedo

Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.

El fenómeno obedece a una colectivización de la experiencia privada

El arte no se juzga solo por sus resultados,
sino también por las intenciones, y la intención del
artista cuenta casi tanto como su realización. 1

Dave Mazzuchelli dijo hace la tira que si tuviera cojones dibujaría como el maestro Chester Gould. Sí, el de Dick Tracy. No tengo a mano la cita original, pero supongo que lo diría en alguna entrevista. El caso de la cosa es que, vaya, lo ha ratificado, en Asterios Polyp lo ha hecho. Ha vuelto envestido en las mejores herramientas de uno de los mejores, porque Chester Gould es uno de los mejores aunque lo importante, por ahora, es que la novísima y muy esperada obra de largo aliento de David Mazzuchelli va sobre un arquitecto de papel. Esto quiere decir, básicamente, que el personaje principal es un arquitecto cuyas obras no se construyen sino que reposan para representar su monumentalidad en la teoría. Asterios Polyp, además de oficiar de protagonista, le da nombre al trabajo de Mazzuchelli al tiempo que se reinventa, ese proceso que tan en boga está en las librerias de autoayuda, desde el autismo producto de las sumisión en la teoría. Autismo que explicaría, además, el secreto inconfesable de Asterios que no es más ni menos que una noción propia de la física cuántica. Asterios Polyp va sobre esto, además de discurrir sobre el distanciamiento que ocurre al despojarse de lo accesorio y sobre las cosas importantes de la vida. Sí, me refiero a los detalles absurdos, a las alocuciones que van cobrando peso a medida que pasa el tiempo y, como si fuera poco, el cambio de registro que se produce en los recuerdos una vez almacenados en la memoria. A su modo, Asterios Polyp versa sobre también sobre el fracaso.

Ante esto, la pregunta es obvia ¿Se puede hacer una estética del fracaso? ¿Es el fracaso una idea que se asume al final del camino y al volver la vista atrás? En la actualidad, los grandes golpes de suerte o las grandes reinvenciones en la crítica cultural tienen que ver, de forma absoluta, con la recepción del público y la respuesta de dicha recepción por parte de la crítica. Es decir, una vez que tanto crítica como público están de acuerdo la obra es buena y, en esencia, debería de ser perdurable. Gracias a esa lógica que nos han heredado los 60`s, dentro de la literatura latinoamericana podemos diferenciar dos Booms. Dos. No, no es dos Blooms, dios me libre, es dos Boom. Sí, exacto, como una onomatopeya del Batman de Adam West. Uno de ellos, el archiconocido por todos gracias al hecho de ser el primero, incluso ha ayudado a parir pelis con tías buenas que lo enseñan tó. Esta lógica ha trascendido hasta el punto en que, a día de hoy, los libros que ha producido ese boom te pueden ayudar a llevarte a la cama a una tía buena. Del primero todavía queda gente viva, de hecho dos de sus baluartes disfrutan de fama, fortuna y del favor de la crítica en casi todo momento a pesar de que, últimamente, escriben novelas que son un escándalo porque las resuelven como sus hijos idiotas. El segundo Boom, ejem, que aún no termina de trascender ni de estructurarse, todavía no nos da ninguna peli y si nos da una peli con una tía buena será, seguramente, por exigencias de la productora. Es poco probable, de hecho, que las pelis en cuestión tengan desnudos frontales a no ser que sea por exigencias de la productora. El segundo grupo, curiosamente, está siendo articulado por un crítico español que lleva por nombre Ignacio Echevarría y dos de sus puntas de lanzas han muerto y no han llegado a ser machos ancianos. De hecho, se murieron antes de bajar el nivel y sus obras póstumas han superado las expectativas de sus seguidores y exégetas. Hablo de Mario Levrero y Roberto Bolaño, dos autores que es posible sintetizar en dos ejes comunes. Uno de estos ejes tiene que ver con la fijación de ambos autores con la mal llamada literatura menor, esa que versa de géneros y tal, que incluye la biografía de portentos de la cultura popular, y que, básicamente, construye una mitología y un modo de narrar dicha mitología. El segundo punto, el realmente importante, es una estética de lo incompleto o de la inconclusión cuyas bases se desarrollan en lo que podríamos adjetivar sin dramatismos como marginalidad. Una marginalidad no exenta, supongo, de tías buenas. De ahí que al escribir la palabra fracaso sean los primeros autores que se me vienen a la cabeza. De ahí y de que, lamentablemente, es más común encontrar obras como Asterios Polyp en la literatura que en el cómic.

De alguna extraña manera, en la obra de ambos la inconclusión tiene que ver con la posibilidad de enunciar cosas usando palabras o de cuando las palabras no bastan para enunciar el horror, en el caso de Bolaño, o lo luminoso, en el caso de Levrero. Ambas posiciones, que a primera instancia y para el ojo poco avieso pueden resultar opuestas, esconden una gran predisposición para construir un universo que, mediante las palabras que han aprendido en sus años de lectores insaciables, logre dar con las claves para conseguir que se mantenga en pie. Una labor imposible. O casi. Lo curioso es que ambos autores estaban seguros de ello y ante ello se plantaban con resignación, con la resignación de un samurai porque “la literatura se parece mucho a la pelea de los samuráis, pero un samurai no pelea contra otro samurai: pelea contra un monstruo. Generalmente sabe, además, que va a ser derrotado. Tener el valor, sabiendo previamente que vas a ser derrotado, y salir a pelear, eso es la literatura” 2

Pero lo cierto es que yo vengo aquí a hablar de tebos y ustedes a leer sobre el ídem y que me estoy yendo a los cerros de Úbeda. Eso sí, aclaro, considero que los tebeos también son, sin duda alguna, una pelea de samurais. Pero eso es otra cosa, porque aquí y ahora el punto, la conexión, el eje del tema al final de cuentas, sumando y restando, es que Asterios Polyp de Mazzuchelli, su primerísimo relato de largo aliento como guionista y dibujante, se emparenta con esa estética de la inconclusión con un único detalle que usaremos a modo de diferencia: el límite de Mazzuchelli no es el lenguaje, como en el caso de Levrero ni mucho menos plantea los puntos suspensivos en cuanto al horror que usaría Bolaño de manera ambigua porque, en realidad, la única salida posible, la gracia que denota al personaje que busca de forma exhaustiva perderse de sí mismo, es un acontecimiento extraordinario. El mismo que le quita el sueño a Levrero, el mismo que hunde en la desesperación al narrador uruguayo. Ese elemento que Levrero evoca en La Novela Luminosa está en Asterios Polyp porque, en rigor, Asterios Polyp es una tebeo urdido y trabajado con la misma intensidad con la que se produce una novela, esa intensidad que es sinónimo de una jerarquía de trabajo que corresponde sólo a las obras maestras, como son el caso de 2666 de Roberto Bolaño, La Novela Luminosa de Mario Levrero o Jimmy Corrigan, el chico más inteligente del mundo de Chris Ware. Todas obras que, curiosamente, interpelan el intríngulis que implica la existencia y que, más allá del tema que les concentra, explotan los límites de los formatos que han elegido para desenvolverse.

En efecto, la primera obra larga de Mazzuchelli, la misma que cierra más de 15 años de silencio en solitario, es así de grande. Así de enorme. Cuenta de ello son el uso de la paginación y del color, elementos con los que Mazzuchelli demuestra, una vez más, que la capacidad del cómic no tiene que ver, simplemente, con cuadros y dibujitos que dan una noción narrativa en cuanto señalan distintas situaciones sino que, además, como si fuera poco, permite sintetizar lo que en la literatura es texto atropellado en el buen cómic es la fractalidad indolente del protagonista ante las distintas perspectivas que va tomando el relato. Una fractalidad gráfica que, en la obra que nos convoca, es evidente al resolver los cambios ánimo en cuanto a la relación de pareja de su protagonista o, más bien, al recuerdo de la misma, retomando el grafismo explícito del primer encuentro. Esta noción de desconocimiento dentro de la convivencia de una pareja puede resultar un recurso artificioso pero, la verdad, profundamente efectivo porque le ahorra al lector cualquier tipo de distracción. Mazzuchelli avanza el relato con esa efectividad aplicada también al color, el que incluye para dar veracidad a una gama apagada pero profundamente expresiva y que configura una personalísima sintaxis de la imagen, involucrando la elección de la paleta para dar rienda suelta a nociones que decantan en una suerte de sustrato que se amalgama a medida que avanza la historia, lo que le permite a Mazzuchelli evocar y resolver situaciones sin necesidad de recurrir al subrayado. Porque Mazzuchelli opta por la síntesis, quizá la única lección que a Día de hoy se le podría atribuir a Frank Miller, ese personaje que a pesar de los logros pasados no ha sabido envejecer como el buen vino. Más bien al contrario. Pero no nos distraigamos, que la clave de esto es glosar obras enormes.

¿Obras enormes u obras maestras? ¿El mal uso del léxico de la crítica cultural puede obligarnos a mordernos la cola? Es conveniente aclara que el concepto de obra maestra, uno de los más debatidos actualmente, incluye la posibilidad de remecer o remover la contemporaneidad del formato en el que se presenta al tiempo que se le aduce una perdurabilidad inmutable, independiente de los juicios de los que sea presa. Dicha perdurabilidad es la que une a las cuatro obras que hemos mentado hasta ahora y, miren ustedes por donde, los pilares que les sostienen tienen una relación profunda, por bien asentada con el fracaso y la inconclusión. Con la búsqueda constante que decanta en realización autoral. Además de comportarse como fractales, inclusive cuando las miramos aisladas de su contexto inicial y las convertimos en obras contemporáneas, esas que pelean los cuartos con las obras del pasado.

Fractalidad es una palabra que en 1975 acuño Benoît Mandelbrot para designar la propiedad según la cual ciertas figuras espaciales resultan capaces de preservar el mismo aspecto, con completa independencia de la escala desde la cual se les observe, y es la que raíz que hemos elegido para adjetivar Asterios Polyp, la nueva obra de Dave Mazzuchelli. Asterios Polyp es una obra Fractaria. Sí, porque Mazzuchelli, quien supo reinventar el realismo de los superhéroes en función de la narración épica, ha parido una obra que hoy reiventa el uso del lenguaje del cómic a tal punto que ha necesitado de la creación de una gramática propia donde texto y dibujo se resuelven como parte inseparable de la noción de narrativa. Y sí, nos ha jodido, otra vez se trata de una historia de amor. Con dos cojones.

——

1 Chaves Nogales, Manuel. Juan Belmonte, matador de toros . Madrid: Alianza Editorial, 2003. pp. 298.
2 Bolaño, Roberto. Bolaño por sí mismo: entrevistas escogidas. Braithwaite, Andrés (ed. lit.); Villoro, Juan (prol.). Santiago de Chile: Ediciones UDP, 2006. 145 p.

Carlos Acevedo | 22 de septiembre de 2009

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