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Cartas desde Brasil por V.V.A.A.

Cartas desde… es un intento por recuperar el espíritu de las corresponsalías epistolares de la prensa decimonónica, más subjetiva, más literaria, y que muestre una visión distinta y alternativa a la oficial de Agencias.

Cine, realidad y espectáculo

por Xoán Carlos Lagares

En Brasil se ha creado una interesante polémica en torno a una película que se estrenó en el último festival de cine de Río. Dirigida por José Padilha, Tropa de Elite retrata la guerra entre la policía, sobre todo sus cuerpos especializados en combates urbanos, y el narcotráfico que domina las principales favelas de Río de Janeiro. Basada en el libro de ficción que describe el cotidiano de la policía carioca, Elite da Tropa, escrito por el antropólogo Luiz Eduardo Soares y los policías André Batista y Rodrigo Pimentel, este último también guionista de la versión cinematográfica, la película fue calificada de fascista por el periodista Arnaldo Bloch. En un artículo publicado en O Globo el periodista describe su indignación en el estreno ante la reacción del público, que jaleaba las torturas y asesinatos de la policía y celebraba las críticas brutales que se hacen a los usuarios de drogas, considerados cómplices de la violencia del tráfico. Poco tiempo después, el actor protagonista, uno de los grandes nombres actuales del cine brasileño, Wagner Moura, publicaba en el mismo medio su respuesta con un artículo en el que decía no compartir el punto de vista de su personaje y advertía que la película se limitaba a mostrar una realidad sin emitir ningún juicio de valor sobre ella, trasladando al espectador la responsabilidad sobre sus posibles sentidos. Padilha, en las entrevistas que está dando desde entonces, insiste en su intención inicial de generar un amplio debate sobre la violencia, lo que, sin duda, ha conseguido. Lo que podemos cuestionar es el alcance del debate propuesto, como veremos. Por otro lado, todo el mundo elogia su calidad técnica, la eficacia de su guión y el magnífico trabajo de sus intérpretes.

De la obra del director de Tropa de Elite, yo sólo conocía el extraordinario documental Ônibus 174 (2002), que cuenta la historia de un chaval que secuestró un autobús en junio de 2000 en la Avenida Jardín Botánico. El secuestro había sido retransmitido en directo por los principales canales de televisión y se resolvió trágicamente con la muerte de una rehén, víctima de una operación desastrosa de la policía, que acabó disparando contra ella, y también la del propio secuestrador, asfixiado y vapuleado mientras estaba bajo la custodia de las fuerzas del orden. Lo interesante del documental es precisamente el hecho de esforzarse por intentar entender quién era el secuestrador, qué lo había llevado a aquella situación, dando una versión compleja de la realidad, distante del maniqueísmo con el que los medios de comunicación sensacionalistas (casi todos) suelen actuar en estos casos. Por eso me extrañó la noticia de que la misma persona había hecho ahora una película sobre la violencia en Río con un mensaje fascista. O que, por lo menos, así es como lo veía el público. Me dije, ¡manda carallo! (es que yo hablo así en la intimidad), realmente nadie es dueño de sus propias palabras. Una cosa es lo que se quiere decir y otra muy distinta lo que realmente se dice, como no se cansan de repetirnos los teóricos del análisis del discurso. Mi curiosidad estaba a mil. Pensaba, claro, ir a verla al cine.

Hasta que, el otro día, andando yo distraídamente por el centro de la ciudad, me encontré un vendedor ambulante que exponía sobre una manta en la acera varias películas en DVD, entre las que se encontraba precisamente Tropa de Elite. No me pude resistir y, como soy partidario de la libre difusión de los productos culturales, la compré. Además, el camelô, como le llaman en Brasil al que vende cosas en la calle, ofrecía también en una excelente promoción una película cuya carátula decía Tropa de Elite 2, e incluso otra que él afirmaba ser la tercera parte. En realidad, la polémica sobre la película había empezado ya antes incluso del estreno, pues se convirtió en poco tiempo en un auténtico fenómeno de piratería. Había leído en el periódico que, en una estrategia de marketing propia de las multinacionales del entretenimiento, los camelôs vendían como segunda parte el también estupendo documental de João Moreira Salles, Notícias de uma guerra particular (1999) [En youtube], donde es entrevistado precisamente Rodrigo Pimentel, el policía guionista. Aunque ya la había visto en la tele, me llevé las dos por cuatro duros. La tercera, un documental sobre la policía, no me interesó.

Tuve la feliz idea de ver primero el documental de Moreira Salles, que entrevista policías, traficantes y habitantes de la favela Santa Marta, en el barrio de Botafogo. Tropa de Elite no me decepcionó como película, y sin embargo me pareció sorprendentemente reaccionaria. Voy a intentar explicarme.

La película tiene como protagonista al capitán Nascimento, un endurecido oficial de la tropa de elite de la Policía Militar (el BOPE), que es un cuerpo militarizado de la policía, como la Guardia Civil. Cansado y estresado, acosado por su mujer, que le pide que deje el trabajo, el capitán Nascimento busca un sustituto a su altura, antes de despedirse de la guerra diaria en los morros cariocas (las laderas en donde se sitúan muchas favelas de Río). Para ello cuenta con dos candidatos, uno arriesgado y valeroso, otro inteligente y calculador. No se entiende bien por qué no se puede despedir sin más, pero bueno, el tipo está medio pirado con eso de la guerra, toma pastillas para mantener la calma, así que suponemos que la obsesión debe formar parte de su cuadro clínico.

El primer problema de la película, me parece a mí, está precisamente en el punto de vista asumido en la narración. Toda la historia es contada por la voz en off del capitán Nascimento, que describe personajes y comenta acontecimientos, actuando como una especie de narrador-protagonista y, en ocasiones, también como narrador-testigo. Sin embargo, eso no deja de ser una ilusión, pues ese personaje nos cuenta cosas que, de respetarse el principio de verosimilitud, no podría conocer, introduce escenas en las que no participa y que no ha visto, describe situaciones en ámbitos que se le escapan, como la universidad donde estudia uno de los candidatos a sucederlo, portándose más bien como un narrador-omnisciente. Así, todo, absolutamente todo lo que pasa en la película responde al punto de vista, autoritario y omnipresente, del capitán Nascimento, un tipo sufrido pero que, ¿para qué negarlo?, tiene una visión del mundo bastante limitada. Claro, para él, que vive esa guerra diaria, los habitantes de la favela son siempre, y hasta que se demuestre lo contrario, sospechosos de connivencia con el tráfico (por eso, para conseguir información, tortura con palizas y con bolsas de plástico en la cabeza a quien le parece), la clase media y alta intelectualizada, esos pesados que viven dando la vara con la constante letanía de los derechos humanos, está constituida por porreros e hipócritas (y la caricatura de sus debates en la universidad es sonrojante, por lo ridícula), y la corrupción en la sociedad es general e irrestricta, con la única, notable y honrosa excepción de su propio cuerpo de elite, el BOPE. Y eso es todo lo que la película muestra.

Sabemos que el sentido de cualquier enunciado depende no sólo de lo que se dice, sino también de lo que no se dice. Y en Tropa de Elite dejan de decirse demasiadas cosas. No hay ninguna mención a la clase media y alta no intelectualizada, la que, a diferencia de esa que se ridiculiza en la película, no lee a Freud, a Foucault ni a Deleuze, ni falta que le hace porque encuentra todo lo que necesita para construir su visión de mundo en las noticias de la tele y en la detestable y ultraderechista revista Veja. No se pregunta por qué el problema de la droga, una cuestión de salud pública (sí, niños, las drogas son malas) en todo el mundo, no causa en otros lugares conflictos armados de igual intensidad que en Brasil. No se reflexiona sobre el problema social de la favela, donde la inmensa mayoría de las personas son honrados trabajadores que cobran un salario de miseria y que no tienen absolutamente nada que ver con el tráfico de drogas. No se pregunta quién arma a los traficantes, que usan un moderno arsenal fabricado en su mayor parte en los Estados Unidos y en la civilizadísima Suiza…

Otra característica de la película contribuye a causar ese cortocircuito que alimenta los más bestias sentimientos fascistas del público brasileño de clase media. Distribuida por la Universal Pictures, seleccionada para competir en Sundance y en Berlín el año que viene, Tropa de Elite aspira a conquistar un público internacional como película de acción, con todos los clichés propios de ese género del cine de entretenimiento. Si, por una parte, se configura como película-denuncia, por otra se vende con algunas características del cine más narcotizante (¡oh, ironía!). Así se entienden esas escenas, que ocupan una buena parte de la película, retratando los ritos de iniciación de los aspirantes, al más puro estilo de esas películas hollywoodianas que nos cuentan en tono épico los sufrimientos y las humillaciones de los candidatos a marines del glorioso ejército norteamericano. Así se explica el propio capitán Nascimento, con todos los atributos del héroe de acción, que entra en la batalla sin atisbo de miedo, impávido, sabiéndose indestructible, precisamente como deben ser los héroes. Un tipo que recuerda demasiado al Harry el sucio de Eastwood, o a cualquiera de esos personajes de Bruce Willis o de Mel Gibson, justicieros más allá del bien y del mal, siempre por encima de la ley, banalizadores de la violencia más obtusa.

La esmerada fotografía, que se esfuerza por conferirle apariencia de documental, no hace más que amplificar el cortocircuito, así como esa cámara en hombro, nerviosa, que se mueve entre las callejuelas de la favela. En Cidade de Deus, ese retrato de la miseria con estética de video-clip que tuvo tanto éxito internacional, lo que me incomodaba era exactamente lo contrario, la profusión de grúas y steadycams que hacían la cámara volar, ingrávida, entre los sufridos personajes. Pero el resultado era parecido, falta de correspondencia, o simplemente una extraña relación, entre lo que se narra y el cómo se narra.

En este sentido, me parece que la gente del cine no tiene derecho a ser inocente. ¿Acaso lo es, o puede serlo? ¿Qué se puede decir sobre la violencia cuando se convierte en espectáculo? A mí sólo se me ocurre una tautología, la guerra es la guerra.

Xoán Carlos Lagares | 30 de octubre de 2007

Comentarios

  1. Martin Pawley
    2007-11-02 02:19

    “Notícias de uma guerra particular”, de João Moreira Salles e KÁTIA LUND. No se olvide de ella, amigo, que ya lo hacen otros ;-)

  2. Xoán
    2007-11-03 20:51

    Tiene usted más razón que un santo (nunca entendí bien esto, el rollo de los santos no era lo de la fe?). Menos mal que aún quedan cinéfilos bien informados en el mundo. Es que no se puede confiar en publicitarios ni en hijos de banqueros… El cruce de los destinos de Katia y João, procedentes de la más exclusiva elite económica brasileña, con el del ya fallecido traficante de Santa Marta, Marcinho VP, fue contado por el periodista Caco Barcellos en su también polémico libro Abusado. Si tiene usted ocasión de encontrarlo por ahí, vale la pena.


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