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Cosecha de vértigos por Lucía Caro

Por qué la gente hace las cosas qué hace. Ésa es la pregunta que se hace Lucía Caro, bien como publicista, como profesora, como investigadora sobre la identidad digital o como mera observadora de tu cesta de la compra en la cola del súper. Pero en Cosecha de Vértigos se centrará el día 2 de cada mes en analizar fenómenos comunicativos en el contexto de la web social. Lo del título promete explicarlo un mes de estos.

#OlvidoNoDimitas y el umbral de rebeldía en Twitter

Ahora que el tema ha muerto en términos de morbo informativo, quiero pararme a escribir sobre la terrible vulneración de la intimidad de la que fue víctima Olvido Hormigos, una vez que la protagonista ha respondido y, de algún modo —ni mucho menos libre, por supuesto—, se ha apropiado de esta inesperada fama para comunicar su decisión final, de la que obviamente me alegro.

Estoy segura de que conocen el caso, pero les enlazo esta información de la edición digital de El País que firma Joaquina Prades. Elijo esta pieza por dos motivos: en primer lugar, en reconocimiento al tratamiento informativo que esta cabecera dio a los sucesos: respetando el derecho a la intimidad de la víctima y no informando de ellos hasta pasadas más de 24 horas del inicio de la bola de nieve informativa en Twitter, cuando publicó una pieza en torno al apoyo informal mostrado por miembros del PSOE en dicha red social. Este comportamiento que muestra un ejercicio básico de ética periodística, contrasta con el «uso torticero» como bien indica Paco Torres que hicieron durante esas horas otros medios de comunicación en busca de incrementar el número de páginas vistas.

En segundo lugar porque, aunque comparto parte del enfoque y agradezco como lectora la publicación de artículos que buscan contextualizar fenómenos mediáticos como éste, discrepo con el argumento principal que se aporta para explicar la fase de cachondeo inicial, con escasas voces claramente en defensa de la edil, y una solidaridad mayoritaria varias horas más tarde y en días sucesivos.

Entre los expertos consultados por Prades en el artículo, explica E. Dans como siguió el ‘tema’ en primera persona:

Primero te dejas llevar un poco por el morbo. Pero después reflexionas y dices: ¡Por Dios, esto es un acto privado, algo que hace todo el mundo sin cámaras y ves que difundirlo sería repugnante, un acto dañino para esa pobre mujer y para ti mismo!

Para Dans, y entiendo que es la propuesta de fondo que hace el artículo, hay una etapa inicial de inconsciencia, en la que el usuario no analiza la información en todo su contexto, lo que ayuda a frivolizar sobre ella, y una segunda etapa de alumbramiento y empatía en la que los tuiteros reflexionan y toman posición una vez han identificado a la víctima de los hechos. Ésta, siendo una explicación plausible, me parece incompleta y simplificadora: obvia por completo la importancia de la situación social mediada en este tipo de espacios y las dinámicas propias de las redes sociales —digitales o no—.

El problema es saber quién nos mira

Cuando nos encontramos ante la presencia de otros tendemos a desarrollar el rol social que creemos que se espera de nosotros; parafraseado, esto es lo que propone el sociólogo canadiense Erving Goffman en su teoría de la interacción dramatúrgica. Cuando opinamos en Twitter, generalmente no lo hacemos a solas. Incluso en el caso de usuarios que emplean esta plataforma como un micromedio de comunicación masivo (véase el caso paradigmático de celebridades como Beyoncé Knowles), existe una conciencia de la presencia de una audiencia personal que puede leer nuestros tuits. Y en la Red tenemos una reputación, una máscara que mantener, al igual que en el mundo no virtual. Digo igual, pero es inexacto: sostener de un modo coherente nuestra reputación en la Red es más complicado, ya que la situación social mediática es sensiblemente más compleja. Internet se caracteriza por guardar memoria —e indexar en Google, en el caso de Twitter— de todo lo publicado. Así, lo que decimos hoy, no solo es leído por mi red en mi cuenta Twitter ahora, podrá ser leído por personas ajenas a mi cuenta en el futuro y reinterpretado fuera del contexto en el que lo publiqué.

Un segundo factor importante para comprender cómo se gestiona la interacción en estos espacios es el potencial colapso entre los públicos conectados (boyd, 2010). ¿Quién me lee en cada momento? A menos que haya segmentado estrictamente mis grupos de contactos por plataformas: amigos y familia en Facebook; colegas y compañeros de trabajo en Linkedin; etc. es imposible controlar quién me observa en Twitter. Pero el caso es que necesito saber quién mira para elegir un rol social. Esta incertidumbre apenas se hace presente en nuestro día a día, pero cobra un papel importante cuando un tema controvertido acapara la atención de la Red y, en tanto que opinion pública y apremiados por el vértigo del tiempo real, nos sentimos impelidos a posicionarnos ante él.

Posicionarnos en la plaza del pueblo y dejar nuestra opinión para la posteridad… ¿seré la única que piensa esto? ¿Me verán como una guarra por pensarlo? ¿Quiero asociarme públicamente y para los restos a este tema? Ante la duda y el miedo al aislamiento social, como públicos invisibles, tenemos la opción de inhibirnos más fácilmente en la Red, a la espera de visualizar con claridad cuál es la postura mayoritaria. También podemos participar desde una postura de escaso compromiso, la que permiten el humor y, muy especialmente, el sarcasmo. Observé a muchos usuarios, especialmente hombres, aunque no quiero generalizar —entiendo que las mujeres empatizaron antes con la víctima por motivos obvios—, que, a medida que fueron pasando las horas, pasaron de hacer chistes sobre la edil, a sentirse casi obligados a posicionarse moralmente acerca de los hechos.

En este caso de Hormigos además, dado que lo vulnerado era la intimidad, era especialmente difícil decidir sobre el modo más adecuado de apoyar públicamente a la víctima: mostrar solidaridad con la concejal incrementaba la bola de nieve informativa y con ella daño, como interpreté en este comentario de José Luis de Vicente .

Pero ¿cómo pasamos en apenas unas horas del cachondeo y la inhibición inicial a la solidaridad masiva?

Twitter es la criptonita contra las espirales de silencio

Este tema no sólo me cabreó, sino que me llevó incluso a ejercer de ‘policía de Twitter’ con algunos contactos con los que me unen vínculos fuertes y que hicieron chistes al respecto. Mi punto de vista —que fue interpretado por éstos como de ‘izquierda bienpensante’ y otras lindezas— era moral claro, pero sobre todo pragmático: si has decidido que vas a contribuir a expandir esta información, al menos deja claro quién es la víctima.

Lo que yo hago en público influye en el resto de los miembros de mi red, sobre todo en los inicios del fenómeno, cuando aún no se han delimitado los bandos y argumentos centrales. De ahí la importancia de que líderes de opinión con audiencias de alta afinidad como Elena Valenciano se pronunciaran a favor de Hormigos.

Si bien es cierto que otros políticos y, muy especialmente, políticas de IU y feministas más a la izquierda se pronunciaron antes en contra de la dimisión de Hormigos, el tuit de Valenciano fue clave para la formación de cascadas de opinión afines en Twitter hasta provocar un efecto de percolación, superando la polarización de esta red.

La mayor influencia de Valenciano se debe, no sólo a disponer de una gran audiencia personal, sino a la alta afinidad (homofilia) entre la líder socialista y sus seguidores. La homofilia o amor por los iguales, permite la creación espacios en los que nos sentimos cómodos porque presuponemos que la mayoría piensa como nosotros, así expresamos más libremente nuestras opiniones aunque las imaginemos menos populares fuera de nuestro grupo: esta presunción complica la formación de fenómenos como las espirales de silencio.

Juan Urrutia ha planteado la noción de ‘umbral de rebeldía’ para referirse al número de contactos de mi red que tienen que actuar como me gustaría hacerlo para que sienta que ese comportamiento será socialmente aceptado por mi entorno. Cuando un espacio como Twitter permite el desarrollo de grupos con una alta homofilia, crea una situación social en la que los individuos se permiten expresar opiniones que quizá no expresarían en la plaza del pueblo —ante una audiencia de baja homofilia—. Y si sus seguidores comparten este punto de vista con sus respectivas redes en forma de retuit, por ejemplo, —y la probabilidad es alta, pues se presupone afinidad— asistiremos a la creación de cascadas de opinión, a un cambio del discurso dominante previo: del cachondeo equidistante inicial a un posicionamiento claro en defensa de la víctima.

Lucía Caro | 02 de octubre de 2012

Comentarios

  1. María José
    2012-10-02 14:15

    Qué contenta me he puesto de ver por fin nacer esta columna, que ya tardaba.

    Supongo que no soy la primera en hacer esta analogía: lo que le pasó a Olvido Hormigos me recordó, instantáneamente, al primer capítulo de Black Mirror. A esa llamada pública a la ética y la solidaridad de los ciudadanos para que no encendieran el televisor cuando se emitiese la escena sórdida del presidente. Y a todo el mundo delante de la pantalla a la hora señalada, con cara de disgusto, con los ojos semicerrados, pero sin apartar los ojos de allí.

    Igual haber pensado en una situación así antes fue lo que me hizo saltarme esa etapa de cachondeo inconsciente, y negarme directamente a ver el vídeo por morbo, o a hacer bromas al respecto.

  2. Celebes
    2012-10-05 11:46

    Un concepto difícil de visualizar pero perfectamente descrito en este texto. Y, dado mi escaso umbral de rebeldía, aquí acabo mi comentario, … por si acaso ;)


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