Libro de notas

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el ojo que ve por María José Hernández Lloreda

Se volcarán aquí, cada día 27 de mes, una serie de reflexiones personales —aunque no necesariamente de ideas originales— sobre la mente, la realidad y el conocimiento. La autora es profesora del Departamento de Metodología de las Ciencias del Comportaminento de la Facultad de Psicología de la UCM. En LdN también escribe Una aguja en un pajar.

¿Por qué lo has hecho?

Que el ser humano, salvo que se ayude de los métodos de la ciencia, no maneja bien la causalidad es indudable. Que el propio concepto de causalidad es arduo y escurridizo, lo demuestra la historia de la filosofía y de la ciencia. Sin embargo, la mente genera constantemente modelos causales, sean o no adecuados, que nos permiten “entender” el mundo, nuestro comportamiento y el de los demás y nos guían en nuestras decisiones. Es rarísimo que ocurra algo y que automáticamente no generemos o demandemos una explicación causal. Baste un ejemplo, en los últimos años es bastante frecuente que uno vuelva del médico con el diagnóstico: “es un virus, beba mucha agua”. La mayoría de la gente piensa que los médicos ahora cuando no saben por qué ocurre algo lo achacan a un virus, pero nadie protesta. Sin embargo, ¿quién se iría de la consulta igual de tranquilo si el médico le dijera: “no tengo ni idea de lo que le pasa, beba mucha agua”? Y necesariamente habrá muchas veces en que no lo sepan, pero si yo fuera médico, no renunciaría al virus por nada del mundo hasta que no estemos preparados para escuchar la verdad. Tampoco es extraño oír a un padre preguntarle a su hijo de 3 años: ¿por qué le pegas a tu hermano? Yo siempre pienso: como le conteste y se lo explique… Y es que la mayoría de las veces, ni los adultos sabemos la causa de muchas de nuestras conductas. Pero la explicación tranquiliza.

Este afán del ser humano por analizar el mundo en términos causa-efecto es bastante útil para el día a día. Incluso una mala inferencia puede ser más adaptativa que una aproximación racional y científica. La primera capacita para la acción en muchos casos en los que el razonamiento retrasaría de forma letal la decisión.

Hasta ahora, el método experimental sigue siendo la forma por excelencia para que nuestras inferencias causales se acerquen más a la realidad. Grosso modo, el mejor método consiste en manipular la posible causa y ver si el efecto se produce. Pero el ser humano es terco y tiende a fiarse más de su propia experiencia que de los experimentos que hacen los demás. No en vano es un experimentador nato; si no, ¿cómo podemos explicar una cosa tan cotidiana como es la elaboración de los alimentos, de qué otra forma habríamos podido desarrollar esos procesos tan extraños y complejos? Pero ya he dicho que, así en bruto, tal y como venimos al mundo, no estamos muy capacitados para hacer buenas inferencias causales. Cuando las causas y las consecuencias son observables, hacerse un modelo del funcionamiento puede ser más o menos directo, pero cuando la causa es interna al individuo, no nos queda más remedio que recurrir, como ya he expuesto varias veces, a nuestra teoría de la mente. El problema es que un mismo efecto puede deberse a diferentes causas y lo que habitualmente observamos es sólo la conducta, así que suponemos que esta se debe a la misma causa que la generaría en nosotros. Y estas inferencias las hacemos a dos niveles, a nivel individual y a nivel colectivo. Hoy me voy a centrar en el segundo.

Uno de los colectivos que más análisis recibe por parte de una generación es la generación siguiente. Quién no ha dicho u oído: “los jóvenes de hoy en día…”, curiosamente expresiones que podemos leer en los textos de algún filósofo griego. Pero no falla, la generación siguiente es peor y me temo que lo seguirá siendo. Cuando nosotros oíamos estas mismas expresiones dichas sobre nosotros mismos, nos parecían totalmente carentes de fundamento; al fin y al cabo, uno es uno y sabe qué intención tiene cuando hace algo y qué intención no. Claro que las generaciones cambian y claro que las formas de comportamiento son diferentes, pero muchas veces lo único que hacemos es trasladar nuestro propio sistema causal y así el entendimiento es imposible. A nuestros padres le sorprendía, y les parecía una falta de respeto, que cuando un profesor entrara en clase no nos pusiéramos en pie. Pero para nosotros permanecer sentados era la forma natural de recibir a los profesores, ahora sí, les hablábamos de usted. Actualmente es raro que algún alumno se dirija a un profesor hablándole de usted y de nuevo se interpreta como una falta de respeto. Si un alumno de la generación de mis padres no se ponía de pie, lo hacía para dejar patente una falta de respeto, igual que en mi época el que hablaba de tú al profesor. En la generación siguiente este comportamiento es el que se ha constituido en norma estadística, sin entrar en si es mejor uno u otro. Lo extraño en una época se constituye en norma en la siguiente. Por lo tanto, sólo conociendo las claves de una generación podremos hacernos una buena idea de sus causas.

El segundo colectivo es el de nuestros antepasados, de los que no tenemos ninguna información de primera mano. Sólo podemos hacemos una idea a partir de la información de los historiadores y es prácticamente imposible que podamos acceder a sus claves; para ello tendríamos que renunciar a todo lo que hemos aprendido y eso no creo que esté fácilmente a nuestro alcance. Sin embargo, hemos oído muchas veces que es importante aprender del pasado para no cometer los mismos errores. Si lo que hacemos es un análisis inadecuado, vamos a aprender poco. Ya se sabe que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra.

Aunque para muchos será conocido, voy a utilizar una versión modificada de la paradoja de Newcomb, para tratar de explicar bien cómo distintos observadores, con información diferente, realizan análisis distintos de mismo hecho. Es una paradoja utilizada por científicos y filósofos en teoría de la decisión, con derivaciones sobre el libre albedrío, la modificación del pasado, etc. Yo voy a utilizar una modificación de la versión que propone Agustín Rayo (Investigación y Ciencia de septiembre de 2008). Lo voy a enfocar desde el punto de vista de un observador externo que evalúa la conducta de los que están implicados en la decisión y no desde el punto de vista del que toma la decisión. Tal y como aquí va a quedar planteada, la esencia de la paradoja desaparece.

El juego consiste en la existencia dos cajas, una caja abierta que contiene 1.000€ y otra cerrada que puede estar vacía o contener 1.000.000€. Cada jugador puede elegir llevarse la caja cerrada o las dos. Supongamos que existen dos tipos de personas: los que eligen llevarse sólo la caja cerrada (tipo 1) y los que eligen llevarse las dos (tipo 2). Supongamos también que no es una característica modificable. Además existe un “mentalista” que sabe qué tipo de persona es uno y antes de que nadie haga su elección clasifica a todos los participantes, de manera que antes de que los de tipo 1 tomen su decisión pone 1.000.000€ en la caja cerrada y antes de que los del tipo 2 tomen su decisión, la deja vacía. En esta versión del problema los jugadores desconocen la existencia del mentalista. Supongamos además que existen observadores externos. Cada jugador lo hará con relación a su propia naturaleza, pero pasado un tiempo tanto los jugadores como los observadores externos elaborarán su propio modelo causal: que los que se llevan una caja consiguen un millón de euros y los que se llevan las dos sólo mil, por lo tanto coger una sola caja es la causa eficiente de la ganancia. Para estos observadores externos la conducta de los tipo 2 es totalmente incomprensible, puesto que son los que se llevan sólo una los que ganan el premio. Entonces deciden obligar a los tipo 2 restantes a coger sólo una caja. Estos aún así se quedan con la caja vacía, porque la causa no es coger una o dos cajas, sino el tipo de persona en la que ha sido clasificado por el mentalista.

Una vez que uno conoce la existencia del mentalista, el comportamiento de los sujetos parece el más adecuado y la decisión de los observadores, obligándoles a coger una caja, un error. Pero claro, evaluar la conducta con el conocimiento que se tiene en un momento dado es no entender las claves que rigieron las actuaciones de otros y, por tanto, el aprendizaje que podemos obtener es poco. Nos parecen incompresibles desde nuestro conocimiento las decisiones de nuestros predecesores y estamos convencidos de que nosotros ya no lo vamos a volver a hacer así. Es verdad que uno debe conocer la historia para no repetirla, pero conocerla supone estar en el estado de conocimiento de la época, es decir, desconocer la existencia del mentalista para poder entender por qué en un momento dado se toma una decisión. Porque el verdadero aprendizaje consistiría, no en fijarnos en mentalistas de épocas pasadas, sino en averiguar cuál es el mentalista en nuestra época. Y eso no es nada fácil.

Cuando todos los años explico el origen de la medida en psicología, les presento a los alumnos las investigaciones de los primeros estudios sobre la inteligencia. Para los primeros investigadores la inteligencia estaba relacionada con el tamaño del cráneo, y por tanto la medida consistía en saber la capacidad craneana de una persona. Sistemáticamente, todos los años y a todos los alumnos les parece que es una barbaridad, que cómo se podía pensar eso. Sin embargo, cuando expongo teorías actuales, que más o menos coinciden con sus ideas sobre la mente, no hay la menor crítica, aunque de forma intencional la información que les presento de las primeras investigaciones es formalmente impecable y la de las actuales vaga y poco precisa. Y siempre les digo, lo importante es darnos cuenta de cuándo estamos nosotros mismos midiendo el cráneo.

María José Hernández Lloreda | 27 de octubre de 2008

Comentarios

  1. Cayetano
    2008-10-28 12:33

    El artículo es demasiado denso como para comentar en pocas líneas la impresión que me ha causado. Decir: Muy interesante, es una solución de compromiso. Seré breve e inevitablemente insuficiente.

    Me ha preocupado, y mucho, la forma en que se mide la “inteligencia” y más aún la definición de qué cosa es la inteligencia. Luego apareció el término “Inteligencia emocional” ¿cómo se mide eso?.

    En cierto modo, la psicología debe ser un campo cuasi virgen y apasionante, lleno de preguntas y retos, ahora entiendo la pasión de ciertos autores por su trabajo como Peter Lang o Rojas Marcos, por poner algunos ejemplos, sin obviar tu propio interés por esta rama del conocimiento humano.

    Un saludo

  2. María José
    2008-10-28 20:41

    Cayetano, espero no haberte inducido a error, en el artículo no hablo de la inteligencia (tema en el que no soy experta y del que hay mucho debate en psicología). La medida de la inteligencia relacionada con el tamaño del cráneo (en realidad lo que pretendían medir era el tamaño del cerebro) se abandonó hace ya un siglo. Lo que yo quería transmitir es que hay que conocer muy bien las ideas científicas que estaban vigentes en la época para entender por qué utilizaban esas medidas y no pensar sin más que eran unos cretinos.

    Y sí, la psicología es un campo bastante virgen, lo que tiene su lado apasionante pero en muchas ocasiones deseperante.

  3. Ana Lorenzo
    2008-10-28 21:18

    María José, es estupendo el ejemplo que has puesto sobre la forma en cómo somos capaces de deducir las causas y llegar a una conclusión errónea. Pero claro, en el ejemplo lo vemos porque estamos fuera y sabemos que hay otra causa que es imposible inferir de los efectos. Lo malo es que en la vida siempre estamos dentro. Aun así, lo tendré en cuenta para plantearme —siempre que sea importante y no case bien la causa que parece ser— que hay otra perspectiva más amplia que se puede estar escapando.
    Un artículo muy curioso.
    Un beso.

  4. Cayetano
    2008-10-28 23:05

    Maria José, ya advertí que tenía muchas cosas sobre las que comentar. entiendo lo que querías decir. Solo destacaba algo, que aunque lo citabas como ejemplo, a mi me preocupaba. Siento no tener más tiempo y aún quería decir algo más … Espero tener ocasión

  5. Cayetano
    2008-10-29 16:07

    Bueno, ahora con más calma, mientras terminan de cocerse las alubias …

    Tu texto me sirve para explicarme otra forma de “conocer el mundo” o la realidad es lo que llamo el “espacio artístico”, el taller del artista o el laboratorio donde se “intenta hacer visible lo visible”. Un ejercicio, o herramienta, que debería estar al alcance se todo el mundo.

    Y cuando digo al alcance de todos, me refiero a que requiere tiempo y un espacio (el laboratorio) para experimentar con formas, texturas, emociones estéticas, etc. y es aqui, en mi opinión, donde se desarrolla la inteligencia emocional

    La capacidad sensible de percibir la realidad desde otro ángulo, que no excluye otros puntos de vista o análisis más “científicos”.

    En el fondo estoy entusiasmado con el texto por la cantidad de cosas que sugiere y voy a guardarlo porque, gracias a él, estimula mi imaginación y plantea algún que otro reto. Y corto …

    Es el tiempo, ese que se me escapa ahora, y las alubias que reclaman tambien mi atención ;-)

    Un saludo

  6. Ana Lorenzo
    2008-10-30 13:14

    ¿Sabes, María José?, muchos chistes se basan precisamente en que la conclusión no es la que inferimos de todo el proceso, y eso da una relectura sorprendente y divertida, ¿no? ¿Se estudia el humor en la percepción de las causas en psicología?
    Bah, ideas que se le ocurren a una, así, mientras descansa.
    Un beso.

  7. María José
    2008-10-30 15:35

    Ana, sí se estudia el humor en psicología, pero en las áreas de pensamiento y lenguaje y de eso no sé mucho. Pero es verdad que muchos chistes se basan en eso. Es parte de lo que propongo en el artículo: una vez que algo se sabe otra interpretación resulta ridícula y, por eso, no entendemos muchas cosas que se hacían en el pasado (o nos parecen tan simples que estamos seguros de que a nosotros eso no nos va a pasar) o que hacen y harán otras generaciones.

    Cayetano, me alegro de que te sirva, aunque no acabo de ver cómo lo trasladas al mundo artítisco.

  8. Francisco
    2008-10-30 23:23

    El articulo es interesante y debatible. La causalidad es importante, sin duda; es el aviso que nos da la vida sobre acontecimientos futuros.

    Pero hay que saber verlo.

    Por causa de la eliminacion de las reglas de control del sector financiero americano se esta dando el efecto de crisis financiera global.

    El excesivo y ficticio valor de los bienes inmuebles en Espana sera causa de un inexcapable efecto financiero que pondra su economia de hinojos.

    Pocas cosas escapan a la ecuacion causa y efecto y, normalmente, se les dice casualidades.

    El problema es que los efectos en lo artistico o en lo intelectual no son facilmente ligados a sus causas y, mucho menos, son facilmente distinguibles los efectos que tendran a mediano y largo plazo algunas acciones u omisiones causales.

    Saludos.

  9. Ina
    2008-11-03 05:01

    Buscaba la “condición de Markov” cuando tropecé con este artículo que me parece aclarador además de interesante.
    Volví a estudiar luego de muchos años y así como me cuesta tutear a profesores que podrían ser mis hijos, también me ha costado deshacerme de las causalidades de mi generación (o de sus lineales esquemas), claro, no conozco al mentalista posmoderno.
    Trataré de hallarlo para que me ayude a identificar las causas independientes, condicionadas y el operador “hacer”
    Gracias María José, me has sido de gran ayuda .Puedo decir ahora que no entiendo algunas cosas por esta “causa” y no porque se anquilosaron mis connexiones neuronales.


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