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el ojo que ve por María José Hernández Lloreda

Se volcarán aquí, cada día 27 de mes, una serie de reflexiones personales —aunque no necesariamente de ideas originales— sobre la mente, la realidad y el conocimiento. La autora es profesora del Departamento de Metodología de las Ciencias del Comportaminento de la Facultad de Psicología de la UCM. En LdN también escribe Una aguja en un pajar.

Esto no es una pipa

Como cada vez me cuesta más encontrar alguna aguja en el pajar, a veces he intentado buscar un poema en otra lengua para poner el poema y la traducción, pero nunca me quedo satisfecha. Supongo que tiene mucho que ver con mi absoluto convencimiento de que es imposible traducir poesía. En general, considero que es bastante complicado traducir cualquier texto que tenga cierto nivel y la complejidad aumenta a medida que el texto se aproxima más al nivel literario. Cuanto más importante pase a ser cómo se dice frente a lo que se dice, aunque esto siga siendo importante, más apegado está el texto a la propia lengua y más complicado es para el traductor adaptarlo sin perder la esencia del mismo.

Por otra parte, aunque siempre tengo ciertos reparos en leer literatura traducida, no quiero renunciar al resto de la literatura universal, así que durante toda mi vida he ido leyendo novelas o teatro con la ligera sensación de que de alguna manera no estaba leyendo el texto auténtico. Y esto resulta evidente cuando han caído en tus manos dos versiones de la misma obra. Recuerdo haber comenzado a leer “¡Absalón, Absalón!” en una primera traducción que cayó en mis manos y quedar sorprendida de que Faulkner fuera considerado un genio, pero por algún motivo quería leer aquella obra y le di una segunda oportunidad… Supongo que después de ver varias veces “Amanece que no es poco”, no podía renunciar a Faulkner. La segunda vez conseguí una versión completamente distinta. Ahora está entre los libros más increíbles que he leído. ¿Qué ha puesto el traductor? No lo sé, supongo que una buena traducción es aquella en la que no se nota su mano pero no sé si esto es muy posible. En este caso el resultado para mí era suficiente para tener la sensación de que estaba leyendo literatura de alto nivel.

Esto, sin embargo, nunca lo he conseguido con la poesía, por más empeño que le he puesto, por más traducciones que he probado, incluso algunas con el original (en inglés, porque de otro idioma no tengo ni idea). No he conseguido gran cosa, ni con autores que no dudo que son genios y que si pudiera acceder de verdad a ellos, podría disfrutar tanto como lo hago de la poesía escrita en mi lengua.

Porque no se trata sólo de entender el poema, de que de alguna manera la idea o la sensación que transmita consiga conectar conmigo; eso podría lograrse con una traducción. De hecho, la mayor parte de lo que leo de psicología está en inglés y consigo entenderlo, incluso a veces, no teniendo la sensación de estar leyendo en otra lengua. Pero no lo consigo con la poesía ni con la literatura en general. Siempre supuse que si en algún momento lograba un nivel suficiente para poder leer en otra lengua, conseguiría acceder a su literatura.

Y dándole vueltas, he llegado a tener la sensación de que en realidad la literatura tiene que ver con el placer que me produce el uso de la lengua de alguna forma peculiar y original, que no se parece al uso habitual de la misma, para lo que de alguna manera necesito haber vivido en esa lengua. Así que no tengo esa estructura del lenguaje común sobre el que pueda caer el uso literario y producir ese choque.
La dedicatoria de la “Elegía a Ramón Sijé” de Miguel Hernández para mí siempre ha sido un ejemplo de esto, con un cambio sutil de una preposición se produce un cambio cualitativo impresionante: “Ramón Sijé, con quien tanto quería”. Todos esperamos que la expresión sea “a quién” y el cambio es el que genera el valor literario, que siempre se traduce en una sensación cualitativamente diferente en el que la lee. Siempre me sorprendió que cuando Serrat le puso música, se le deslizara el “a quien tanto quería” y destrozara la esencia de la dedicatoria.

Pero hay algo más, la sensación que produce una palabra va más allá del propio significado de la palabra, porque aunque de alguna manera exista un concepto genérico o prototípico, al final en cada uno evoca una serie de instancias y recuerdos que son los que dan el valor emocional a la propia palabra y esa asociación, que es la que activan la mayor parte de los poemas, yo no la consigo en otro idioma. La sensación que me produce la palabra “verano” en el poema de Machado “fue una lenta tarde del lento verano”, no tiene nada que ver con la que me produce la palabra “summer” en cualquier traducción que se haga. A mí “summer” me trae más recuerdos de mis clases de inglés en el colegio que de los veranos lentos de mi infancia.

Supongo que soy demasiado maniática con esto, quizá no sea lo que le pasa a la mayoría de la gente, pero quizá también esté unido a por qué soy sobre todo lectora de literatura y cuanto más literatura mejor.

María José Hernández Lloreda | 27 de julio de 2010

Comentarios

  1. Cristina
    2010-07-27 13:50

    Completamente de acuerdo!! Y, de acuerdo en todo; lo increiblemente importante que es una sola palabra, y cómo y dónde se ponga o se diga, y también en que eres una maniatica!
    Perfecto el ejemplo de Ramón Sijé!
    Me ha gustado mucho! Me podrías decir la traducción que te gustó tanto?
    Tu lengua es tu lengua. Como tu pueblo, sus rincones; como tus olores, tu música, como una sola mirada de alguien “con quien tanto querías”…, no tiene traducción!!

  2. Marcos
    2010-07-28 00:19

    Muy de acuerdo en general. Sin embargo, y aunque obviamente el efecto se multiplica en una traducción, cada uno tenemos nuestra lengua, y una misma palabra provoca diferentes sensaciones al autor y a cada uno de los lectores. Gracias por el texto.

  3. María José
    2010-07-28 15:35

    Completamente de acuerdo, Marcos. Estoy segura de que lo que evoca la palabra “verano” en Machado, en ti o en mí, no es lo mismo, pero para el lector lo importante es lo que evoca en él y en ese sentido es en el que yo decía que “summer” no consigue evocar en mí sensaciones más allá de mis clases de inglés.


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