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Butaca no numerada por Alberto Haj-Saleh

Sentado en una vieja Butaca no numerada de terciopelo rojo, el autor se lanza a una reflexión impúdica todos los miércoles sobre cualquier cosa que se atreva a moverse por las pantallas, sean éstas de cine o no. Alberto Haj-Saleh es editor de LdN y autor de la columna Teatro Abandonado.

Nadie sabe nada (otra vez)

En un acto de sinvergonzonería sin igual, esta columna de hoy no va a ser mía, sino que la autoría corresponderá a William Goldman, uno de mis seres humanos favoritos, entre otras muchas cosas por ser el responsable de libro y guión de La princesa prometida, que ya saben que son palabras mayores. Lo siguiente es básicamente un parafraseo hecho de memoria de un episodio relatado en su fantástico primer libro autobiográfico, Aventuras de un guionista en Hollywood.

Goldman es quien acuñó, o al menos popularizó, esta frase que repito tan a menudo de “Nadie sabe nada” aplicada al mundo del cine. Nadie sabe lo que va a triunfar, lo que le va a gustar al público, cuál va a ser el nuevo rostro revelación o cómo es posible que esa película de alto presupuesto y estrellas en el reparto se haya pegado semejante guantazo. Un buen ejemplo de esto se ve en la primera película de Goldman como guionista, la que le introdujo definitivamente en la industria hollywoodiense. Se trata de Harper, investigador privado (1966), una revitalización del género negro clásico protagonizada por un ya bastante consagrado Paul Newman.


Harper (Theatrical Trailer) por NakedBrotha2007

Goldman había escrito algunas novelas y había intentado adaptar algunas a la gran pantalla cuando se le presentó la oportunidad de escribir la historia del millonario desaparecido encargado al algo cínico y eficiente detective Lew Harper. Goldman sabía que había hecho un buen trabajo, pero los nervios le comían por dentro a falta de pocos días para el preestreno del filme, en una de esas “sesiones con público” donde aún antes del estreno oficial se podía decidir algún cambio en el montaje en función de las reacciones de los espectadores. Y a falta de esos pocos días estaba cuando recibió la llamada de uno de los productores, que le dijo que necesitaba que escribiese a todo correr una secuencia más, una secuencia para los créditos de inicio de la película. No querían poner créditos en negro, querían superponerlos a la película ya comenzada, así que había que escribir una introducción de tres o cuatro minutos, que presentase al detective privado.

A todo correr Goldman esbozó una secuencia sencilla y la envió urgentemente con un mensajero. Al poco, con el corazón en un puño, el guionista asistió a escondidas a la primera proyección de la primera película escrita por él que llegaba a la gran pantalla. Se acomodó y, aterrorizado, observó las reacciones del público. Las luces se apagaron y ahí estaba la secuencia que él había escrito deprisa y corriendo, para solventar el trámite, muy poco tiempo atrás. La película comenzaba con Harper despertándose en su oficina vestido, donde evidentemente se queda a dormir con frecuencia. Somnoliento dedica una mirada a una foto de su mesa de despacho y luego se dirige a la cafetera donde, vaya por dios, no hay filtros de café en la caja. Goldman escucha alguna risita ante esto pero la secuencia continúa con Paul Newman mirando alrededor desesperado y, finalmente, dirigiéndose a la papelera para recuperar el filtro del día anterior, cosa que provoca una clara hilaridad en la sala. Harper pone el filtro usado, hace el café, se lo sirve en su taza, le da un sorbo… y deja escapar una mueca de horror ante el brebaje infame que está bebiendo. Ahora sí, sin más cortapisas, los espectadores que llenan el preestreno de Harper, investigador privado estallan en una sonora y gozosa carcajada y rompen a aplaudir. Goldman los miró alucinado y emocionado: aquella gente ADORABA a Harper, irían con él al infierno si fuera necesario, y sólo llevaban dos minutos de película, en una secuencia escrita para salir del paso apenas unos pocos días antes. Después de aquello la película fue coser y cantar y el éxito fue absoluto.

Nadie sabe nada.

Alberto Haj-Saleh | 21 de noviembre de 2012

Comentarios

  1. E. Martín
    2012-11-21 22:58

    Bueno, en realidad lo que quiere decir Goldman es que los productores responsables no tienen ni puta idea de cine así que se ciñen a la superstición. “Si la última de Tom Cruise ha funcionado eso es que él es una garantía”. Así que una mierda de guión en el que Cruise se haya mostrado interesado se acaba rodando. Así que a Cruise se le dá crédito de productor ejecutivo y el poder de exigir cambios y reescrbir escenas. Al final todo el mundo mete mano en el guión (vease cómo era originalmente Terminator Salvarion y cómo quedó tras los cambios exigidos por Bale).

    Estos días uno distingue una película norteamericana de otra de cualquier otro país porque la segunda, buena o mala, suele contener una historia mínimamente estructurada y sin demasiados agujeros de guión.

  2. Jónatan S.
    2012-11-25 13:24

    De hecho así fue como Cruise consiguió que el ya de por si flojo musical Rock of Ages al pasar a la gran pantalla se convierta en una auténtica locura sin sentido.

    Por lo demás, no hay más que mirar los estrenos y recaudaciones para ver que uno nunca sabe qué puede funcionar o no, pero también que hay cosas que el sentido común o los productores parecen dejar de lado deliberadamente.

    Solo que entonces estoy pensando más en esa dupla hilarante de David Hughes, The Greatest Sci-Fi Movies Never Made y Tales From Development Hell , y lees cosas como que un productor del remake de El planeta de los simios estaba empeñado en una secuencia con los monos no sabiendo jugar al Baseball totalmente convencido de que ahí radicaría el éxito de la película.

    O el capítulo de TombRaider donde tras conseguir el éxito con la primera hacen a todo correr una segunda y resulta ser un desastre. Momento en que se recogen las opiniones de un medio que señala que las ganas de ver la primera la convirtieron en un éxito, lo que la gente vio allí es lo que convirtió la segunda en un fracaso y eso podían haberlo sabido preguntando a la gente a la salida si iría a ver la siguiente.


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