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el ojo que ve por María José Hernández Lloreda

Se volcarán aquí, cada día 27 de mes, una serie de reflexiones personales —aunque no necesariamente de ideas originales— sobre la mente, la realidad y el conocimiento. La autora es profesora del Departamento de Metodología de las Ciencias del Comportaminento de la Facultad de Psicología de la UCM. En LdN también escribe Una aguja en un pajar.

Cuando el río suena

Después de haber utilizado muchos dichos o refranes del acerbo popular para titular la mayoría de mis artículos, me ha parecido que igual no estaría mal echarles una mirada. Y como siempre, mi mirada no se centrará en la cantidad de verdad o no que contienen sino en cómo los ve nuestro ojo.

La idea me surgió después de escuchar una conversación que me resultó bastante sorprendente. Mientras desayunaba, las dos personas que estaban a mi lado hablaban de alguien a quién ninguna de las dos parecía tener mucho aprecio y consideraban que debería llegar algún momento en que tuviera su merecido. La que parecía más afectada por las acciones del aludido se lamentaba de que al final este tipo de personas conseguía sus objetivos y de que la vida no fuera justa. Sin embargo, la otra no estaba dispuesta a resignarse y cuando veía que el pesimismo se adueñaba de su amiga, como principal argumento (y con una convicción que me pareció envidiable), le dijo: “¿por qué piensas así, ya sabes eso de que a todo cerdo le llega su San Martín?” Supongo que esta convicción no podría proceder de su propia experiencia, porque un análisis racional de cuán justa ha sido la vida con todos los que nos rodean no nos puede llevar a esa conclusión, así que de alguna manera delegamos en la sabiduría popular tal conocimiento. Como mantra de consuelo, reconozco que no está mal, pero como verdad en la que confiar nuestra esperanza, poco científica sí que resulta.

Y dándole vueltas al tema, me vino a la cabeza una conversación reciente que tuve acerca de una de estas creencias populares. Alguien habló de la idea de que en las noches de luna llena tenían lugar más nacimientos que en otras fases de la luna. Yo les decía que había leído que tal cosa, cuando se había analizado con métodos científicos, había demostrado ser falsa. Me contraargumentaban con que muchos médicos, enfermeras y personal de hospital con los que ellos habían hablado lo constataban siempre. Siguiendo mi habitual manía de ir a las fuentes, hice una búsqueda de los artículos donde se analizaban los nacimientos en función de la fase lunar, la mayoría coincidían en que no había ninguna diferencia, y en los que encontraban algún efecto, éste era mínimo. Para mi sorpresa, intentando ser lo más rigurosos posible, algunos de ellos utilizan modelos probabilísticos nada triviales. Y mi pregunta es ¿cómo puede haberse difundido una creencia que, aún en el caso de que fuera cierta, supone una diferencia tan pequeña que sólo con métodos de análisis de datos puede encontrarse? Sólo si el efecto fuese muy llamativo podríamos suponer al ojo humano la capacidad para detectarlo.

En realidad, esto ocurre en muchos ámbitos de la vida, tal y como recoge Gilovich, y tiene que ver con nuestra tendencia a generar correlaciones ilusorias. En este caso, también existe una explicación utilizando el modelo de la teoría de señales:



En este caso, partimos de nuestra teoría, sea la que sea (“a todo cerdo le llega tu San Martín” o “en las noches de luna llena nacen más niños”). No se sabe muy bien de dónde proceden muchas de ellas, ni cómo han conseguido abrirse paso con tanta facilidad. Pero una vez que se abren paso y corren como la pólvora, uno no puede menos que pensar que “cuando el río suena…”. De alguna manera, no recordamos o no almacenamos igual las cuatro situaciones de la tabla; nuestro cerebro tiende a recordar más los éxitos que los fracasos, así que, de las cuatro casillas, recordamos mucho más la casilla A, la que confirma nuestra teoría: “llevo razón”, y no mucho la C. Cada vez que a un cerdo le llega su San Martín o que es luna llena y hay muchos nacimientos lo almacenamos como un acierto, pero si a un cerdo no le llega su San Martín o si hay luna llena y no muchos nacimientos, este fracaso parece más fácil de olvidar.

Sin embargo, a pesar de todos los análisis racionales que hagamos, estoy segura de que es imposible convencer a alguien que lleva años observando este fenómeno de que es sólo un efecto de su imaginación, o de su mala memoria para sus fracasos y su buena memoria para sus éxitos.

María José Hernández Lloreda | 27 de octubre de 2011

Comentarios

  1. rafa
    2011-10-27 15:57

    Vamos a ver, puedo andar despistadísimo, pero no veo que exista relación alguna entre estas dos afirmaciones. Cuando decimos que “a todo cerdo le llega su San Martín”, no hablamos de probabilidades. Es un hecho constatable y explicable. Esta época (11 de noviembre), con tiempo ya casi invernal, es (era) el momento de sacrificar los cerdos, pues con el frío se evita la acción de moscas u otros insectos imposibilitado la deposición de huevos de los que nacerán las larvas que corromperían la carne. Es, lógicamente, una costumbre ancestral que se llevaba a cabo en el mundo rural aunque, por razones claras, apenas tiene ya razón de ser al día de hoy. De modo que cuando prevemos, suponemos o incluso deseamos que a alguien le llegue ese día, nos basamos en algo real, pues esa fecha ha de llegar indefectiblemente.
    No es el caso de los nacimientos y la luna, cuya afirmación no hay nada que lo fundamente, aunque, dicho sea de paso, y de acuerdo con lo que comentas, una tía mía que fue comadrona lo aseguraba con rotundidad.
    Tal vez haya metido la pata y estoy hablando de cosas archisabidas. Perdona si no he sabido interpretarte.
    Un saludo
    Rafa

  2. María José
    2011-10-27 16:10

    Rafa, lo que tú muy bien explicas es el origen del dicho, pero habitualmente no se utiliza con ese sentido, sino que se utiliza para decir que si alguien actúa mal al final recibirá su merecido castigo.

  3. rafa
    2011-10-27 20:40

    Entiendo el significado del dicho, en lo que no estoy de acuerdo, insisto, es que ambas aserciones sean comparables. Es decir, en cuanto al hecho que “quien la hace la paga” hay casos en que esto es totalmente constatable. Un delincuente, en la mayoría de los casos, paga por sus acciones. Esto es impepinable, sale a la luz, es objetivo, y nada, ni siquiera un astro caprichoso, podrá evitarlo o influir en algo. Otra que cosa es que entremos en el plano subjetivo, personal. Si en mis aspiraciones de promoción un espabilado se me ha adelantado y ha trepado mejor o más oportunamente que yo birlándome el ascenso; si un guaperas con labia se me ha llevado a la chica de mis sueños, yo, en mi mezquindad, desearé que a ese individuo le llegue el día del santo de marras, con lo que a partir de ahora me mantendré expectante por ver cuándo, en efecto, le llega ese momento. De modo que en el instante en que vea que el jefe le he echado la primera bronca tras ocupar su nuevo puesto o me lleguen noticias de que ha tenido un enfado con su novia, me veré, desventurado de mí, recompensado, pensando que ¡vaya! ya le llegó su San Martín. Como ves, estamos ante dos aspectos completamente diferentes dentro de un mismo refrán. Con el tema de la luna no cabe esta diferenciación, pues, entiendo, es algo que no se puede contrastar.
    Igual me estoy liando.
    Saludos.
    P.D. Sé que esto carece de importancia, pero me gustaría aclarar que los datos referidos no son autobiográficos. Todo esto le sucedió “a un amigo”. Palabra.


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