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Educación y transhumanización por Manuel Ángel Vázquez Medel

En el siglo XXI, con la “revolución de la mente” (tras la “revolución del músculo” que supuso la revolución industrial), la educación ocupa el lugar central de todos los procesos humanos. Cada 26 del mes en curso, Manuel Ángel Vázquez Medel, Catedrático en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla, ofrecerá nuevas claves educativas para pensar, sentir, comunicarnos y actuar en la nueva sociedad de la comunicación y de los saberes compartidos.

El fomento de la lecto-escritura como clave en la transformación del sistema educativo

La perspectiva que venimos adoptando en estas reflexiones sobre “Educación y Transhumanización” parte de varios principios y constataciones: 1. Estamos en una encrucijada sin precedentes en la historia de la Humanidad; 2. La actual situación caracterizada por un orden económico, político, social, cultural y educativo insostenible, exige el planteamiento del alternativas sólidas, viables y de rostro humano; 3. En estos momentos ya no puede plantearse la alternativa entre transformar la realidad y las estructuras sociales y transformar la mente de los individuos: ambas transformaciones son correlativas y necesarias; 4. La educación se ha convertido en la clave para la construcción de una nueva ciudadanía planetaria basada en el capital humano y en el conocimiento. Desde estas coordenadas, la lectura, entendida de manera abierta y plural, como lectura multimodal en diferentes soportes y articulada en códigos diversos, está en el centro mismo de este proceso de cambio para producir nuevas maneras de pensar, de sentir, de comunicar y de actuar.

Reflexionamos hoy en el compromiso de la Universidad en el fomento de la lecto-escritura como pieza angular de los sistemas emergentes y alternativos del conocimiento basados en una nueva ecosofía.

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La Universidad, como institución a la que la sociedad encomienda la elaboración del conocimiento y del saber a su más alto nivel, su transmisión, cuestionamiento y aplicación a las necesidades de la vida, tiene en su propio centro la actividad lectora (entendida de manera muy dinámica, y en especial relación con la escritura). Pero no se trata solo de que la lectura sea la vía fundamental (complementada con otras lecturas de imágenes, símbolos y otros códigos) para la adquisición de las competencias que cada ámbito facultativo requiere. Más allá de eso, la Universidad está comprometida en todos los ámbitos, niveles y dimensiones de la actividad lectora y de la potenciación de las creatividades expresivas y de escritura. Porque, en última instancia, su compromiso lo es con lo más radical humano, que la lectura activa y potencia.

Leer es saber elegir. Tener la capacidad de dotar de significado y sentido, a través de una compleja actividad neurobiológica, a las palabras escritas (y, en sentido más amplio, a cualquier signo que constituya nuestra semiosfera: “leer” imágenes, leer un rostro o una situación). A través del proceso de lectura se activan regiones cerebrales similares a las que entrarían en funcionamiento ante situaciones reales. Y por ello, leer más es, también, vivir más.

Por ello, la lectura es una de las vías esenciales para la humanización, y a través de ella se deben impulsar esas nuevas formas de pensar, sentir, comunicar y actuar que requiere el presente momento de profundas transformaciones de lo humano. En el contexto de profundas crisis que marcan la hora presente, las salidas a un orden económico injusto e insostenible, un orden político con graves sombras y amenazas de involuciones autoritarias y antidemocráticas y un orden social marcado por nuevas convulsiones y violencias, pasan por un impulso sin precedentes a la formación de las mentes a través de las dinámicas de lecto-escritura.

Desde su responsabilidad investigadora, la Universidad debe avanzar en el conocimiento de los mecanismos cognitivos que la lectura implica y requiere, así como de sus transformaciones a través de nuevas dinámicas multimodales de lectura. Los especialistas en psicología evolutiva y en los diversos ámbitos de la educación infantil y juvenil deben trabajar, codo a codo con los profesionales en cada trayecto curricular, para dosificar las etapas y contenidos más apropiados para el incremento de la competencia lectora (sobre todo en sus dimensiones comprensiva, relacional, aplicativa y creativa), cuidando que las prácticas de lectura retroalimenten la necesaria motivación, a través de la experiencia del trabajo gustoso. Igualmente se debe conocer mucho más a fondo el efecto sistémico de los tres entornos en los que el niño y el joven se socializan (familia, educación formal y educación no formal, especialmente el sistema de medios y redes audiovisuales) para alcanzar con éxito elevados niveles de competencia lecto-escritora, al tiempo que se propongan iniciativas para prevenir y corregir los fracasos en este ámbito. Son muchas más las posibilidades actuales de investigación sobre la lectura: sus transformaciones en la sociedad digital y del conocimiento; su presencia en los medios; la correlación de la competencia lectora colectiva con otros indicadores económicos, sociales, etc.; la importancia de las dinámicas lectoras para el incremento de la alteridad y de la empatía, a fin de dilatar los límites de nuestro mundo y permitirnos incorporar perspectivas y enfoques más amplios.

Desde su responsabilidad docente, la Universidad, como formadora de formadores, debe propiciar que los futuros maestros y profesores de todas las asignaturas (no sólo las de arte y humanidades) tengan las herramientas necesarias para impulsar la lecto-escritura en sus propios dominios y, sobre todo, que sean buenos lectores con capacidad para contagiar la pasión por la lectura, pues nadie puede ofrecer lo que no tiene. Pero esta tarea no se puede reducir a las Facultades de Humanidades, Filología, Educación, Comunicación, Biblioteconomía y Documentación o Filosofía; los futuros sociólogos, antropólogos, psicólogos, economistas… pero también los médicos, físicos, juristas, ingenieros o matemáticos deben recibir el adecuado impulso para ser lectores competentes en su profesión, pero también en el ámbito gustoso y libre de la lectura voluntaria que tanto enriquece. Además, las Universidades deben promover másteres, cursos intensivos, de experto, de actualización científica, orientados a la capacitación en el fomento, animación y promoción de la lectura, coordinación de talleres o clubs de lectura, a la ejecución pública y escenificación de la lectura (cuentacuentos, dramatizaciones, etc.) y en cualquier otro ámbito que requiera formación lecto-escritora especializada.

Desde su responsabilidad en la extensión universitaria y en la asistencia a la ciudadanía de su entorno, la Universidad debe apoyar acciones en el campo del voluntariado para el fomento de la lectura, contribuyendo decisivamente a llevar la lectura a las instituciones sanitarias, a las cárceles, a los colectivos de personas con discapacidad, a los grupos de personas mayores, a los barrios y asociaciones de vecinos, a las fábricas, etc. De manera muy especial debe impulsar, estar presente, investigar —y cuando se requiera su concurso supervisar— planes integrales de lectura en los municipios.

Todo lo anterior funcionará adecuadamente en el seno de una Universidad en la que sus integrantes (estudiantes, profesores, personal de administración y servicios) partan de dichos convencimientos, potencien una atmósfera favorable a la promoción de la lectura, se comprometan personalmente a reforzar en sí mismos y en las personas de su entorno hábitos de lecto-escritura, y asuman que, en el siglo XXI, no hay mayor potencial de transformación humana que la construcción de mentes equilibradas (ecología de la mente) en sociedades equilibradas (ecología mental) y en armonía con la naturaleza (ecología medioambiental), a través de las dinámicas lectoras.

La dispersión en las actividades de fomento de la lectura, a cargo de diversas administraciones (e incluso, dentro de ella, en diversos departamentos), es muy negativa. Para ello la Universidad debe ejercer el necesario liderazgo y ser un poderoso instrumento de coordinación que —más allá de los avatares y vaivenes políticos— garantice un plan integral de fomento y animación de la lecto-escritura, abierto a la participación de todos, en constante revisión y readaptación a las nuevas necesidades, a través de una evaluación continua que busque la mayor eficacia y eficiencia de los potenciales disponibles.

Urge un gran pacto de toda la sociedad, un gran pacto de Estado, para garantizar unas bases comunes y sólidas en la acción educativa y en la cultura. Unas bases que permitan la estabilidad presente y a corto plazo, y el constante reajuste que los procesos formativos requieren ante la mutabilidad que la vida exige.

La lectura favorece la atención, imprescindible no sólo para la adquisición de conocimientos, sino para el éxito en todos los ámbitos de la existencia. Sólo quien atiende, entiende, comprende, aprende y aplica con eficacia. Sólo quien atiende es atenta o atento. Y quien lee con asiduidad adquiere mayor capacidad para elegir y elegir bien: se convierte en una persona elegante.

La lectura favorece la empatía (en especial, la empatía positiva, la simpatía) y potencia el altruismo. Nos permite vivir otras vidas que nos han sido vedadas, a través del ejercicio de todas nuestras capacidades y potencias vitales: la memoria, que rescata todo lo necesario para una lectura comprensiva; la inteligencia racional, pero también la inteligencia emocional, que ponen en ejercicio y dilatan los límites de nuestros lenguajes, que son los límites de nuestro mundo; la voluntad, como orientación adecuada al cumplimiento de fines personales y colectivos, que debe fortalecerse con constancia y perseverancia, propias de una cultura del esfuerzo; la imaginación y la fantasía, como potenciales constitutivos de lo humano que nos proyectan hacia el futuro, nos permiten abrir nuevos caminos, ofrecer respuestas a nuestros interrogantes y abrir nuevas preguntas para mantener vivo el horizonte prospectivo que constituye lo humano. Es un hecho constatado que existe un vínculo entre el hábito de lectura (especialmente de ficción) y el incremento de nuestras habilidades sociales.

Hoy sabemos que, más allá de todo ello, la lectura ayuda a prevenir la degeneración cognitiva y las enfermedades mentales vinculadas a la mayor longevidad. Leer desde niños potencia el intercambio de información entre las diversas zonas de nuestro cerebro, como demuestran las nuevas técnicas de neuroimagen, y compensa el proceso degenerativo que se produce de forma natural a lo largo de los años. Leer, además de transformar la actividad nerviosa del cerebro, imprime una huella positiva en su anatomía, aumentando el intercambio de información interhemisférico. Y, como he afirmado en una reciente publicación, la lectura es un poderoso antídoto contra la estupidez individual y colectiva, una de las mayores amenazas del presente.

Una Universidad comprometida con la lectura no es una institución que compita o rivalice con otras en la consecución de estos objetivos. Muy al contrario, ha de encontrar en la sinergia y en la acción cooperante, el cumplimiento de su vocación de servicio público orientado a la mejora y dignificación de lo humano. Que, en estos años iniciales del siglo XXI sigue pasando por situarnos en el camino hacia un horizonte en el que la Verdad, la Bondad y la Belleza sigan adquiriendo sentido, desde la pluralidad y la diversidad de las culturas y civilizaciones. A través de la lectura.

Si la mente humana, como afirmaba Plutarco, no es un recipiente que haya que llenar, sino un fuego que hay que encender, hoy sabemos que no hay mejor chispa para encender ese fuego, ni mejor combustible para mantenerlo vivo, que la lectura.

Manuel Ángel Vázquez Medel | 26 de marzo de 2011

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